Diario de León

Celia Santos: una mujer de acero y paz

l La escritora de origen salmantino presenta su novela ‘La niña de Rusia’

La escritora Celia Santos, que publica ‘La niña de Rusia’

La escritora Celia Santos, que publica ‘La niña de Rusia’

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irene dalmases

Rememora la autora, que empezó a tratar a Teresa Alonso después de que el presidente de la Asociación Catalana de Expresos Políticos del Franquismo, Carles Vallejo, le hablara de ella y le contara la historia de una niña de apenas doce años, que tras el bombardeo de Guernica, en 1937, fue embarcada junto a otros hijos de republicanos en el Sontay, con destino a la Unión Soviética. Publicado por Ediciones B, el último título de Santos se centra en la peripecia vital de una refugiada de guerra, que se vio envuelta allí en la Segunda Guerra Mundial y vivió veinte años en Rusia. Luego pudo volver a España, en 1957, después de que el dictador Francisco Franco permitiera la repatriación de los españoles de la Unión Soviética «no por humanidad —advierte Santos— sino para que el gobierno americano, a través de miembros de la CIA, les pudiera interrogar para extraer información útil en plena Guerra Fría».

Celia Santos desvela que al principio, en las primeras visitas que le hizo esta «niña de Rusia», vecina suya del barrio, estaba «como suspicaz, pero enseguida entramos en su historia y han sido muchas conversaciones, más de cien horas de grabación, desde que era una niña en San Sebastián, hija de ferroviario y sindicalista, que presenció el bombardeo de Gernica, a sus historias de amor, su maternidad o su regreso nada fácil a España».

Durante el confinamiento, Celia Santos, autora de La maleta de Ana, sobre mujeres españolas que emigraron a Alemania, escuchó todas las horas de grabación y se planteó que aquellas vivencias podían tomar forma de novela, «que es más efectiva que la crónica, la biografía o el ensayo». Teresa Alonso, a la que le encanta nadar, no se ha dejado nada en el tintero, unas vivencias «que a muchos lectores les parecerán increíbles, pero que son totalmente reales y muy duras».

De sus primeros años en la Unión Soviética, hace un especial hincapié en la educación «porque para ella los tres años en la ‘Casa de niños’ de Kiev fueron excelentes y siempre estará agradecida por esa educación». Acabados estos tres años, fue enviada a San Petersburgo, entonces Leningrado, donde empezó a estudiar en una Escuela Taller, y conoció al gran amor de su vida, pero estalló la Segunda Guerra Mundial y aquello fue «el sálvese quien pueda», afirma.

Consiguió salir del cerco de Leningrado y, tras un viaje en tren de cincuenta días, acabó en Georgia en una fábrica de seda, de la que no guarda ningún buen recuerdo. Al acabar la guerra, volvió a Moscú, en una operación de reagrupamiento de españoles a cargo del PCE, y allí conoció al que sería el padre de su hija Carmina, que actualmente tiene 71 años. En 1957 regresó a España con la niña y acabó en Barcelona, cerca de donde estaban sus padres, que vivían de forma mísera en una población cercana. Trabajó como recepcionista en el hotel Arycasa de la capital catalana, donde conoció al torero El Cordobés y al escritor Camilo José Cela, quien le pedía que le contara cosas sobre Rusia. En junio de 1959, en el establecimiento se alojó el violinista ruso David Oistrakh, y Teresa Alonso, al ser la única persona que dominaba el idioma le hizo de intérprete, lo que comportó su despido, puesto que el dueño del hotel, construido para el Congreso Eucarístico de Barcelona, al saberlo la despidió por «roja». Su hija acabó en un internado del Auxilio Social y ella en un «cuartucho bajo una escalera en el Poble Sec», trabajando, poco después, en el hotel Condado, en el llamado barrio chino perfumado, donde se alojaban los jugadores del Barça como Chus Pereda, a quien le tejió una toquilla de punto para su hijo recién nacido.

Acabó jubilándose como telefonista de la Pepsi-Cola y casándose en 1972 con Rafael Mora, hermano de Víctor Mora Alsinella, autor del libreto de la zarzuela Cançó d’amor i guerra y tío del escritor y guionista Víctor Mora Pujadas, tal como se plasma en La niña de Rusia.

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