Diario de León

Cristóbal Colón no está en la catedral

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Miches es un paraíso bajo la sombra geográfica de la península dominicana de Samaná. Viajo desde aquí hasta la capital del país con Geo Ripley, que conduce. Paradas frecuentes para hablar con alguna familia dispersa en el trayecto, contemplar la vegetación quebrada de no pocos paisajes o parar en más de un parque urbano, como el de Hato Mayor del Rey, con poderosa y deslumbrante corona. Los ciento ochenta kilómetros, que en circunstancias normales rondarían las tres horas, se convirtieron en casi el doble. Todo le parecía poco para enseñarme y explicar. Llegar a Santo Domingo, la capital de la República Dominicana y la primera ciudad fundada en América, tiene muchos alicientes. Entre ellos, visitar la zona colonial, con la magnífica estatua erigida a Colón como protagonista en el Parque que lleva su nombre, sin olvidar a la princesa taína Anacaona, en el centro de esta singular plaza arbolada. Desde ella se accede a la Catedral Primada de América –el nombre oficial es largo, Santa Iglesia Catedral Metropolitana de Nuestra Señora Santa María de la Encarnación—, majestuosa y muy interesante, cuyo arquitecto conservador conoce muy bien el templo gótico leonés –gótico con adornos renacentistas se respira en esta, la más antigua de América—, pues no en vano viaja con cierta frecuencia a Villamañán, lugar de nacimiento de su familia. Estamos en una de las plazas históricas de la ciudad y principal centro de entretenimiento de la época colonial. Si es cierto que la descripción del emplazamiento puede estar llena de color, no lo es menos que la catedral protagoniza varias anécdotas históricas, para bien o menos bien. Entre ellas, la que tiene al pirata Sir Francis Drake como actor principal, que la saqueó y convirtió en su cuartel general; y por Cristóbal Colón, cuyos restos permanecieron en la catedral dominicana durante un par de siglos, aunque a saber, que estos huesos tan viajeros casi nunca estuvieron exentos de polémica. Lo cierto es que la presencia del navegante está en la plaza, en una estatua que apunta con un dedo hacia el norte. No está en la catedral, a pesar de que aún hay quienes lo afirman.

La presencia española cercana es notable e intensa, aunque hoy quiero referirme a una especialmente. No la presencia conquistadora. Trujillo había expresado su deseo, después de la guerra civil española, de acoger exiliados a fin de contar con personas preparadas para dar un impulso al desarrollo de la isla caribeña. La historia del exilio español tiene escritas aquí páginas magníficas, aunque muchas dolorosas. En este contexto ha de entenderse la presencia de José Vela Zanetti, que llega a la República Dominicana el 27 de octubre de 1939. Aún en proceso de formación como artista, el que llegó a ser Director de la Escuela Nacional de Bellas Artes de aquel país trabajó inicialmente como obrero de la construcción y pintando puertas.

Conocido el tesón de Vela por abrirse camino en el mundo del arte, con no pocos problemas y alguna polémica, 1942 y 1944 serán años decisivos en este empeño. La primera fecha significa la realización de su primer trabajo mural en Santo Domingo. La segunda, además de ganar la Segunda Bienal de Pintura, inaugura (29 de febrero) el mural, los murales sobre la Historia de la Ciudad de Santo Domingo, en la segunda planta del actual Palacio Consistorial. Con salidas y entradas del país durante y después de su larga peripecia dominicana, allí dejó cerca de un centenar de piezas monumentales, además de un gran número de cuadros y numerosas exposiciones. En 1957 traslada su residencia a México.

El Palacio Consistorial está en una esquina del Parque de Colón. Sede del gobierno de la ciudad, el inmueble, de origen colonial, sufrió varias intervenciones. La que conocemos en la actualidad concluyó en 1911. El edificio, cuya torre –en ella está el que por muchos años fuera el reloj público de la capital— es su elemento más representativo, se organiza en torno a un patio central teniendo un pórtico interior en los dos niveles. Al segundo se accede por la escalera señorial que desemboca en el gran salón que sirvió como Sala Capitular a mediados del siglo pasado.

