Diario de León

Tres aragonesas en los campos de la Shoa

l Mónica González publica ‘Noche y niebla en los campos nazis’

Elisa Ricol, en la primavera de 1942.

Elisa Ricol, en la primavera de 1942.

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Elisa, Alfonsina y Lise, junto con otras ocho españolas, son el núcleo de Noche y niebla en los campos nazis, un libro de la periodista Mónica González Álvarez que recupera el legado de estas mujeres ante la barbarie del nazismo. La autora relata el periplo de Elisa Garrido, nacida Magallón (Zaragoza), Alfonsina Bueno, de Moros (Zaragoza) y Lise London (o Elisa Ricol), que llegó al mundo en Francia y que era hija de turolenses. «Lo que tienen en común las tres es, sobre todo, su militancia política de izquierdas; ellas creían absolutamente en la libertad, en la justicia social, en la democracia. Estaban completamente en contra de la opresión y de los totalitarismos», explica la escritora, periodista de «La Vanguardia» y autora de más libros en los que también aborda el infierno nazi desde diferentes perspectivas. Tanto es así que las tres lucharon por sus ideas en la Resistencia francesa, una labor que las llevó a ser capturadas y trasladadas a campos de concentración como el de Ravensbrück, en Alemania, donde sufrieron todo tipo de atrocidades.

Silenciadas

Antes, se dedicaron en la Resistencia a funciones como la distribución de información y propaganda, a ayudar a cruzar la frontera pirenaica, a la curación de compañeros enfermos o a la ocultación de armas, una labor «muy importante» de unas mujeres que, sin embargo, «han sido muy silenciadas». Una vez hechas prisioneras, la autora relata que fueron sometidas a una «experimentación brutal» ginecológica, en el caso de Elisa y Alfonsina, y que sufrieron las violaciones de sus captores y los abortos de los hijos fruto de esas atroces relaciones.

A Elisa, incluso «le vaciaron el útero» y a Alfonsina, que ya había sido madre antes, «le inocularon una serie de líquidos en la vagina y jamás volvió a poder tener un hijo», unas secuelas brutales de su paso por estos centros de terror y muerte. De hecho, como destaca G. Álvarez, el libro ofrece una «visión femenina» de los campos de concentración ante la «doble victimización» que sufrieron las mujeres en estos lugares, por ser mujeres y prisioneras.

Sin embargo, cuenta la autora que, ante el horror, desarrollaron la solidaridad entre ellas, unas redes de cariño, ayuda, esperanza y apoyo llevada a cabo en pequeños círculos que les ayudó a sobrevivir. Esta manera de afrontar lo que les tocó vivir también les llevó, incluso, a hacer obras de teatro en Navidad o a disfrutar de una biblioteca itinerante que iba cambiando de lugar para no ser descubierta. «Intercambiaban recetas de cocina, contaban chistes, aprendían idiomas? y se reían, pese a todo», apostilla G. Álvarez sobre la forma de pasar el cautiverio de unas mujeres que «miraban más por las compañeras que por ellas mismas». Tras ello, les tocó regresar a una vida «que no era una normalidad al uso», ya que debían hacer frente de nuevo a los aspectos cotidianos, como por ejemplo hacer la compra o hablar con el vecino, mientras luchaban por desprenderse del «gueto moral» y a quitarse un sentimiento de culpabilidad por haber sobrevivido, mientras otros no pudieron. Las tres afrontaron su paso por los campos de manera distinta, de forma que, por ejemplo, Elisa Garrido «se decidió a vivir», a disfrutar de su familia «y a ayudar a todo deportado» que no tenía a dónde ir. En cuanto a Alfonsina Bueno, la escritora señala que «desterró completamente el holocausto de su cabeza» y llegó a separarse de su marido por esa causa, ya que este «quería seguir luchando para que se supiese la verdad de los campos», mientras que «ella prefirió, no renegar, pero sí olvidar».

Activista

Lise London, en cambio, se dedicó junto con su marido a dar charlas sobre su experiencia y escribió un libro en el que relató su paso por estos recinto; en definitiva, «continuó haciendo una labor didáctica y divulgativa por todo el mundo, contando su experiencia e intentando que las nuevas generaciones no cometiesen los mismos errores».

Aunque las tres han sido objeto de homenajes concretos, como por ejemplo el mural de Alfonsina en Berga (Barcelona), la calle de Elisa en Magallón o el reconocimiento de Lise como brigadista, G. Álvarez señala la falta de una reivindicación de estas mujeres deportadas en España. «Las mujeres españolas deportadas deberían tener un homenaje a nivel nacional, dando las gracias por su lucha contra los fascismos. Debería hacerse y que todos apoyásemos eso, independientemente de a quién vote cada persona», concluye.

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