Diario de León

Javier Rodríguez González | Profesor Titular de Historia Contemporánea de la Universidad de León

Testigo de la historia, testimonio de la memoria

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Durante 115 años, el DIARIO DE LEÓN ha sido testigo de la historia y sus páginas han recogido numerosos testimonios que forman parte de nuestra memoria colectiva. Historia y memoria son dos conceptos distintos pero complementarios que se aúnan en la expresión memoria histórica, cuyo uso se ha extendido en las últimas décadas en la sociedad española cuando se habla de las víctimas de la dictadura franquista.

El periódico leonés fue testigo del golpe de estado de julio de 1936 cuando una parte del ejército español se levantó en armas contra la Segunda República. El fracaso de esta sublevación militar condujo a la Guerra Civil, dejando su huella perenne en la sociedad española.

Entre julio de 1936 y abril de 1939, hubo represión en los dos bandos —el franquista y el republicano—. Al término de la guerra, el bando vencedor estableció una dictadura que se extendió hasta la muerte del general Franco el día 20 de noviembre de 1975.

La dictadura franquista pasó por diferentes etapas a lo largo de sus cuatro décadas de vida, con diversas características desde el punto de vista político, económico y social; pero si hubo un elemento que permaneció durante toda su vigencia fue la represión. Sin ella, es difícil comprender la pervivencia del régimen y su consolidación durante tantos años y en tan diversos contextos internacionales.

El franquismo se implantó en la sociedad por medio de la violencia, que se manifestó mediante un conjunto de acciones dirigidas a castigar a quienes se habían opuesto a la sublevación militar de julio de 1936 o a los que pudieran hacerlo contra la dictadura. Para ello, se creó un conjunto de leyes entre las que destacan la Ley de Responsabilidades Políticas del 9 de febrero de 1939, la de Represión de la Masonería y el Comunismo de 1 de marzo de 1940, la de Seguridad del Estado de 29 de marzo de 1941, el Decreto-Ley de Bandidaje y Terrorismo del 18 de abril de 1947, la Ley de Vagos y Maleantes de 1954 y la Ley de Orden Público de 1959. Además, en diciembre de 1963, se creó el Tribunal de Orden Público (TOP), que sobrevivió al fallecimiento del dictador y no fue disuelto hasta 1977, en plena transición a la democracia.

El aparato represivo de la dictadura siguió funcionando con todos sus instrumentos en los últimos años del régimen; así, tres meses antes de la muerte de Franco, en agosto de 1975, se había puesto en marcha una nueva Ley Antiterrorista que restablecía los Consejos de Guerra sumarísimos, cuya aplicación se tradujo en las últimas ejecuciones de la dictadura llevadas a cabo el 27 de septiembre de ese mismo año.

Fueron cuarenta años de dura represión, en los que el terror institucionalizado y la violencia bajo diferentes formas (persecuciones, detenciones, fusilamientos, cárceles y campos de concentración, tortura, hambre, exilio…), el control social, la degradación y la humillación de los vencidos; no solo añadieron más sufrimiento, sino que abrieron, aún más, las profundas heridas psicológicas heredadas de la guerra, al tiempo que impedían la más mínima posibilidad de curarlas.

El franquismo terminó hace más de cuarenta y cinco años, pero su memoria todavía se hace presente hoy en día en el espacio público. La dictadura franquista creó muchos mitos respecto a su propia historia y estos no solo se impusieron en la sociedad española durante la vigencia del régimen, sino también fueron asumidos por parte de los españoles durante la democracia y, en no pocas ocasiones, tratan hoy de reactualizarse y difundirse, con argumentos banalizadores. Olvidar la historia de un país es negativo, pero tergiversarla es todavía peor.

Hay quien busca similitudes entre la situación actual y la vivida en los años treinta, esta comparación refleja un desconocimiento de la historia. Así, se hace cada vez más necesario el papel de los historiadores en la sociedad que, en el ejercicio de su profesión, realizan un análisis crítico de las fuentes historiográficas. En particular, hay que suscitar la atención de las generaciones que nacieron cuando la dictadura moría y de las nacidas en plena democracia, tan expuestas a la desmemoria y a las fake news.

Hay que suscitar la atención de las generaciones que nacieron cuando la dictadura moría y de las nacidas en plena democracia, tan expuestas a la desmemoria y a las ‘fake news’

El historiador tiene la responsabilidad de trasladar el conocimiento científico a la sociedad, pues estamos hablando de ciencia, de ciencia social y, al igual que a otras disciplinas científicas, a la historia se le debe tener el mismo respeto y consideración. Escribir historia no solo es un proceso permanente de interrogación del pasado, sino también un ejercicio colectivo, en el que las reconstrucciones históricas se depuran merced a una correcta metodología, al acceso a las fuentes y a la discusión entre historiadores.

La violencia política practicada por el franquismo es un hecho científico, se ha investigado durante décadas, utilizando fuentes archivísticas, orales y hemerográficas. Una de estas fuentes es el DIARIO DE LEÓN; para un historiador bucear en su hemeroteca es adentrarse en una fuente fundamental para el análisis de la vida cotidiana durante la dictadura; una suerte de archivo de lo cotidiano. El testimonio diario, contemporáneo de la vida política y cultural de la que es testigo, convierte a la prensa en un reflejo fundamental, aun sin ser el único, de la realidad social de una época.

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