Diario de León
León

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Que los coches sigan siendo los dueños del centro es tan antiguo como ser propietario de uno. «Es algo tan siglo XX», me decía una amiga el mes pasado... Pues sí, pasear por Alfonso V, por Gil y Carrasco, por Ramiro Valbuena o por cualquier calle de la ciudad mientras sorteas el ruido y aspiras de los tubos de escape es muy siglo XX, pero de la era Ford y no precisamente el de ‘Un mundo feliz’. Como lo del consenso, esa actividad que se practica sin saber dónde lleva porque, pierdan toda esperanza, el vulgo no sabemos muy bien lo que nos conviene. León pierde población al tiempo que crea nuevos polígonos que la tierra se tragará en breve. Si seguimos la curva de morbilidad, dentro de muy poco habrá tres veces más coches que personas, un gran cementerio de automóviles —el domingo fue el cumpleaños de Fernando Arrabal— un sobredimensionado esqueleto de chatarra sin impulso vital.  

Por eso no hay que marear la perdiz. Hay que llegar, hacer y escuchar poco a la gente—mejor, nada—, hacerse un Julio César, que en realidad el vulgo no sabemos lo que queremos o si queremos algo, que ya conocen la frase que Truman Capote le plagió a Santa Teresa, dos genios separados por cuatrocientos años aunque ambos eran como los propietarios de coches, muy siglo XX. Así que sí, se llora más por las plegarias atendidas, que esta ciudad que se echó encima de Francisco Fernández a costa del tren tram que ahora tendríamos en Padre Isla y se lamenta diez años después de no haber gritado un poco menos y haber pensado algo más.  

León no tiene plan de movilidad que le devuelva al siglo XXI y se queda encerrado en una excepción urbana en la que los conductores dejarán de existir antes que sus coches. Muy siglo XX, todo es todavía demasiado finisecular. Ese es nuestro problema, que llegamos tarde al siglo pasado, lo saboreamos poco, y por eso nos empeñamos en contemplar pegados a su agonía, respirar sus estertores, como una sombra que las últimas luces del día no termina de cegar.

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