Diario de León

La breve mentira de lo representado

DF4P6F1-20-04-00-6.jpg

DF4P6F1-20-04-00-6.jpg

Publicado por
León

Creado:

Actualizado:

josé enrique martínez

En 2018 Ana Isabel Conejo inauguró la colección Aura de poesía, de la editorial leonesa Eolas, con El lector de Dostoyevski; en la misma colección publica ahora Maestros apócrifos, «una galería de personajes imaginarios» tras cada uno de los cuales, y tras de cada poema en concreto, «late un homenaje a un personajes real o a un logro colectivo», como indica la contracubierta. Son treinta y nueve poemas con otros tantos maestros: El maestro de los engranajes, El maestro del flujo, La maestra de la voz, etc. Los poemas presentan, de este modo, una suerte de objetividad al hablarnos desde el poema no el yo más usual, sino una tercera voz, la del maestro en cada caso; por ejemplo, la voz de La maestra del espejo, que propone, evocando el mito platónico, no despreciar el mundo de los reflejos, pues «son algo más que sombras... / Hay un hogar para nosotros / en la breve mentira de lo representado». La palabra del maestro pretende proporcionar alguna enseñanza, sea de modo sentencioso, alusivo o de otro tipo. No es extraño que recurra al símil o al sentido figurado, nada raro en una poeta como Ana Isabel Conejo, de rica imaginación y sabia a la hora de construir imágenes originales y sorprendentes: «el perfume, esa victoria ineludible de lo efímero, / los zapatos, esos caparazones vacíos de los pasos»; en todo caso la enseñanza no pretende ser fútil o insustancial, brote de una intuición, de la experiencia de una meditación que atañe a la vida misma. No es baladí que el maestro de la madera diga que «el dolor nunca es parte de la esencia de lo espiritual» o que el tallar la madera sea «devolver su intensidad de imagen / al vértigo desnudo de la idea», ni que el maestro de la mirada entienda que esta significa «renunciar a poseer», ni que el maestro de la iluminación explique que «los caminos de la luz están hechos de oscuridad» o que el maestro del té reivindique «la pobreza de los sentidos como camino a la belleza».

El último poema se dedica, significativamente, a El maestro de poesía, que no es otro que Orfeo; pero mientras otros poetas lo invocan como símbolo de la armonía y la plenitud (Colinas, por ejemplo), Ana Isabel poetiza la pérdida de Eurídice al salir hacia la luz: «y me volví para mirarte y te perdí, / en el sentido de que tal mirada / fue una renuncia expresa a poseerte». Acaso evoquemos nosotros el dicho machadiano de que se canta lo que se pierde, que es, al fin, el más hondo asunto de la poesía.

tracking