Diario de León

DE UNA CASA BAJO LA LAVA A UN BARCO POR HOGAR

Luis tiene 90 años y vive con su mujer en una pequeña lancha atracada en el puerto de Tazacorte tras ser desalojados por el volcán. Jaqueline, que ahora es su vecina de pantalán, iba a vender su velero el día que el Cumbre Vieja entró en erupción

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Don Luis el médico, como lo conocen en Todoque, tiene 90 años y todavía se atreve con atunes de 300 kilos. Su barco venía con nombre cuando lo compró, el ‘Hammurab’ —los marineros creen que da mal fario cambiarlos—, una vieja lanchita de seis metros con dos, cabina y un par de literas que Luis Rodríguez apenas había utilizado hasta ahora. De hecho, antes de todo esto planeaba venderlo. «Ya no. Cuando nos vinimos aquí después de la erupción, Luis dijo: ‘Vamos a restaurarlo entero’», afirma Margaretha Straates, una holandesa entrañable a la que el rumor del volcán no le apaga el sentido del humor, mientras tiende una camiseta en la caseta. Porque el ‘Hammurabi’ es, desde hace 10 días, su hogar.

Luis estaba al teléfono con un familiar que vive en Sudamérica y que lo llamó preocupado por las noticias sobre los seísmos en La Palma.

Justo hablaban de la posibilidad de una erupción cuando el Cumbre Vieja interrumpió la conversación. «Le dije: ‘¡Ya explotó, me voy! Y colgué», relata él. Luis fue a su casa, en el Camino de la Majada de Todoque, y avisó a Margaretha. Apenas les dio tiempo a hacer el petate cuando la Guardia Civil llamó a su puerta para evacuarlos.

«No queríamos marcharnos de aquí, pero tampoco teníamos dónde ir. Quedaban algunos apartamentos, pero a 100 euros la noche. ¿Quién puede permitirse eso?», cuenta Margaretha, que es 10 años más joven que su marido. Allí fue donde lo decidieron: nos vamos al barco.

En el Hammurabi duermen sobre dos colchones de tres dedos de grosor —«aquí te quedas con el cuerpo un poco encogido»— y se han comprado hasta un pequeño aparatito de aire acondicionado. Tienen agua, cerveza, gazpacho y «la leche que toma Luis». De sus tres gatos sólo pudieron traerse a uno, «la hembra», pero saben que los otros dos están bien porque la Guardia Civil los acompañó hace unos días a verlos y a recoger unas medicinas.

En el barco, el día de la marmota en el que están instalados empieza muy temprano, sobre todo para Margaretha, a la que le cuesta conciliar el sueño con el sonido de las explosiones del volcán. Desde la popa se divisa la columna de humo. «Menos mal que los dos estamos sordos de un oído», bromea ella.

El agua dulce se ha convertido en un bien aún más preciado, «porque gastamos muchísima», interviene él. El resto del día se van apañando a base de bocadillos.

«Tengo la cabeza todo el día llena de arenilla y de ceniza, como si fueran piojos». ¿Cómo es verse así, a su edad, durmiendo en un viejo barco y con su casa amenazada por la lava? «Eso no se piensa. Seguramente lo evitamos para que no nos afecte psicológicamente. Si no, caeríamos en una depresión. Hay que afrontar las cosas como vienen y responder lo mejor posible», explica Luis, al que le delata el acento gallego.

Se conocieron cuando ella era una adolescente en un viaje a Holanda que una hermana de Luis le regaló al terminar los estudios de medicina. Se cruzaron en un parque, se miraron y hasta la fecha. Como ella era menor, tuvo que darle la dirección de una amiga para empezar a cartearse. Y como no entendía ni papa de lo que él le escribía, se compró con sus primeros ahorros un pequeño diccionario de español-holandés que aún conserva.

A Luis la especialidad —cirujano digestivo— lo llevó por algunos hospitales del mundo: Utrecht (Holanda), Londres (Inglaterra), Düsseldorf (Alemania).

«Yo no quería vivir en España (en la Península) ni él en Holanda», aclara Margaretha. Y así acabaron en La Palma.

A tres pantalanes de distancia asoma Jacqueline Rehm (49 años) con una bolsa de la compra. Ella llegó con su pareja a la isla bonita en 2019. Alquilaron una casa en Todoque y se gastaron parte de sus ahorros en amueblarla a su gusto. Con lo que les quedó, compraron el ‘Stella Maris’, un velero de 7,6 metros de eslora y 2,5 de manga que repararon y renovaron las jarcias y el velamen.

Como Luis y Margaretha, ellos también se refugian del volcán en su barco. La noche del martes, cuando la lava tocó el mar, la Guardia Civil desalojó el puerto y estuvieron a punto de quedarse sin lo único que les queda. «Al rato, les pedimos volver al barco porque ya no tenemos casa. No sabemos cómo está, si la ha arrasado la lava o si sigue en pie. Nos preguntaron si teníamos otro alojamiento y les dijimos que no. Y menos mal que todavía nos quedaba el barco, porque el domingo por la mañana, cuando salió el volcán, queríamos venderlo». Ese día habían quedado con una chica francesa interesada en adquirirlo.

Jacqueline sintió la erupción al lado de su casa. «Fue como si un avión volara muy bajo». La policía los desalojó al rato y esa misma noche, la del 19, durmieron en el velero. Ella escucha música para silenciar las explosiones del Cumbre Vieja. «Nos llevamos lo que nos dio tiempo: las motos, los papeles, los móviles y los cargadores. El resto se quedó allí. Y hemos gastado un montón de dinero en los muebles». También están sus cuadros, porque Jaqueline tiene talento para la pintura y vende algunas obras.

Jacqueline se ganaba la vida trabajando en alquiler de coches, aunque con la pandemia se quedó sin empleo, de ahí que planearan vender el ‘Stella Maris’. Su pareja tiene una pensión, «pero yo necesito trabajar», dice ella. No descarta volver a Alemania, pese a que La Palma era su sueño. «Nos gustaba mucho porque aquí no hay estrés, aunque después del volcán nada será igual».

Confiesa que su pareja pensaba que en ese barco no se podía vivir.

«No tenemos mucho sitio dentro, pero se está bien. Hay dos literas, tenemos gas, un calentador de agua, hemos comprado una cafetera pequeñita y te puedes duchar aquí delante. ¿Qué más se necesita? Un español me enseñó el otro día: hay que apechugar con lo que viene». Y eso hace.

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