Diario de León

Dos amantes contra el holocausto

l Norman Ohler publica ‘Los infiltrados’, sobre Harro Schulze-Boysen y Libertas Haas-Heye

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josé oliva

A partir de diarios inéditos, cartas y documentos de la Gestapo, Norman Ohler descubre en el ensayo ‘Los infiltrados’ la importancia de los amantes Harro Schulze-Boysen y Libertas Haas-Heye en la más importante red de resistencia al régimen nazi. Verano de 1935, en un lago cerca de Berlín, un joven está pescando cuando ve a una mujer recostada en la proa de un barco que pasa, sus miradas se cruzan y nace una historia de amor pero también una conspiración contra el régimen de Hitler.

Harro Schulze-Boysen ya había derramado sangre en la lucha contra el nazismo cuando inició su romance con Libertas Haas-Heye y al poco tiempo de que ella se sumara a la causa habían organizado una red de luchadores antifascistas repartidos por todo el bajo mundo del Berlín bohemio. El propio Harro se infiltró en la inteligencia alemana para comunicar los planes de batalla de los nazis a los aliados, incluidos los detalles del ataque sorpresa de Hitler a la Unión Soviética.

En una entrevista, Norman Ohler explica que llegó a esta historia «por casualidad», al encontrar una carta de Harro en un archivo de Múnich, «una muy conmovedora y elocuente carta escrita, la última que escribió en su vida, dirigida a su padre en la que hablaba de la resistencia contra Hitler, y que Harro estaba dispuesto a sufrir las consecuencias». Fue así como descubrió que Harro no actuaba solo, sino junto al amor de su vida, Libertas, y ambos formaron «la mayor y más longeva red de la resistencia contra la dictadura nazi».

Los infiltrados (Crítica) reivindica, según su autor, los nombres de Harro y Libertas al mismo nivel de otros luchadores de la resistencia alemana, como «el conde Claus von Stauffenberg, con su atentado con bomba el 20 de julio de 1944; el solitario y maníaco Georg Elser, con su artefacto explosivo casero que no alcanzó a Hitler por apenas unos minutos en 1939; o la bonachona, pero rebelde, Sophie Scholl».

De hecho, añade Ohler, los resistentes de la «Rosa blanca», entre ellos los hermanos Sophie y Hans Scholl, comenzaron sus actividades bajo la influencia de Harro y Libertas.

Para esta investigación, Ohler, que ya había tratado el período nazi en su libro «El gran delirio. Hitler, drogas y el III Reich», pudo hablar con familiares y consultar documentos personales que no se pueden encontrar en archivos públicos. «Había una dificultad añadida pues cuando Hitler se enteró de lo que se estaba tramando contra él en el corazón de la capital del Reich, se enfureció tanto que ordenó borrar el recuerdo de tan extraordinaria aventura, distorsionarla hasta hacerla irreconocible, enterrar y ocultar la verdad sobre Harro, Libertas y el resto, y el dictador casi lo logró».

El trabajo de investigación ha hecho aflorar una verdad hasta ahora desconocida en la Alemania contemporánea: «No se sabía cómo actuaba este grupo de más de 100 personas contra el régimen nazi, formado casi a la mitad por hombres y mujeres que cultivaban un estilo de vida muy libre y poco convencional en medio de un régimen represivo».

En Los infiltrados aflora ya desde el preámbulo una historia personal del autor: en un encuentro rutinario para jugar con su abuelo cuando él tenía 12 años este, ante la insistencia del joven, le entregó en actitud apesadumbrada y en cierto modo liberalizadora un sobre que contenía su cartilla de miembro del partido, con todas las cuotas pagadas y un alfiler con la cruz gamada. Su abuelo había estado destinado como ingeniero ferroviario en Bohemia y allí había sido testigo de los trenes que desde la zona occidental se dirigían a los campos de concentración del este. Admite Ohler que la dictadura nazi se mantuvo por la pasividad de la población: «La mayoría de la gente simplemente colaboró, mayoritariamente con pequeños gestos, continuando con sus vidas, y por eso me pareció fascinante estos casos que no siguieron a la mayoría». Y si la oposición alemana no fue capaz de derrotar a Hitler y su régimen, añade Ohler, fue «simplemente porque no había suficientes personas que se atrevieran a hablar, gente como mi abuelo que callaron por miedo a la Gestapo».

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