Diario de León

CARMINHO, EL MILAGRO DEL FADO

Carminho canta desde muy pequeña, desde los tres o cuatro años, cuando estaba sobre el regazo de su padre, pero escucharlo -sonríe-, desde mucho tiempo antes. Su madre —Teresa Siqueira— es también fadista y, naturalmente, le cantaba cuando estaba embarazada.

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Su voz suena tan auténtica y convincente al hablar, como cuando canta. Con un perfecto español la fadista Carminho (Lisboa 1984) habla con Efe, y nos dice que lo aprendió «sobre la marcha, viajando, por la vida...» —se rie—, quizá por esa cercanía del Algarve, su querida tierra portuguesa del sur, donde pasó gran parte de su infancia. Aunque, al final, «todo es cuestión de oído», asegura Carminho con la misma naturalidad y elegancia que proyecta sobre el escenario.

—Para situarnos, Carminho ¿Cómo definiría el fado?

—El fado no es solo música, es una forma de sentir. Como la mayoría de lo que es auténtico y puro, surgió en los barrios de Lisboa donde vivía la gente más humilde, marineros, prostitutas… Es una expresión popular que nace en las ciudades y, como tal, va ligado y evoluciona, con ellas, con su gente.

—¿Qué tiene el fado que gusta siempre?

—Creo que es su autenticidad, su sensibilidad, su alma... Al igual que ocurre con el flamenco, el fado nace para compartir los sentimientos, para sobrevivir, para contar lo que le pasa en la vida, pero también en el alma, para expresar vivencias, penas…. Quizás para no tener llorar delante de los demás, pero para compartir con ellos las tristezas. Es una manera de expresar el dolor, la melancolía, pero sin exponerse demasiado.

—¿Existe lo que podíamos denominar un fado moderno?

—Como digo, el fado es una canción popular urbana y como la misma ciudad, está vivo y se va transformando con la sociedad. Le sucede como al flamenco, con el que se pueden hacer muchas formas de colaboraciones sin perder la esencia musical, las raíces, ya que es precisamente esa autenticidad lo que les diferencia y hace grandes.

—Parece que el fado y el flamenco tienen mucho en común…

—Si, son dos géneros únicos. Los dos pueblos beben de sus ancestros, de ese carácter de tierra y festejo. El flamenco y el fado tienen diferentes formas de expresar la música pero, a la vez, tienen un mismo origen emocional muy fuerte, una raíz popular con mucha improvisación, que sale del fondo de la emoción y de la experiencia. Ambos utilizan un lenguaje corporal muy particular y único. Eso los hace genuinos y universales.

—¿Lo hizo por tradición familiar entonces?

—No, sino por una voluntad de expresarme, de cantar y decir lo que siento. Y eso llevó su tiempo. Es necesario pasar por esas etapas de dificultad, de depresión, de ser probados por la vida, para saber crecer. Es lo que nos obliga a salir del lugar en que estamos e ir hacia otros… Este crecimiento personal me aportó más seguridad.

—¿Y experiencia…?

—Grabar un disco puede resultar fácil, pero defender lo que haces es mucho más complicado. Algo que no se puede cuando eres demasiado joven. Necesitaba, efectivamente, más experiencia, conocerme mejor a mí misma y saber más sobre el mundo.

Carminho ha cantado otros ritmos y estilos sin perder su autenticidad. Ya lo hizo por ejemplo con la bossa nova, o el jazz en su cuarto disco: ‘Carminho canta a Tom Jobin’, todo un homenaje a los artistas más importantes del jazz mundial y de la música brasileña.

—¿Está a gusto con su género o está abierta al fluir de la música?

—No hay que forzar nada. Todas las músicas buenas tienen sus seguidores, precisamente porque se mantienen como son. Esa es su riqueza. El fado tiene mucho público , no hay que competir con nada, solo dejar que se acerquen, que escuchen, que sientan… y ya. Es suficiente. No hay que andarse con concesiones. ¡No hace falta!».

—¿Ha ganado o perdido seguidores el fado en estos tiempos?

—El fado goza de muy buena salud y es tremendamente apreciado y demandado en Europa, en países como Polonia, Alemania y Austria…. especialmente en los países del este y en toda Iberoamérica.

Con cinco discos en el mercado, «Fado» (2009), «Alma» (2012), «Canto» (2014), «Carminho Canta a Tom Jobin» (2016); en 2018 publicó «Maria», su trabajo más íntimo y personal.

—Ahora se aborda el fado ahora desde otra perspectiva, desde la memoria de su pasado. Si ahora hay muchos más rostros femeninos en este género fue gracias a Amália Rodrigues...

—Por supuesto, ella fue la primera, el modelo a seguir, quien internacionalizó el género. Basta escuchar su primera canción «A Tecedeira», a capella, con esa intensa y envolvente voz, para darse cuenta de que es su disco más íntimo y personal. Su impresionante voz transmite emoción contenida hasta cuando modula los silencios. Como dice ella , «la voz femenina tiene esa sutileza y el drama expresivo más marcado».

—En este trabajo compuso, creo las letras, la voz…

—Sí, me supuso mucho esfuerzo. Hice una deconstrucción de todos los instrumentos, retirando uno a uno para conocerlos mejor.

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