Diario de León

Turismo

De todo León a pie

Cuarenta años no son nada pero sí el doble del tango. Y siempre queda algo. Érase un León a pie lleno de coches en tiempos en los que la fiebre del turismo no había calado en todas las capas de la sociedad

Bares del Barrio Húmedo y zona centro vacíos por el coronavirus. F. Otero Perandones.

Bares del Barrio Húmedo y zona centro vacíos por el coronavirus. F. Otero Perandones.

León

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Si los jóvenes de mayo del 68 pensaban que bajo los adoquines estaba la playa, los leoneses de los 80 ya sabían que detrás del Oasis solo estaba el Bernesga, y que a veces era mejor buscar el Esla de Valencia de don Juan. León era de a pie hasta que los coches arrancaban rumbo a los pueblos mientras en el radiocassette sonaba Young American.

Hace 40 años, casi aún 30, en León, un lugar en donde hay de todo, en verano se instalaba el modo pausa. Sentados en un muro del Cid esperando a que llegara septiembre. Para aprobar asignaturas pasadas, o para probar las siguientes.

Pero la ciudad latía con unas constantes que son germen de lo que son ahora las ciudades turísticas, tras el boom de hace más de dos décadas y que se esfuerzan para mantener la tensión en estos tiempos de incertidumbre por todos conocidos.

Pero ese León transversal de cualquier verano de aquellos tiempos, pongamos por caso un 1985, de la tasca más pintoresca del Húmedo al paseo de la Condesa, había una mayoría de leoneses que funcionaban como perfectos convivientes en unos meses estivales tendentes a la melancolía, a un seco calor durante el día, a las piscinas, a la noche resfrescante y a lo que casi era un fenómeno de exclamación como la aparición de la música y las terrazas desde un planteamiento ya hostelero para funcionar a todo gas.

El verano se vivía día a día como un partido de Simeone. Es decir, alardes los justos pero intenciones, todas. La mañana en la academia o en el trabajo de Rodríguez, que, eso sí, como un éxodo de baja frecuencia, los pueblos siempre han estado ahí, acogedores.

Y si existía el modo pausa, también es justo destacar a los que tenían el sueño de salir. De ir a algún lado, de pisar las baldosas y alfombras que se veían en las revistas. Ahí, la vena artística musical leonesa siempre ha sido un valor, más que al alza, añadido a la riqueza colectiva cuando ha sido de interés.

Lo dicho: unos apuraban un pitillo en la Plaza Mayor para tomarse un vino en El Benito, y otros ya aventureaban, como Carlos Luxor, Luis Miguélez o Fredy Valbuena, con la creme de la creme de la Movida madrileña, Almodóvar incluido. León empezaba a estar Cardiaca... Esto es, contrastes que son los que sirven para ver la vida.

El Oasis, el París de pista vacía de verano, los bares del Húmedo, el Berlín, el Beethoven, Scaná, el Equilibrio, el Express al que luego le entró el Stress, Garabatos, Jazz y Nona, El Cuatro de Eras, chiringuitos del extrarradio como en Las Lomas o El Califa de Trobajo, y unos cuantos más, eran el repertorio servido para un turismo de andar por casa que volvía, y que hace pensar que, con todo, la Catedral y San Isidoro cuando nos despertamos ya estaban allí. Eran tiempos sin selfies que permiten que la memoria vaya por libre. Por tanto, hablar del turismo cuando no había turismo oficial hace que el destino oficioso estuviera al alcance de las manos de quien poseyera espíritu de conquista, aunque fuera interior.

Y, por supuesto, eran tiempos de regreso de la diáspora leonesa, esa ciudad itinerante que si se hace recuento refuerza en condiciones el poderío leonés.

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