Aquí están los murales sobre la Historia de la Ciudad de Santo Domingo, que, respetando la disposición de la sala, suman un total de 33 metros.

Me acompaña, inseparable por la ciudad, Geo Ripley, uno de los más notables y reconocidos artistas plásticos de la actualidad dominicana. Me advierte, subiendo la escalera, que en esta obra que estamos a punto de contemplar se constata ya un notable progreso del artista en el dibujo y la composición y que hay rasgos muy definidos del estilo que será inconfundible en la obra de Vela.

El conjunto, que impacta en una primera mirada, tiene un claro carácter narrativo desde el punto de vista cronológico. Ya sabemos que nuestro muralista, de amplia cultura, se documenta muy bien antes de iniciar los bocetos. Estos los llevará a cabo en horizontal y siguiendo la técnica de la caseína.

En esta historia de la ciudad de Santo Domingo será conveniente, como me indica Geo Ripley, y por razones estrictamente pedagógicas, establecer cuatro bloques en el desarrollo.

Primero. Mural Norte. Cuenta la historia de la llegada de los españoles al río Ozama. Describe la huida de Miguel Díaz –había atacado a un sirviente de Bartolomé Colón y lo había dado por muerto— y algunos seguidores desde la villa de La Isabela hacia el sur. A continuación, el encuentro de Miguel Díaz con una cacica taína –Catalina para los españoles— que gobernaba estas tierras. Lo recibe con los brazos abiertos. El último tramo de este primer mural tiene que ver con el nombre de la ciudad, así llamada, según unos, por haberla comenzado en domingo. Otros encuentran la explicación en el hecho de que el padre de los Colón se llamase Domenico, nombre italiano de Domingo.

Segundo. Mural Este, sección Norte. La construcción de la ciudad en la margen occidental del río Ozama ocupa las primeras escenas. Aparece la torre del homenaje en la Fortaleza de Santo Domingo, la primera construcción con materiales duraderos de este nuevo asentamiento. La escena presenta al gobernador respaldado por su fuerza militar. Frente a él, un fraile —¿Bartolomé de las Casas?— que recibe a un principal taíno —¿Enriquillo?— que reclama su protección. El sometimiento de los aborígenes por parte de los españoles con el fin de realizar los trabajos de construcción de la ciudad es plasmado con la figura de un soldado de rostro agresivo que, látigo en mano, vigila las obras.

Tercero. Mural Este, sección Sur. En este proceso narrativo hay un notable salto cronológico. Del siglo XVI al XX. Ahora centra la mirada en el paso devastador del ciclón San Zenón, ocurrido el 3 de septiembre de 1930. Este fenómeno dejó una profunda huella en la ciudad y en sus habitantes, advirtiéndose claramente en los rostros. La destrucción y la pérdida de vidas humanas se plasma al final. Las vestiduras rasgadas de los personajes tienen los colores de la bandera dominicana, sin duda mostrando el dolor de todo el país ante el ciclón y sus consecuencias. Impactó profundamente la palma real que se mantuvo en pie y fue atravesada por una estaca. Vela Zanetti no olvida el detalle.

Cuarto. Mural Sur. Relata la reconstrucción de la ciudad. Un conjunto de hombres erguidos caminan hacia el porvenir y se disponen a reconstruir la ciudad, muchas de cuyas obras aparecen plasmadas. El artista concluye la historia con una escena en que se refleja el dinamismo del puerto. Pero, sobre todo, resalta al ser humano y su trabajo como protagonista del desarrollo. «Trabajemos por y para la patria», leemos en un rótulo en el centro del muro, colocado para eliminar la imagen del dictador Trujillo, borrada a raíz de su ajusticiamiento en 1961.

Es ahora el visitante quien tiene la palabra.

Si viaja a Santo Domingo, tiene varias opciones en un espacio bien reducido. El alma tranquila de la capital del país. Una es contemplar alguna de las obras que allí soñó José Vela Zanetti, tan cercano a nosotros, tan querido por los dominicanos.

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