Diario de León

Fernando Suárez | De la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas

León, pasado y futuro

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Tengo veintisiete años menos que DIARIO DE LEÓN, pero desde niño supe que era un periódico muy importante, que lo dirigía un sacerdote que se llamaba don Filemón y que estaba en Daoiz y Velarde, muy cerca de casa de mi abuela, a cuyo estanco de la calle Serranos iba yo con muchísima frecuencia. Es seguro que si tuviera a mi alcance la hemeroteca de DIARIO DE LEÓN disfrutaría recorriendo los primeros años de mi vida, de los que mis recuerdos son fragmentarios, pero muy precisos. Me acuerdo del accidente de Torre del Bierzo de 1944, del fin de la guerra mundial, de la manifestación a la que me llevaron los Maristas en 1946, de recoger las hojas de propaganda del referéndum de 1947 o de la inauguración de la plaza de toros en 1948. 

Viniendo a temas de mayor interés debo decir que el León que yo viví con uso de razón era una ciudad sosegada y sin conflictos que se exteriorizaran. Años después descubrí que no todo era tan apacible pero, fuera por la reciente experiencia de la guerra que nadie quería repetir o por el espíritu de reconciliación que inspiraba a la mejor sociedad leonesa, tardé mucho en saber las experiencias dramáticas de algunas familias de mis propios compañeros de curso. Podría jurar que en el ambiente en que yo crecí se tenía gran admiración a Sierra Pambley —pródigo sembrador de escuelas, dice la fachada de las de Julio del Campo que estaban enfrente de mi casa—, a Gumersindo de Azcárate —cuya biblioteca frecuentaba al salir del colegio de Dámaso Merino y donde el sabio sacerdote Antonio de Lama me aconsejaba lecturas— o por Álvaro López Núñez, que tenía una calle a su nombre, porque, siendo uno de los creadores de la previsión social, fue asesinado por el bando republicano al comienzo de la guerra. 

Podría jurar igualmente que asesinados por el otro bando tenían en León hijos rodeados del cariño de todo mi entorno, que de verdad lamentaba aquellos crímenes: los hijos e hijas de Miguel Castaño, el hijo del capitán Lozano y los hermanos Begué Cantón, eran amigos nuestros. No estoy idealizando el pasado. Digo sólo que nunca percibí otro ambiente que no fuera el de la convivencia normal. Luego supe que los cargos públicos los ocupaban sólo los vencedores, pero en la vida social eran completamente amistosas las relaciones de los leoneses que habían recibido la República con entusiasmo —aunque su decepción posterior no fuera pequeña— con quienes habían sido menos entusiastas. León tuvo la fortuna de que muchos profesionales de gran prestigio durante mi infancia —Mazo, Llamazares, Solís, Burón, Fanjul, Sáez de la Calzada…— se habían formado en la Residencia de Estudiantes de Jiménez Fraud y habían asimilado allí el mejor espíritu liberal que él quería contagiar a toda España y sólo en el afán de que el pasado no condicionara el presente se puede entender que Victoriano Crémer fuera uno de los protagonistas del diario del Movimiento.

La guerra de los antepasados estaba tan superada y las relaciones sociales se producían con tal naturalidad que mi hermano José María, que había sido delegado de Juventudes, era muy amigo de Juan Rodríguez Lozano, hijo del citado capitán. Les había acercado su común profesión. Los dos fueron decanos del Colegio de Abogados y, cuando José María fue alcalde, Juan era asesor jurídico del Ayuntamiento, de modo que era frecuente verlos tomar juntos el aperitivo al salir del trabajo. Diré más: cuando Franco me nombró ministro, una de las innumerables felicitaciones que recibí y que me llenó de satisfacción fue precisamente la de Juan, bien cordial y afectuosa.

Tengo una gran confianza en las riquezas naturales y, sobre todo, en la capacidad de iniciativa y el talento empresarial de los leoneses

Otro dato digno de recordar que demuestra que las cosas no eran como están siendo ahora fue el episodio que protagonizó Landelino Lavilla, centrista impenitente, en la campaña electoral de 1982, cuando mi hermano era candidato de Alianza Popular. Landelino repitió en León su desafortunado eslogan de que el centro era indispensable para que la derecha francamente dura y la izquierda claramente inmadura no volvieran a las andadas. Ignoraba el líder de UCD que, en nuestra provincia, el candidato del PSOE era José Álvarez de Paz, antiguo sacerdote que en el almuerzo posterior a su primera misa en Noceda había dado las gracias al Frente de Juventudes, que le había sufragado los estudios y que estaba representado en aquellos actos por José María Suárez y por su esposa María Jesús. En efecto, mi hermano y mi cuñada fueron padrinos en la primera misa del antiguo becario y sólo a Landelino se le podía ocurrir que los candidatos de AP y del PSOE pudieran constituir un riesgo para nuestra pacífica convivencia democrática.

Seguro que a muchos otros de los convocados a conmemorar este aniversario de DIARIO DE LEÓN les preocupa el futuro demográfico, turístico, agrícola o industrial de León. A mí también, pero yo tengo gran confianza en la situación geográfica, en las riquezas naturales y, sobre todo, en la capacidad de iniciativa y el talento empresarial de los leoneses. Por eso mi preocupación fundamental, referida a León y a España toda, es que no se rompa el consenso de 1978, que no volvamos sobre la fractura de 1936, que discutamos pacíficamente los modos de mejorar la vida ciudadana, especialmente la de quienes menos tienen, y que la democracia no se agusane y vuelva a provocar, por un lado o por otro, intentos de sustituirla. Seguro que DIARIO DE LEÓN hará todos los esfuerzos posibles por lograrlo. 

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