Diario de León

Rodolfo Martín Villa | Político, exministro y exvicepresidente del Gobierno

Nos acerca más que lo que nos distancia

Rodolfo Martin Villa
madrid 18.2.13

Rodolfo Martin Villa madrid 18.2.13

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León

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Se cumplen 115 años de la fundación de DIARIO DE LEÓN y se conmemora con esta celebración a la que me sumo. Se trata de un largo periodo, que pocos medios de comunicación españoles han recorrido, en el que cabe diferenciar tres etapas, que relaciono con la generación de mis padres, con la mía y con la de mis hijos. La primera, desde los comienzos de este periódico hasta la terminación de la Guerra Civil —una España pobre y arcaica—. La siguiente, desde el inicio de la posguerra hasta la muerte de Franco (1975), al principio con una situación dura y cruel y, al final, con una España modernizada que facilita la Transición, tercera etapa, en la que se logra la reconciliación entre los españoles, la democracia en 1977 y la Constitución en 1978.

A la generación de mis padres le toca vivir un periodo convulso por las desigualdades sociales y enfrentamientos políticos en la II República. Sobre ella confluyen los problemas que en España han obstaculizado casi siempre los intentos de democratización: la lucha de clases, la cuestión religiosa, las presiones militares y las tensiones sobre la unidad nacional.

Los gobernantes republicanos tienen iniciativas acertadas, como la extensión de la enseñanza en un país donde todavía había un 40% de analfabetos, y otras desacertadas, porque convierten la República en propiedad de los republicanos y se da rienda suelta al sectarismo antirreligioso.

Las iniciativas democratizadoras quedan frustradas por el choque entre un mundo obrero deslumbrado por la utopía revolucionaria y un capitalismo extremadamente conservador, sin que pueda amortiguar esa colisión una clase media, que apenas existe.

La más incivil de nuestras guerras arrasa luego con todo y deja a España en peores condiciones que cuando nacieron nuestros padres, a comienzos del siglo XX. Entre los primeros recuerdos de mi generación están los relatos que escuchamos —también en mi familia— sobre sufrimientos en uno u otro bando o en los dos.

A finales de la década de los cincuenta el cambio total de rumbo de la economía permite la integración de España en los mercados y organismos internacionales. Los Planes de Desarrollo iniciados a mediados de los sesenta impulsan el crecimiento y en 1975 los españoles tenemos una renta personal equivalente al 80% de la media europea en la Europa rica de entonces. Los índices de desarrollo económico, cultural, educativo y social nos colocan entre los veinte y treinta países más desarrollados del mundo. En ese desarrollo la sociedad se hace cada vez más abierta y moderna y choca con un régimen político que no es ni abierto ni moderno.

"La plenitud de nuestra democracia nos hace sentir optimistas acerca de que los españoles están mayoritariamente decididos a apoyar los tres grandes pilares de nuestro edificio constitucional"

A finales de 1975 no hay una mayoría social ni seguramente política que apoye un derribo del Estado para sustituirlo por otro integrado exclusivamente por antifranquistas. Sí hay en la sociedad una amplia mayoría que quiere una democracia similar a la de países de nuestro entorno. Está claro a dónde se quiere llegar, aunque nadie tiene tan claro cómo hacerlo. En todo caso hay una gran disposición a alcanzar acuerdos y evitar las confrontaciones que nos llevaron a la Guerra Civil. Es la clave que permite la reconciliación. Lo resumió muy bien Fernando Suárez cuando, al defender la Ley para la Reforma Política, expresó la convicción de que «los orígenes dramáticos del actual Estado estaban abocados a una situación definitiva de concordia nacional».

Los gobernantes de la Transición nos encontramos una España mucho mejor que la que recibieron los gobernantes de la República en 1931. Se han recortado las diferencias sociales y existe una amplia clase media. La Iglesia ha hecho su propia transición con el Concilio Vaticano II y no forma parte de los problemas nacionales sino de su solución. Y los militares se van dando cuenta de que deben abandonar la creencia de que no están obligados a aceptar en todo la dirección de las autoridades civiles. El nacionalismo catalán, colabora con el proceso constitucional. Más dificultades tiene el nacionalismo vasco, condicionado por el único enemigo de verdad que hubo en la Transición, que fue el terrorismo, singularmente el de ETA.

Adolfo Suárez, escogido y apoyado por el Rey don Juan Carlos, encabeza un Gobierno que no ha sido elegido en las urnas y es el que legaliza los partidos, con el que se reconocen derechos y libertades y el que convoca las primeras elecciones democráticas en cuarenta años. Sus componentes, sin haber estado siempre en la democracia, habíamos estado siempre por la reconciliación. Buena prueba de ello es que, en 1977, por primera vez en muchos años, quizás doscientos, no queda un preso político en las cárceles de España, ni en el mundo un solo un exiliado español.

Hoy, la plenitud de nuestra democracia nos hace sentir optimistas acerca de que los españoles están, muy mayoritariamente, decididos a apoyar los tres grandes pilares del edificio constitucional: la unidad de la nación y del Estado, la Monarquía parlamentaria y el conjunto de derechos fundamentales y libertades públicas que la Constitución consagra.

Caben algunas dudas, no pocas, sobre la actitud de algunos sectores políticos no mayoritarios, pero sí significativos, sobre una clave fundamental de nuestra reciente historia, la reconciliación, porque más bien parece que abundan en unos los fanatismos y en otros los sectarismos al magnificar lo que nos distancia y desaparecer lo mucho —casi todo— que nos puede unir.

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