Diario de León
Los troncos de los castaños, retorcidos y huecos casi siempre, sirven de refugio y cobijo a una nutrida fauna, que encuentra en ellos condiciones óptimas para sacar adelante a su prole. Los castaños centenarios surgen por doquier en la ruta que lleva hasta la braña, que está casi abandonada, aunque conserva en pie algunas de sus cabañas. En sus calles es posible descubrir cómo se distribuía el espacio, los distintos elementos que precisaban los brañeiros en su trabajo cotidiano.

Los troncos de los castaños, retorcidos y huecos casi siempre, sirven de refugio y cobijo a una nutrida fauna, que encuentra en ellos condiciones óptimas para sacar adelante a su prole. Los castaños centenarios surgen por doquier en la ruta que lleva hasta la braña, que está casi abandonada, aunque conserva en pie algunas de sus cabañas. En sus calles es posible descubrir cómo se distribuía el espacio, los distintos elementos que precisaban los brañeiros en su trabajo cotidiano.

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Los montes del Alto Sil han sido desde siempre una fuente de riqueza para los habitantes de esta comarca. De ellos se obtenían la mayor parte de los recursos necesarios para la supervivencia, siendo la base de todas sus actividades económicas.

Regulados por ordenanzas ancestrales, muchas veces de tradición oral, pero conocidas por todos los vecinos, los montes no eran sólo la cubierta arbórea que proporcionaba leña para el hogar y la cocina, o madera y fustes para la construcción, elaboración de herramientas y aperos de labranza. Eran también, y son, pastos y praderías donde pace el ganado, los cazaderos donde se pobtienen jabalíes o perdices, fuente inagotable de recursos complementarios, pero imprescindibles, como miel, setas, plantas aromáticas y medicinales, frutos silvestres...

Entre los bosques que albergan las montañas del Alto Sil destacan los castañares, tanto por su considerable extensión como por el tamaño y edad de algunos de los castaños entre ellos presentes.

Aunque se trata de bosques históricamente manejados por el hombre (las crónicas cuentan que los romanos potenciaron su cultivo como fuente de alimentación para los esclavos) su estado de conservación es notable.

Los castañares exigen numerosas tareas para su mantenimiento, que pasan por la poda, que modela la fisionomía de los árboles, la limpieza del sotobosque, etc.

Los troncos de los castaños, retorcidos y huecos casi siempre, sirven de refugio y cobijo a una nutrida fauna, que encuentra en ellos condiciones óptimas para sacar adelante a su prole. Cada día retumba el eco del carabo en el monte. Su sonido, profundo y melodioso habla de la noche habitada por los murciélagos, topillos silenciosos y numerosos mamíferos que cazan al amparo de las sombras.

La ruta a la braña de la degollada se inicia en Palacios del Sil, donde puede contemplarse un magnífico puente medieval sobre el río Sil que es necesario cruzar para iniciar el ascenso. El camino sigue por la carretera que va a Salientes y, tras pasar la vía del tren, es necesario desviarse para tomar una pista que sale a la izquierda y conduce hasta la braña.

La pendiente es poco importante, pero el camino asciende poco a poco. Al ir ganando altura, comienzan a admirarse magníficas panorámicas del valle, encajonado entre laderas montañosas pobladas de bosque. En el fondo, el Sil discurre altivo, con mucha energía, precipitándose con rapidez hacia el Bierzo. Su curso divagante ha formado una amplia vega sobre la que ahora se asiente Palacios, con sus tejados negros de pizarra, sus huertas y sus tierras de labor. El camino discurre por un bosque mixto, abundantes en toda la comarca de Alto Sil y, en muchas ocasiones, muy bien conservados. Entre robles, acebos y abedules destacan los castaños, algunos centenarios, de magnífico porte, con el tronco hueco en el que busca refugio una nutrida fauna. Cuando el bosque se clarea y surgen entre el arbolado prados de siega, hay que dejar la pista por un camino a la izquierda, algo camuflado por el paso del tiempo. Por él se llega al poblado de La Degollada.

La braña está casi abandonada, aunque conserva en pie algunas de sus cabañas. En sus calles es posible descubrir cómo se distribuía el espacio, los distintos elementos que precisaban los brañeiros en su trabajo cotidiano y, sobre todo, el sabor de unas formas de vida bien distintas a las actuales.

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