Diario de León

Carlos Fuentes, el escritor que cambió el rumbo de la narrativa mexicana

l Se cumplen diez años de su muerte, uno de los autores

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amalia gonzález manjavacas

Intelectual cosmopolita, diplomático, ensayista, novelista, dramaturgo, profesor universitario... autor tan prolífico y polémico como comprometido con su tiempo, Carlos Fuentes destacó por su inteligencia y erudición, por la agudeza y brillantez de sus reflexiones y por el conocimiento de la psicología de lo mexicano, a la que llega gracias a su amplia perspectiva cultural.

Vino a demostrar que el estudio en torno a la creación de la identidad nacional no estaba reñido con la crítica incisiva en cuestiones sociales o políticas, para lo que desarrolló un lenguaje audaz y novedoso que incorporaba neologismos, palabras coloquiales y extranjerismos, recursos que cambiaron el rumbo de la narrativa mexicana, constituyendo así uno de los pilares del llamado «boom latinoamericano». Carlos Fuentes Macías, de padres mexicanos, nació en Panamá el 11 de noviembre de 1928 donde su padre, diplomático de carrera, ejercía en ese momento. Tuvo una infancia cosmopolita. Se licenció en Derecho en México y se doctoró en Ginebra y fue también embajador de su país en Francia (1975-1977) y después profesor de Español y Literatura Comparada en las universidades de Princeton, Pensilvania, Harvard –donde en 1988 fue el primero en ocupar la cátedra Robert Kennedy- y en Dartmouth, una faceta menos conocida -pero con la que él disfrutaba- que la literaria pero que resulta esencial para entender la proyección e influencia intelectual que ha dejado.

SSu formación pluricultural lo llevó a estar muy comprometido con la política internacional y en concreto con los problemas de Iberoamérica. Desde sus primeros textos, destacó por esa valiente crítica social que destila por todos sus poros y que es constante en su obra.

Cuando en 1958 apareció La región más transparente, un joven y poco conocido escritor desvelaba a los mexicanos que su tan celebrada revolución fue realmente un fracaso porque fue traicionada, una joya literaria que supuso toda una transgresión a la narrativa de la época y marcó el camino a otros escritores. Cuatro años después salía La muerte de Artemio Cruz, donde el mexicano volvía a abundar en la revolución traicionada, recordada ahora desde su lecho de muerte, la de aquel poderoso empresario que no dudó en traicionarla a cambio de poder y dinero. En «La voluntad y la fortuna» (2008) cierra el ciclo de la historia de México retratada una y otra vez como un trágico mosaico de permanentes tintes violentos, una radiografía sobre el ejercicio del poder en una nación donde se alcanzan niveles de corrupción y violencia sin precedentes.

Fuentes reflexiona con suma lucidez y valentía llegando a decir: «Un país de más de cien millones de habitantes que no puede darle trabajo, comida o educación a la mitad de la población, un país que no sabe emplear a los millones de obreros que necesita para construir carreteras, presas, escuelas, viviendas, hospitales, un país donde el hambre, la ignorancia o el desempleo conducen al crimen y una criminalidad que lo invade todo, el policía es criminal, el orden se desintegra, el político es corrupto…»

Otras veces prefiere resumir tirando de humor o sarcasmo, con sabor agridulce: «En México, en toda la América Latina, tomamos la retórica por realidad. Progreso, democracia, justicia. Nos basta pronunciarlas para creer que son ciertas. Por eso vamos de fracaso en fracaso.»

LA REVOLUCIÓN TRAICIONADA

Consideraba Carlos Fuentes que política y literatura en Latinoamérica eran inseparables, por eso entre los años 50 y 60 puso el foco en Cuba, motivado como estuvo en su juventud por la hazaña guerrillera que vio en la revolución cubana, basada en un modelo socialista que no tuvo la mexicana. Gabriel García Márquez solía decir que el intelectual que más sabía de Cuba era Carlos Fuentes, pero nunca despejó las razones de su silencio tras la deriva autoritaria que tomó el régimen de Castro. Y no fue el único. Otros representantes del «boom latinoamericano» se distanciaron también en la década de los ochenta de la Revolución cubana.

Si al principio el escritor mexicano dio a conocer públicamente su apoyo a La Habana, con los años y con las acciones de Castro rectificó: «Las revoluciones las hacen hombres de carne y hueso, no santos, y todas terminan por crear una nueva casta privilegiada». En sus escritos, discursos y frases encontramos constantes referencias: «La libertad revolucionaria es pervertida por el poder personal».

Cuando recibió el Premio Cervantes en 1988 en la Universidad de Alcalá de Henares, Fuentes definió la grandeza del autor de «El Quijote», Miguel de Cervantes: «nos ofrece la creación de una realidad paralela a la del mundo existente. Una realidad que no existía previa a la publicación del libro y que ahora existe, no porque el novelista la haya creado, sino porque el escritor nos ha permitido ver lo que ya estaba, y no lo veíamos, o lo que aún faltaba, y no lo imaginábamos».

De la lectura de otro de sus autores imprescindibles, Fiódor Dostoievski, y de su obra «Crimen y Castigo», Carlos Fuentes hila fino cuando dice: «El mal es el precio de la libertad. Y lo es porque el mal nos revela lo que podemos ser siendo libres y le otorga a la libertad un precio superior, más allá del peligro latente en el ser humano».

Y de otro de sus imprescindibles, el colombiano, y gran amigo, Gabriel García Márquez de su novela Cien años de soledad sentencia: «Somos lo que hacemos a partir de lo que heredamos. Nadie escapa a la servidumbre y a la gloria de su ascendencia». Fuentes recibió los más altos reconocimientos y galardones nacionales e internacionales —solo le faltó el Nobel de Literatura al que fue candidato en varias ocasiones— entre ellos, el Premio Biblioteca Breve (España,1967); el Rómulo Gallegos (Venezuela,1974); Alfonso Reyes (México,1979); el Premio Nacional de Literatura (México,1984) o el mencionado Cervantes.

En uno de sus discursos como el que pronunció con motivo del Premio Príncipe de Asturias 1994 demostró, una vez más, que por encima de todo, su amor y dedicación a su tierra era incuestionable: «Interpreto todo premio que se me da como un premio para mi país, México, y la cultura de mi país, fluida, alerta, no ideológica, parte inseparable del dramático proceso de transición democrática y afirmación de los valores de la sociedad civil, que vivimos hoy, con esperanza decidida, 90 millones de mexicanos. A mi patria y a sus valores hago acreedores de este premio».

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