Diario de León
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c Eduardo García Moral defiende que ‘No, el problema no son los bares, son los clientes’: «Como decía Ortega y Gasset ‘yo soy yo y mis circunstancias’, y más allá, parece que, o no queremos ver, o no podemos ver, me inclino bastante más por lo primero que por lo segundo, viendo que esta misma tarde, he decidido dar un garbeo por el centro del pueblo, he visto terrazas llenas, gente aprovechando los pocos rayos de sol en estos meses de frío y lluvia, pero lo que más me ha llamado la atención, es que la gran mayoría, se sientan, y entran en una zona de ‘confort’, donde el ‘bicho’ no existe, posan sus mascarillas encima de la mesa, o directamente se las guardan en el bolso, y solo hay que ver la cara de la camarera que sale para atender la mesa, era todo un poema. He parado en un bar, a tomar un café con leche, sin conocer al camarero que me atiende, y le pregunto, ¿no estáis cansados de que la gente no cumpla las normas? A lo que me ha contestado, ‘estamos hartos, si encima, les dices algo, se enfadan y no vuelven, alguno entra incluso sin mascarilla directamente por la puerta, se lo dices una vez, dos, pero ya no podemos más, incluso se ofenden si les llamas la atención, es una falta de respeto a toda esa gente que trabaja contra esta pandemia y a los trabajadores, ya que yo tengo que llevar ocho horas seguidas esta mascarilla y ellos no son capaces de quitarla y ponerla para beber o comer’. Los trabajadores de la hostelería, no son policías, bastante tienen con aguantar el chaparrón que les está cayendo encima, para que encima los clientes que se creen dueños y señores del establecimiento por tomar un triste vino, pongan la salud de ese trabajador en riesgo.

c Luis Alberto Rodríguez Arroyo escribe de ‘Cataluña, camino de otro laberinto’: «No son necesarias más evidencias para reconocer que la vía secesionista unilateral y desobediente es el proceso que curiosamente más daña los deseos independentistas catalanes. La estancia de políticos en la cárcel —por cometer delitos, no por sus ideales— y la imagen de ellos mismos entrando y saliendo de prisión con pancartas que solicitan amnistía y gritando que lo volverán a hacer, tranquiliza a unos cuantos electores ampliamente ideologizados, pero convierte el futuro de Cataluña en una quimera. Nos guste y les guste más o menos, la vía del 1 de octubre de 2017 fue un órdago al que se vieron abocados quienes lo habían prometido, pero de resultados nefastos —varios fugados y varios encarcelados— no sólo para sus protagonistas sino para el conjunto de la sociedad catalana en particular y española en general. Por ello sería un error volver a introducir la papeleta en la urna del 14 de febrero ansiando volver al laberinto del procés ya estudiado y fracasado. Y un flaco favor depositar la confianza en una mayoría secesionista que sigue empeñada en la vía ilegal. Y es que la forma de salir de un laberinto no es ampliándolo o metiéndose en otro, sino buscando una salida lógica y viable al enjambre de caminos. Por ello —y aunque en otras circunstancias también sería una mala opción— el tripartito —aunque dé alas a Sánchez e indulte a Illa— es la única llave para salir del laberinto».

c Pedro García cree que ‘Urge una política de empleo’: «No por esperados dejan de ser menos catastróficos los datos del paro conocidos en los últimos días. El año 2020 se saldó con setecientos veinticinco mil parados más, un veintitrés por ciento superior al año anterior. En diciembre, mes en que es tradicional que aumenten las contrataciones por la campaña navideña, España tuvo un saldo negativo de treinta y siete mil empleos. El total de ciudadanos en paro alcanza la cifra de tres millones ochocientos ochenta y ocho mil, que nos coloca en los peores datos de una década, fruto de una crisis sin precedentes provocada por la pandemia, y de una estructura del mercado laboral que no se adapta al tiempo que vivimos. Para completar el mapa del empleo en España no hay que olvidar los Erte que siguen en vigor».

c Luis Álvarez García titula su carta ‘Érase una vez un puente de piedra’: «Son ya muchos los disparates y aberraciones urbanísticas que se han hecho en este país. Esta vez le ha tocado a un puente de piedra que da acceso al pueblo de Genestosa, en Babia. Algún iluminado ha decidido homologar este magnífico puente de piedra con los viaductos de la A-66. En menos de 24 horas y con alevosía han atentado contra las mínimas normas estéticas de la ingeniería civil. Ha sido como ponerle un casco de moto a una paisana con traje regional. Un despropósito sin sentido común. Una aberración digna de figurar en los manuales de lo que no se debe hacer. Quizás buscan atraer un turismo diferente. Estudiantes de ingeniería civil, diseñadores industriales, japoneses y curiosos. Hasta las vacas se quedan pasmadas cuando cruzan el puente y se les sueltan los esfínteres. El cantero que perdió la vida colocando estos magníficos pilares de sillería se revolvería en su tumba si viera semejante barbaridad. Y con dinero público y en tiempos de crisis. Toma ya. Se les olvidó poner una placa con el nombre del responsable para que podamos rendirle homenaje. Puente, ¿qué puente? Es una lanzadera espacial, un objeto no volante no identificado, un dron de nueva generación. ¿Dónde está el puente? Y lo peor de todo es que con estas barandas ya no puede uno ni tirarse del puente, que es lo que te pide el cuerpo cuando lo cruzas. Como diría un paisano cualquiera: para mear y no echar gota».

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