Diario de León

Amancio González | Escultor

Arte como forjador de carácter y credibilidad

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León

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En primer lugar quiero felicitar al DIARIO DE LEÓN en su 115 aniversario, entre otras razones por haber mantenido siempre en sus páginas un amplio espacio destinado a la cultura. Pero también por invitarme a manifestar mi opinión respecto a la actividad artística. Intentaré ser sincero, porque mi propósito es que esto sirva para corregir algunos errores o mejorar, si es posible, lo que ya se ha hecho. Me referiré muy concretamente a la escultura urbana.

Ciertamente León es una ciudad con un pasado histórico muy importante, cuyo origen se remonta a más de dos mil años, un tiempo que ha dejado huellas imborrables en la muralla, la basílica de San Isidoro, la Catedral y diversos palacios o edificaciones de relevancia que, en cierta manera, nos ayudan a entender el peso que realmente llegó a tener en la historia del país. Sin embargo, no fue hasta el año 1900 cuando se inaugurase la primera escultura pública, una manifestación artística que, junto con la arquitectura, constituye uno de los elementos que forjan el carácter y la credibilidad de una ciudad, así como la sensibilidad de sus habitantes, ya que recogen a lo largo del tiempo las huellas de lo que un día fue importante para los ciudadanos. En resumen, podemos afirmar que León ha sido desde siempre una ciudad huérfana de escultura pública y esa deficiencia la arrastramos hasta el día de hoy. Prueba de ello es que tenemos importantes carencias respecto a otras ciudades y un parque escultórico urbano realmente más anecdótico que racional.

Seis años tenía la escultura de Guzmán el Bueno cuando nació el DIARIO DE LEÓN. La ciudad había encargado a uno de los mejores escultores españoles en ese momento la representación simbólica de una gesta heroica de uno de sus paisanos en la ciudad de Tarifa y Aniceto Marinas, que así se llamaba el artista, entregó a una obra que a día hoy, 121 años después, sigue siendo la mejor, sin ninguna duda: impecable en el estudio de ropas y armaduras, a la vez que minuciosa en el detalle y, por supuesto, conceptualmente adelantada a su tiempo. Aún hoy creo que siguen pasando desapercibidos esos detalles. Y es que, más allá de la hazaña del caballero, Aniceto Marinas desnuda al héroe y nos lo muestra como un ser humano, un hombre valiente que vuelve la cara roto de dolor porque no puede soportar ver el daño que va a causar en un acto al que le obliga su deber. Es, posiblemente, su mejor escultura y una de las primeras en alejarse de los encargos caprichosos del poder.

Aniceto Marinas fue un escultor valiente y se anticipó con esta obra a la finalidad que tendría la escultura contemporánea a partir de entonces. Como todo el mundo sabe, la inauguración de la obra se hizo un domingo a las cinco de la madrugada y con prisas. Viene al caso leer, por ilustrativo, alguno de los comentarios de personas destacadas de la ciudad con los que León recibió esta escultura y entenderán mejor las consecuencias que acarrea en la ciudadanía la ausencia de interés por la cultura: «Una mala obra se ha hecho modernamente en León, por cuenta de la Diputación Provincial. Erigir a uno de los leoneses más ilustres, a Guzmán el Bueno, una estatua ignominiosa, y por desgracia está colocada en sitio muy visible, en la entrada de la ciudad viniendo de la estación; de manera que es lo primero que ven los forasteros. Es de esperar que desaparezca cuando en la Diputación esté en mayoría el buen gusto. Porque el gran Guzmán aparece cabizbajo, con la barba metida en el pecho, tirando el cuchillo de mala gana, como por obligación, con los dedos engarabitados y volviendo el rostro».

La segunda escultura se colocaría en la capital 83 años después, es decir en 1983, y también a iniciativa de la Diputación. Su autor es Ricardo Echegaray y se titula Ventana de la luz y está situada en el Paseo de la Condesa. Es de nuevo otra buena escultura, maltratada por la indiferencia de la gente. A partir de ese momento en la capital se han debido de colocar unas cincuenta más, de las que apenas una docena podrían superar un mínimo análisis crítico y mucho menos una justificación. De esta docena de esculturas que resisten, o que pueden trascender a otra generación como testimonio de su tiempo, alguna necesitaría una ubicación más adecuada.

León ha sido desde siempre una ciudad huérfana de escultura: tenemos importantes carencias y un parque escultórico urbano que es más anecdótico que racional

Otra observación que yo destacaría es la referida a los espacios urbanos, a la sobresaturación de elementos, ya sea mobiliario urbano o escultórico, que contaminan el espacio o impiden disfrutarlos en plenitud. Tradicionalmente se ha creído que en el centro de la ciudad o el interior de sus plazas más significativas, o nuevas avenidas que se abren al peatón, pueden ser más bonitas o vistosas cuantos más elementos alberguen. En mi opinión es gran error y considero urgente una reconsideración sobre cuáles son las verdaderas necesidades de los espacios públicos para el disfrute se sus ciudadanos y al mismo tiempo solicitaría también la dotación de escultura pública en todos los barrios de la capital como un elemento pedagógico que pueda a la vez dinamizar su comercio y su hostelería.

Y, por cierto, Aniceto Marinas no tiene una calle en León pero ya no es por su culpa, sino por nuestro carácter.

 

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