Diario de León

Reportaje

Álvarez Velasco: «La infancia es el paraíso»

El escritor leonés retrata en ‘Incursión y muerte del diablo meridiano’ su infancia en la España de posguerra

León

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Adentrarse en el relato corto a los 80 años podría parecer un desvarío. Pero Francisco Álvarez Velasco lleva escribiendo toda su vida, a pesar de que en su casa de Cimanes del Tejar, que ahora cobra protagonismo en Incursión y muerte del demonio meridiano, no había libros. Autor de una serena obra poética, ahora ha querido hacer un «ajuste de cuentas·» con su infancia y con una de las épocas más amargas y oscuras de este país: los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil.

Cuando tenía puesto el título, cayó en la cuenta de que su amigo de la época de Claraboya Luis Mateo Díez ya había publicado hacía años El diablo meridiano. Precisamente, el creador de Celama, en una brevísima introducción de apenas un párrafo, da las claves de la nueva aventura literaria de Álvarez Velasco. «En Guadromal y a la orilla del Oribe el tiempo va y viene como corresponde a un espacio de resonancias legendarias, entendiendo la leyenda como el relato de las cosas inolvidables que suceden como si fueran cotidianas sin dejar de ser extraordinarias», cuenta Luis Mateo.

«Yo veo menos al diablo que Luis Mateo», dice Álvarez Velasco, que no ha perdido el humor tras bregar durante 25 años como profesor de Literatura en el Instituto Jovellanos de Gijón. En su caso, el demonio es un «guiño» a aquella España presa de un catolicismo feroz que rezaba: «Líbranos señor del diablo meridiano». Una letanía sin sentido, producto de una mala traducción del hebreo de un salmo de la Biblia —«No temerás el azote que devasta a mediodía» se convirtió en ‘demonio de mediodía’ (demonio meridiano)— .

El mundo rural podía ser muy hostil en los años 40, pero, pese al hambre, se divertía y era solidario

Le gusta la definición de ‘ruralismo mágico’ para etiquetar este libro de relatos donde, al igual que en Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, las historias suceden en un territorio imaginario, en un Macondo que para él es Nesmaci —alteración del término Cimanes—, bañado por el río Oribe (el Órbigo), donde transcurrió la infancia del escritor leonés. Personajes e historias reales se mezclan, a propósito o fruto de una memoria que dulcifica los recuerdos, con otros resultado de la fabulación del autor. «Por el Órbigo nunca pasó un tren y, sin embargo, en esta historia cobran bastante importancia», dice. Relatos en los que también está Carrisedo (Carrizo) el León de su época adolescente, cuando acudía a una librería de la calle Legión Cóndor.

Su padre, El Buchaca, carpintero de oficio y represaliado por el franquismo en el terrible campo de concentración de San Marcos, o su tío Manuel, que formó parte de un batallón de trabajos forzados y escribió unas memorias que Álvarez Velasco se plantea publicar algún día, cobran protagonismo a través de relatos como La pega republicana.

La prosa de Álvarez Velasco está tatuada por la impronta que dejó en su generación y en las anteriores el peso de la oralidad. «En Cimanes no había filandones —cuenta—. Eran veladas. Los inviernos eran fríos y larguísimos. Recuerdo a mi padre llevándome a hombros a esas veladas, donde se contaban cuentos, se cantaba y se recitaban romances. Esa oralidad está muy presente en mi poesía», reconoce. «Mi madre, sabía muchos romances, y allí le cogí el gusto al ritmo de la poesía».

Incursión y muerte del demonio meridiano es un intento de recuperar un tiempo que el escritor teme ir perdiendo. «Fue una infancia dura. Pero vista desde la distancia de un hombre de edad avanzada, se ve con melancolía y simpatía. El paraíso es la infancia», sostiene. El libro tiene también un rescate casi arqueológico de palabras en desuso.

Admite que ha perdonado «actitudes» que no perdonaría si estuvieran presentes. El libro tiene un tono amable, también su punto de humor y cierta alegría, pese a la desolación que sembraba aquel diablo meridiano en la España del nacional-catolicismo.

El telón de fondo es la España vaciada. Ese mundo rural que desaparece. Un mundo que podía ser muy hostil en los años cuarenta, pero que, «pese al hambre, se divertía y era solidario aún en la guerra».

Ahora, la imagen del mundo rural en vías de extinción puede que tenga poco que ver con aquel. Tampoco la actual ‘guerra’ del coronavirus es comparable a la cruenta contienda civil. Álvarez Velasco contempla la solidaridad y los aplausos desde los balcones sin hacerse demasiadas ilusiones. También entiende «el miedo que la gente tiene a estar sola». Pero le invaden a un tiempo el optimismo y el pesimismo. «Dicen que vamos a cambiar. Yo no lo sé».

La pandemia le impidió presentar el libro en León, pero justo pudo hacerlo en la Biblioteca Jovellanos de Gijón, donde reside el escritor de Cimanes desde los años setenta.

Los protagonistas de su libro están perfectamente elegidos, como el secretario del Ayuntamiento, Eusebio Pérez, que hacía una rúbrica con forma de pez; o don Olimpio, que bautizó y confirmó al escritor. «Nos tuvieron tres horas esperando a que llegara el obispo», recuerda. Pero el libro está poblado de decenas de personajes inventados. Y muchos «van de un sitio a otro», de un relato a otro. Como don Evelio, el maestro, un viejo republicano que ahogaba en silencio sus convicciones políticas; o la inolvidable Concha la Plexiglasa.

Los zapatos de Tirso Rosa es la historia de un modesto funcionario que fue paseado. El cura don Olimpio le entregó a la viuda los zapatos del marido el Día de Difuntos.

Gran admirador de Juan Rulfo, al igual que en Pedro Páramo, sus relatos se pueden leer también desordenados.

Álvarez Velasco bebe de la misma tradición que Antonio Pereira, Luis Mateo o José María Merino. Y comparte con ellos el gusto por la corrección y la precisión en la palabra. Sus aforismos y sus poemas son fruto de un trabajo de reescritura ímprobo. Cada libro es el resultado de un mínimo de cinco años de trabajo. Incursión y muerte del demonio meridiano surgió con un cuento en 2011.

No se plantea continuar en otro libro de relatos esta historia que concluye en 1947. «Quería hablar de la infancia y ya lo dicho todo». Sin embargo, admite que tiene algunas ideas que podrían dar lugar a relatos sueltos.

La biografía de Álvarez Velasco es un filón. Militante del Partido Comunista en los peligrosos años de la dictadura, fue uno de los fundadores de la revista Claraboya, en la que participó solo en tres números, porque se fue a Madrid, desde donde siguió colaborando haciendo traducciones de un poeta danés desconocido en León en aquel momento: Gustav Peterson, miembro de las Brigadas Internacionales, que falleció en la Batalla del Ebro. El escritor de Cimanes no sabía danés, pero convivía con un poeta de Dinamarca que le ayudó a descubrir al autor de El ser humano desnudo.

El poeta belga Fa Claes hizo una versión al flamenco del libro de Álvarez Velasco La hiedra del silencio. El escritor leonés es autor de poemarios como Tiempo de maldición o En el nombre del árbol. Algunos de sus libros han sido tra.ducidos al portugués, italiano y francés. También es autor de Y, de pronto, un pájaro (666 aforismos y otros decires), publicado por Eolas en 2018.

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