Diario de León
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León

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josé enrique martínez

En las recensiones de poemarios anteriores de Julia Conejo he insistido sobre dos cualidades de su poesía: sensibilidad y delicadeza. Además, la naturalidad con que nos llegan sus palabras nos arrastra hacia la sutil emoción y la cercanía sentimental que desprenden. No otras cosa puede decirse de Subasta de ojos», desde el primer poema en el que unas anécdota menuda encierra el afán permanente «de ver el mundo / como si no lo conociera». Los poemas se ordenan en dos partes; la primera se titula «El mundo de los niños», con piezas motivadas por recuerdos de infancia, escenas menudas que cobraron importancia en aquellos años de inocencia y dejaron rastro en nuestra vida. Es la niña que fue la que reaparece (evoco al niño-dios juanramoniano), revivida y pensada por la poeta adulta, con sus pequeñas alegrías o leves penas, juegos, cariños familiares, sorpresas, el mundo que se iba descubriendo, aprendizajes primeros, objetos que suscitaban interés… Pero hay algo más, que es lo que hace que los gestos menudos y las escenas aparentemente insignificantes de cualquier niño puedan seguir teniendo sentido, trascendiendo el hecho o el momento concreto. Un par de ejemplos: «Juego de comba», que poetiza la espera a que alguien pierda para volver a saltar, termina con estos versos: «Estás tan concentrara en esta espera, / que no te has dado cuenta / de que ha pasado demasiado tiempo / y sigues sola / en el muro de cemento. / Y los demás están jugando en otro sitio / al que no sabes ir»; esta parte termina con el poema «Subasta de ojos», que cuenta la oferta por internet de unos ojos de los años setenta, «casi sin estrenar», lo que suscita amargos comentarios de la poeta con estas palabras últimas: «Me da miedo saber / lo que esos ojos tristes seminuevos / hayan podido ver en el pasado».

«El clamor de los objetos» se titula la segunda parte; son cosas comunes, cotidianas, las que promueven recuerdos, reflexiones, vislumbres, objetos que acaso por su uso habitual no suscitan nuestra atención, pero a los que da vida la intuición de la poeta: toallas viejas, botones, antiguas máquinas de coser… Intuiciones y apuntes que se resuelven en poemas breves, con piezas admirables, como «Libros», en torno a aquellos cuya huella sigue presente en nuestra vida. Como dicen los versos finales del poemario, «todos llevamos a rastras un museo / de objetos, melodías y sabores / que nos pesa en los párpados / como pesa un cadáver desplomado / sobre una jardinera de petunias».

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