Diario de León

EL CASO DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR QUE ESCRIBÍA SOLA

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León

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Julio de 1935, un año antes del estallido de la Guerra Civil. El director de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad, en la Casa Botines, observó luces debajo de la puerta de un despacho contiguo al suyo, al tiempo que oía ruidos extraños. Entró, pensando que había alguien al otro lado, sin que hubiera persona alguna, y pensó que eran figuraciones suyas. Pasado un tiempo, ocurrió el mismo fenómeno y se acercó a la puerta con todo el sigilo que era capaz, a fin de sorprender a quien hubiera detrás, pero la sorpresa se la llevó él al comprobar que no había nadie. Entonces se fijó que en la máquina de escribir Royal había una cuartilla escrita, y pensó que se la había olvidado al actual abogado de la Entidad, quien, a veces, solía usar el despacho. Le telefoneó para contárselo, y sorprendió al oír que él no dejó nada escrito, ni había estado ahí últimamente. Para comprobar lo que sucedía, extrañado, seguidamente el abogado se fue al despacho, comprobando que efectivamente había una cuartilla escrita, pero no redactada por él. Y así quedó la incógnita.

No habían pasado dos días, cuando el director al cruzar otra vez por delante de ese despacho, sintió como el “tecleo” de la máquina de escribir, pero no lo dio importancia pensando que se trataba de una percepción ilusoria. Sin embargo, al día siguiente volvió a oír el tecleo, y se lo volvió a contar al abogado. Intrigados ambos, se propusieron averiguar que es lo que sucedía. y durante varias tardes, cuando ya se habían ido los empleados de las oficinas, se quedaron para ver si daban con el misterio.

Por fin una tarde, cuando ya anochecía, volvió a oírse el sonido del tecleo de la máquina y el ruido que hacía el carril al cambiar de línea. Cuando entraron para averiguar qué ocurría, no había nadie utilizándola. De hecho no había nadie allí, excepto ellos. Además la máquina no escribía nada realmente, sólo se escuchaba la imitación de su sonido.

De repente el director recordó que en una ocasión había aconsejado al abogado anterior que sería conveniente que aprendiese a escribir a máquina, en vez de seguir haciéndolo a mano. Y el hombre, sorprendido, le contestó: «¡De ninguna manera! ¡En absoluto! ¡Me niego! ¡No quiero saber nada de esos artilugios del diablo!». Y así se fue de esta vida aquel pobre hombre, inmerso sólo en sus leyes, que no quiso aprender a escribir a máquina.

Ambos, director y abogado se miraron, y tuvieron el mismo pensamiento. El que intentaba escribir, el que tecleaba, no podía ser otro que el fantasma del que se fue que, arrepentido, regresaba del otro mundo para aprender a escribir a máquina. Después, nunca más se volvió a oír el tecleo. Pero….. la vieja máquina de escribir Royal de la Casa Botines siempre estaba limpia, brillante, como si alguien la siguiera usando y pasara de vez en cuando, amorosamente, un paño sobre ella. Pudo ser otro caso de un difunto que regresa para terminar algo que no pudo o quiso realizar en vida.

Así lo dejamos. Es tarde. Las sombras se apoderan de cada uno de los rincones de mi estudio. Pero las ‘historias incontroladas’ de la Casa Botines, no acaban aquí. ¡Hay otros mundos que no son de este!

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