Diario de León

Román Álvarez, Catedrático de la Universidad de Salamanca Y Pastor Mayor de los Montes de Lu

Luces de recuerdos y atisbos de esperanza

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Uno de mis primeros recuerdos del DIARIO DE LEÓN es la cotidiana presencia de un ejemplar en la escuela de Abelgas, en aquella escuela de las primeras letras, la leche en polvo y el queso de los americanos; en la escuela de escaso mobiliario y estufa de hierro, donde en invierno las lágrimas del vaho se deslizaban por las ventanas; la escuela a la que con claudicante mansedumbre acudíamos en algarabía con los carrillos encendidos, sorbido de mocos y sabañones invernales. El cartero le llevaba al maestro la escasa correspondencia, entre la que siempre se encontraba el periódico que inevitablemente complementaba la manoseada enciclopedia. Porque el maestro nos iba acercando por grupos alrededor de la mesa, y allí desplegaba las páginas del diario para comentar, glosar o reinventar noticias, sucesos y aconteceres varios de la provincia principalmente.

En este sentido, el DIARIO DE LEÓN cumplía un doble cometido: liberar al docente de la presión del aula durante un tiempo y, a la vez, ilustrar a la patulea discente acerca de lo que acontecía más allá del acotado horizonte de nuestro entorno rural. Recuerdo que a mí lo que más me gustaba era ver los anuncios donde aparecían —no sé si dibujados o retratados— los aparatos de radio que se vendían en la capital. Aquella publicidad de los Philips y Telefunken plasmada en blanco y negro sobre la inmensa hoja de papel me fascinaba. También los anuncios de coches hacían volar la imaginación por derroteros inalcanzables. Puede que de la chispa de esas pequeñas curiosidades infantiles y del hechizo de las letras de molde misteriosamente afogonadas por la zorrera de humo de la estufa, surgieran los primeros atisbos de curiosidad acerca de lo que sucedía en el ignoto mundo más allá de las montañas. O que de forma embrionaria se fuera gestando la vocación que iba a vertebrar mi existencia: la enseñanza, ejercida ininterrumpidamente a lo largo de cuarenta y seis años.

En una provincia que pierde recursos no faltan quienes abogan por cuidar lo que fue uno de nuestros emblemas señeros como la ganadería extensiva

El lector tiene en sus manos un periódico que acaba de cumplir ciento quince años, cifra de la que pocos pueden alardear en España, y que ha sabido combinar las tres funciones básicas del periodismo: informar, formar y entretener. Todo ello en su justo equilibrio, porque no faltan los medios que nos dicen lo que debemos pensar y no tanto lo que debemos criticar. Un periódico debe ganarse el crédito intelectual y moral para convertirse en un referente de la sociedad; debe interpretar nuestro tiempo, distinguir la información de la opinión, asumir la pluralidad y respetar el derecho a la libertad de expresión, porque, como decía Unamuno, «mis ideas no son mías; son de la sociedad de donde las saco y de donde se me vuelven socializadas».

El DIARIO DE LEÓN se ha distinguido por la defensa del medio rural en toda la provincia, y a él quiero acogerme para utilizar su privilegiada atalaya en pro de ese mundo que tanto alaban quienes tan poco lo comprenden. En una provincia que pierde a pasos agigantados el músculo (como dicen ahora) industrial, no faltan voces que abogan por cuidar de ese bien que durante siglos ha sido uno de nuestros emblemas señeros: la ganadería extensiva. Los mares de merinas, desde los tiempos de la Mesta, blanquearon las cumbres, abonaron los pastizales, preservaron esos organismos vivos que son los cordeles y las cañadas, moldearon y dieron nombre a agrestes parajes, feraces vegas, densos bosques y verdes campiñas.

Los pastores cuidaron los entornos naturales y la biodiversidad. Ellos supieron conservar toda una cultura transmitida de padres a hijos. Llevan consigo la herencia de la humanidad y no merecen ser abandonados a su suerte. Hoy ya no sirve la tópica silueta del pastor pertrechado de manta, madreñas, zurrón y gancho. No sueñan con paraísos, sino con condiciones de trabajo dignas, con pensiones justas, con servicios sanitarios accesibles, con bosques que no se conviertan en teas cada año, con políticas decididas sin tanto papeleo y sin vanas demagogias. ¿O es que se trata solo de proteger al lobo? Porque de ser así, la riqueza del paisaje es ya lo último que nos queda.

Pero volvamos al principio. El futuro de la prensa en papel está en tela de juicio. A cada poco surgen profetas que vaticinan el fin de los periódicos tal como los hemos entendido hasta ahora y les ponen fecha de caducidad. Si esto sucediera, ¿qué será del cruasán del desayuno o el café en la sobremesa sin el DIARIO DE LEÓN al lado? Su director aludía en un libro al «periodismo hecho jirones», pero la prensa aún sigue viva, por más que menudeen los productos tóxicos disfrazados de posverdad. El DIARIO DE LEÓN es buena prueba de fortaleza y de adaptación al medio tras haber superado diversos avatares y desafíos a lo largo de su historia: religiosos, políticos, económicos y, en los últimos tiempos, tecnológicos. Por fortuna, las profecías y los cataclismos no siempre aciertan.

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