Diario de León

UN AROCOÍRIS EN LOS AROS DEL OLIMPO

Los Juegos Olímpicos de Tokio serán los primeros en los que competirá una atleta trans, la neozelandesa Laurel Hubbar. El colectivo LGTBIQ +, aliado a activistas, deportistas y voluntarios, quiere hacer de la cita los Juegos de la diversidad y hacer avanzar sus derechos

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Un nuevo legado olímpico despunta en Japón, con la comunidad LGTBIQ aliada a activistas, deportistas y voluntarios para hacer de Tokio 2020 los Juegos de la diversidad y empujar el avance de unos derechos que todavía se resisten en el país anfitrión.

«Soy lesbiana y nunca imaginé confesarlo ante cientos de personas, se me cierra la garganta», arranca Yuri Igarashi delante de una cámara en Pride House Tokyo, el primer espacio nipón por los derechos del colectivo LGTBIQ.

Al otro lado, 430 voluntarios de los Juegos escuchan telemáticamente un curso de formación. Shigeyoshi Suzuki confiesa que es homosexual, Minori Tokieda es transgénero y Anri Ono da consejos para evitar la discriminación. Conceptos que han entrado en el mundo del deporte olímpico para quedarse. También en Japón.

Los voluntarios japoneses serán guías de atletas y espectadores, conductores o portadores de medallas y se preparan para los primeros Juegos en pandemia, pero también verán competir a la primera atleta trans, la neozelandesa Laurel Hubbar.

El público foráneo no llenará las gradas y el ambiente local estará restringido, pero el colectivo nipón LGTBIQ siente que esta competición, con el mundo virtualmente atento a Japón, no debe desaprovecharse. Es más, están convencidos de que impulsará avances.

«La situación en pandemia es complicada, entre dudas sobre su celebración o no, pero si los Juegos de Tokio arrancan, serán una gran oportunidad para el cambio en Japón e informar al mundo del colectivo», afirma Gon Matsunaka, presidente de Pride House Tokyo.

Gracias a este espacio varios deportistas japoneses han dado un paso al frente y confesado públicamente su orientación sexual «contribuyendo al cambio», afirma Matsunaka mientras menciona a jugadoras de rugby o fútbol, una boxeadora y un jugador de baloncesto.

Esta casa pionera del orgullo nipón abrió en octubre de 2020 para promover los derechos del colectivo e informar a la ciudadanía y está reconocida oficialmente por el Comité Olímpico Internacional. Hasta mayo, cerca de 2.000 personas la habían visitado y su legado aspira a ser permanente.

«Vienen personas que nunca han hablado con alguien del colectivo o no han salido del armario y piden consejo. Para los transgénero no es fácil encontrar lugares así. También acuden estudiantes con sus profesores», cuenta Matsunaka.

A pesar del ambiente conservador en el deporte nipón, Pride House Tokyo está impulsando cambios en el propio Comité Olímpico Japonés que el pasado viernes incluyó entre sus miembros al activista transgénero y exesgrimista japonés Fumino Sugiyama.

«La historia del deporte avanza en derechos y deja atrás la discriminación. El olimpismo aboga por la igualdad y es una buena plataforma para dar lo mejor siendo uno mismo», afirma Tokieda, miembro transgénero que anima a los voluntarios a llevar mascarillas con el símbolo arcoíris durante la competición.

Los voluntarios de los JJOO preguntan, tienen dudas, no saben qué palabras evitar para no discriminar, qué acciones tomar para mostrar su apoyo o qué baños indicar sin presuponer nada. Los miembros del colectivo explican la importancia de informarse, hablar de ello sin prejuicios y usar el lenguaje neutro.

En Tokio 2020 el diseño de los uniformes de los voluntarios viene además con enfoque de género y los de arbitraje serán sin falda.

En 2014, el Comité Olímpico Internacional incluyó una cláusula antidiscriminación tras el escándalo que provocó una ley antihomosexual rusa poco antes de los Juegos de Sochi. En 2015, el COI adoptó nuevas guías para la participación de atletas transgénero en la competición.

Sin embargo, el camino hacia una sociedad igualitaria y diversa a través de las competiciones deportivas choca con los pocos avances legislativos de Japón.

El colectivo LGTBIQ japonés sufrió este mayo un duro revés, cuando el parlamento votó en contra de un proyecto de ley antidiscriminación y un político afirmó que la comunidad «está en contra de la especie».

Además, la ley transgénero japonesa, que Matsunaka califica de «bárbara», contraviene los derechos humanos pues obliga a las personas que legalmente desean cambiarse de género a esterilizarse y a no estar casadas.

Japón es además el único miembro del G7 que no ha reconocido el matrimonio homosexual, a pesar de que 102 municipios han permitido el registro civil de estas uniones y está a la cola en derechos LGTBIQ entre 40 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).

«La sociedad ha cambiado, los únicos que no cambian son los políticos japoneses», dice Igarashi, convencida de que el mensaje de respaldo del presidente estadounidense Joe Biden a través de Twitter a Kumi Yokoyama, futbolista transgénero en EEUU, es una buena señal.

«Creo que el número de atletas que saldrá del armario a partir de ahora irá en aumento en Japón», vaticina.

«¿Qué legado queremos dejar a las nuevas generaciones?» es la pregunta final que lanza Suzuki a los voluntarios del otro lado de la cámara.

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