Diario de León

Nacho Alonso, periodista

Salud y larga vida

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Para un periodista, un día glorioso en su experiencia profesional es aquel en que asiste al alumbramiento de una nueva criatura, esa jornada laboral que culmina a medianoche y escucha el acelerado ronroneo de una rotativa imprimiendo el primer número de un periódico.

Hace 115 años que DIARIO DE LEÓN salió a la calle. Ha vivido, sufrido y contado todo tipo de avatares: guerras, derrumbamiento de imperios, nacimiento y muerte de sistemas políticos, revoluciones industriales y tecnológicas, magnicidios, la llegada del hombre a la luna, la implosión de las telecomunicaciones, los primeros pasos de la ingeniería genética... Ante existencia tan longeva, y como si DIARIO DE LEÓN de un ilustre maestro se tratara, el periodista que esto firma inclina reverentemente la cabeza, traslada su sentida enhorabuena al equipo profesional y le desea salud y larga vida.

Echar un vistazo a la nómina de hijos de esta provincia que son referencia en su labor profesional en cualquier parte del mundo es motivo para sentirse orgullos

Larga vida para seguir informando a los leoneses, entre los que me encuentro. Yo nací en una casa adosada a uno de los cubos de la muralla de León el año en que se acabaron las cartillas de racionamiento. Soy uno de los hijos de esa aquella generación que bajó el Pajares para buscar futuro al calor de los altos hornos asturianos. Lejos de la Catedral de León, a cuyo costado di los primeros pasos, aprendí a leer, a sumar, jugar al fútbol y a sentir el pellizco del primer ¿amor? Pero tuve la fortuna de remojarme en el Curueño y jugar al escondite en la falda de Bodón los veranos de mi infancia y juventud, esos que me hicieron de León para siempre.

Hoy gozo León tanto como lo sufro. Gozarlo con todos los sentidos es fácil, pero leer en el periódico un mes sí y otro también cómo los jóvenes buscan futuro en otras regiones (3.500 al año la última década) es una puñalada en el corazón. Nuestro país dio un vuelco en este último medio siglo. Por eso se encoge el ánimo cuando razonas que el cambio político, nuestra incorporación al concierto internacional y la modernización del tejido productivo no ha doblegado el ánimo migratorio de la generación de mis padres. Muy al contrario, ha acelerado el proceso. Es una sangría inaceptable.

Echar un vistazo a la nómina de hijos de León que son referencia en su labor profesional en cualquier parte del mundo es un motivo de orgullo. Ellos son la demostración de que el talento no es privativo de una clase social ni obedece a un origen territorial. Médicos, veterinarios, ingenieros, empresarios, literatos, periodistas, deportistas (quizás en fútbol flaqueemos por aquello del frío leonés y su ataque a las articulaciones). Tenemos representantes de auténtico postín en todos los sectores. Incluido el mundo político.

León, además, tiene un curriculum de generosidad con las tierras y gentes de España difícil de equiparar. No hace falta acudir a los libros de historia para corroborarlo. Basta, a modo de escueto ejemplo, con mencionar la extracción de minerales de las cuencas mineras que dieron vida a la siderurgia del norte del país o la construcción de pantanos que hoy quitan la sed y riegan millones de hectáreas de nuestro seco país. Y aún disponemos de talento y materia para hacer futuro.

Disfrutamos de una naturaleza apetecible y una cordillera donde anida la fuerza del viento, el motor que impulsa una energía que, atención, habrá de controlarse para que no destroce el perfil de la provincia, no vaya a ser que se desnude un santo medioambiental para vestir a otro financiero. Disponemos de una tierra, una agricultura, una ganadería y una industria agroalimentaria que son y serán mojones esenciales del progreso por venir si al viejo arado se le acoplan las últimas tecnologías y sustituimos el filandón rural por hogares conectados a la red. Tampoco nos falta aire puro y agua, el elemento que hoy se paga en los mercados de ultramarinos a un precio equiparable a la gasolina y cuya cotización es previsible que en las próximas décadas, sin ser un gurú, se ponga por las nubes.

A menudo circula en la opinión pública la idea de que el turismo es el futuro. Nada más alejado de un análisis de mínimos. Nuestro país, potencia mundial en la materia, tiene en el turismo el 12,4% de su PIB (datos de 2019), que cubre el 12,9% del empleo total. ¿León multiplicaría esos ratios?

La vieja industria pesada es un recuerdo en la Unión Europea, pero ya es presente una industria de alto valor añadido al amparo de las nuevas tecnologías. Y los campus de Vegazana y de Ponferrada ofrecen a los jóvenes un abanico de estudios (siempre manifiestamente mejorables) con los que se podría afrontar cualquier reto de futuro.

El agujero negro por tapar es la inversión en infraestructuras. Pero no en las clásicas carreteras, que ya no se proyectan con asfalto sino con las tecnologías de la comunicación. Cualquier esfuerzo en esa dirección será corto. La digitalización y telecomunicación son el eje de accisas de una región, por cierto, con una orografía indómita.

El covid-19 vino a recordarnos que la naturaleza no se puede domesticar y que el género humano es socrático, sigue ignorando más de lo que sabe. La pandemia hurgó en las debilidades de las naciones y convirtió a los ciudadanos en seres a ratos solidarios, a ratos egoístas. Pero también sacó a la luz una vieja aspiración de puñados de profesionales: el teletrabajo. El trabajo del talento apenas necesita inversión en medios de producción. Decenas de leoneses que hoy cambian de región para ganarse la vida bien podrían incorporarse a la legión de quienes laboran a distancia e incluso en lugares recónditos, esos que venimos en llamar la España vaciada.

¿Qué otras ingredientes deberían agitarse para levantar el progreso futuro? El que tiene que ver con el inveterado e improductivo carácter individualista del leonés, forjado históricamente en una tierra y un clima donde la primera obligación es sobrevivir. La eclosión de inversores individuales e institucionales convencidos de sus proyectos. Y la mejora de la autoestima colectiva: la convicción de que somos los propios leoneses quienes deberíamos gestionar nuestros sueños, nuestros esfuerzos, nuestras instituciones y los medios económicos que tenemos y nos corresponden.

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