Diario de León
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León

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álvaro soto

Los chinos inventaron la seda, el material de las primeras banderas, y la ruta que sirvió para distribuir el tejido por Occidente favoreció la extensión de este símbolo en el mundo árabe y en Europa durante el Imperio Romano y la Alta Edad Media. «Se remontan a la antigüedad, pero no muestran ningún indicio de que vayan a pasar de moda», explica el periodista británico Tim Marshall, que ha analizado la trascendencia de los emblemas nacionales como generadores de identidad en su nuevo libro, El poder de las banderas (Península). Las banderas tienen la capacidad de «comunicar ideas rápidamente». «De forma subliminal, nos empapamos de su significado porque todas ellas tienen escrita una historia y están cargadas de emoción», sostiene Marshall. Así, la de la Unión Europea, con su color azul y sus estrellas brillantes, y la del Estado Islámico, con su fondo negro con un círculo blanco donde se lee ‘Mahoma es el mensajero de Dios’ y unas letras más arriba que dicen ‘No hay más dios que Dios’, ya envían un mensaje nada más ser contempladas. «Tienen la capacidad de encarnar sentimientos muy fuertes y consiguen que el pueblo siga una tela de colores entre balas y muera por lo que simboliza», cuenta el autor.

¿Vale la pena morir por una bandera?, se pregunta Marshall, y él mismo responde: «Mucha gente todavía siente fervientemente que su bandera representa su identidad y lucha por esa identidad aun sabiendo que puede costarle su propia vida». Aquí, el periodista relata la historia de un oficial cristiano del Ejército sirio durante la guerra del país contra el Estado Islámico. «Este militar, de religión cristiana, me contaba que la bandera siria evocaba un lugar donde la minoría cristiana árabe podía vivir en paz, una idea que estaba siendo amenazada por los yihadistas. La última vez que vi a este hombre se lanzaba contra una posición yihadista con las balas volando a su alrededor».

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