Diario de León
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León

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alfonso garcía

El primer viaje de Carmen Busmayor –escribe Miguel Á. Varela en el Prólogo- fue fruto de la necesidad. Desde la aldea remota de Busmayor –pegada a la raya fronteriza que las lenguas contrabandean, la naturaleza burla y los hombres disponen caprichosamente en los mapas-, hasta Fabero, la capital de carbón y polvo en la ribera norte del Cúa». Lo que es cierto es que prácticamente desde entonces Carmen no ha dejado de viajar, viajera impenitente llena de curiosidades, sorprendente siempre: «Soy quien a menudo se sorprende columpiando vencejos y oropéndolas», escribe como testimonio de una sensibilidad en que los desheredados tienen cobijo especial bajo su mirada: «Siempre me he sentido próxima a las personas que sufren, sobre todo si procuran limpiar la maleza del mundo…». Viajes cercanos y lejanos por geografías variopintas, exóticas o menos pero nunca al uso, sino con una mirada personal, casi única, y algunos viajes que en propiedad deberíamos llamar «viajes interiores». Sus muchos saberes, curiosidades y sensaciones, su mirada limpia, la capacidad de contar, cualquier detalle, por nimio que parezca, se convierte en razón para elevarlo a categoría narrativa y nos abre, desde la amenidad y el buen oficio de la escritura, verdaderas ventanas al mundo. Hay quien tiene el don de ver más allá de lo que vemos los otros. Es difícil notificar en una nota como esta el centenar de piezas, generalmente breves, en que toman cuerpo lo literario, la amistad, el paisaje, lo personal, los acontecimientos, hasta los aconteceres deportivos…, que con tono distinto y la capacidad de relacionar e integrar muchos elementos, a veces dispares, al menos en apariencia, proporcionan al lector una lectura amena y enriquecedora.

Es verdad que los de Carmen son viajes necesarios para entender que viajar es mucho más que coleccionar fotos, acaso dejarse llevar por los derroteros que nadie antes había advertido. Déjese llevar.

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