Diario de León

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León

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josé enrique martínez

La muerte inesperada de mi padre aquel septiembre inundó mi mente de paisajes casi olvidados», escribe Víctor M. Díez en nota a Valle durmiente, su nueva obra escrita desde la sensibilidad y desde la conmovida memoria del origen, la infancia, el recuerdo familiar... De esa sensibilidad herida nacieron las dos obras de Valle durmiente, el drama titulado Aquí en la tierra y el poemario Vida en la reserva, «que dialoga con la pieza teatral». Lo interesante de esta última es, como escribe en la introducción Antonio Marcos, la conversión de «algo tan íntimo en una historia colectiva».

He leído la pieza con gusto, al tiempo que iba despertando en mí viejas lecturas, fuera Esperado a Godot, fuera El castillo, de Kafka, por más que en la obra de Díez se evoque a Brecht, en todo caso un «Brecht inverso en el que reconocemos a unos personajes que ya no esperan nada ni a nadie», en apunte del prologuista.

El poemario Vida en la reserva nació de la misma sensibilidad herida por el luto y por la pena, pero también, como señala el propio poeta, de la indignación por la miseria en la que vegeta «esta tierra de heladas negras» que es la nuestra.

Los poemas, especie de fragmentos de un único poema, nos instalan en un ámbito de imágenes que sobresaltan la memoria: viejos que «caminan buscando la era», la mañana que huele a ayer, el golpe de una pala en la puerta, una pala de nadie en la puerta de ninguno, los vecinos antiguos, solo memoria ya o espectros sobre el papel como «frutos de un bodegón» o quietos al sol como «indios merodeando en la reserva» -verso del que procede el título del poemario-, flashes del niño que fue o de los otros niños expectantes, imágenes errantes como galgos que huyen, «lo muerto que aún tiembla» en el alma sensible del poeta, ecos que llegan, por ejemplo, de los bolos tradicionales, donde birlar era una parte del juego...

En fin, fragmentos de la memoria, fragmentos de la vida y de otras vidas, residuos del recuerdo en un presente poco gratificante, «añicos de paisaje» que el poeta recorre por las afueras de la ciudad, «la herrumbre junto las tapias / absurdas».

Dos aspectos quiero destacar en la poesía de Víctor M. Díez: la omisión de toda palabra inútil, por rigor formal, y el hecho de que sea una poesía objetual: basta ver y nombrar; es suficiente para, por ejemplo, construir una escena que aún vibra en el recuerdo: «Sábanas en el río / lo blanco sobre lo verde. / Los niños, un enjambre / zumbando alrededor».

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