Diario de León

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León

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josé enrique martínez

Entre los premios de poesía joven figura el que se acoge al nombre de Antonio Colinas. La cuarta edición la ganó Daniel Fernández Rodríguez (Barcelona, 1988) con el poemario titulado Las cosas en su sitio, el primero del autor. Todo poeta guarda en su almario un poso de lecturas que alimentan su poesía como la harina al pan horneado. Lo normal es que esas lecturas afluyan vagamente disueltas en los versos del nuevo poeta. En la poesía de Daniel Fernández asoman indefinidos ecos de sus lecturas de Gil de Biedma, cuya obra ha disfrutado de dilatada presencia en la poesía durante las últimas décadas. El aire de su poesía circula, por ejemplo, en el primer poema de Daniel Fernández, en el que el confidente no es otro que el yo desdoblado, ese «querido compañero, amante, amigo», harto de aguantar a ese yo que lo acompaña «hasta ver en el espejo / mi rostro soñoliento y triste y solo».. En todo caso, el poema es ágil puerta de entrada a un poemario en el que la confesión y la confidencia son algunas de sus señas de identidad.

La poesía de Daniel Fernández, aunque joven, semeja un ejercicio de melancolía. Quizá la imagen del otoño, del atardecer o de «la tez amarillenta de un domingo» proporcionen tal impresión, acompañada de la fluidez y naturalidad de las palabras, sin quiebras rítmicas ni sintácticas; y sin dejar de lado la propia temática, que tiene que ver con la conciencia temporal («las rosas que ya fueron»), los recuerdos, los sueños, la soledad o el amor, que motiva metáforas de amplios horizontes, no sé si decir de sesgo aleixandrino: «Sangra el cielo el rojo de tu pelo»; «Tiene la arena el brillo de tu rostro; / el mar, el color verde de tus ojos». En relación con lo dicho son significativos poemas como Otoño o Tejerina, acaso el poema más sugestivo, al menos para un lector de nuestra tierra, porque evoca los años en que «tu reino era un verano»; alude al paraíso perdido representado por tal pueblo de la montaña leonesa recreado por «ese oro viejo» de la memoria: cuestas, regueros, eras, primeros sueños o besos... Se trata, en suma, de un valioso libro de poemas, claro, cercano, de expresión sencilla y contenida; los versos discurren con naturalidad, sin buscar emociones o pensamientos enmarañados: mejor el paisaje vivido que espacios infinitos; lo que expresan estos versos: «el reflejo humilde de una noche / desde un tren de mercancías».

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