Diario de León
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León

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Al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver», canta Sabina. Pues menos aún al lugar donde has sido infeliz, Joaquín, corazón, que vemos las cifras de contagios en Europa y nos tiembla hasta la rabadilla: quién quiere regresar a ese sitio oscuro, a ese malvivir, a ese tiempo muerto; quién nos vuelve a meter en casa ahora que todas las calles se han convertido en la calle Estafeta porque hemos salido tan desaforados como los toros en San Fermín, que hay más saraos que longanizas, que tenemos al alcance de la mano las Navidades y que hemos reconquistado los bares y las barras y los besos y los bailes y los bulevares y todas las palabras que empiezan por b. Hemos vuelto a vivir, sí, pero lo hacemos con una suerte de alegría exagerada que intenta conjurar el miedo que subyace en el fondo de nuestras mascarillas. Porque seguimos sintiendo la amenaza. Y porque, además, después de los conciertos por Instagram, el pan casero y el yoga a distancia ¿qué nos queda? ¿Amaestrar pavos? ¿Escribir una novela? Le pregunta George R. R. Martin a Stephen King: «¿Cómo coño eres capaz de escribir tantos libros tan rápido? Si me va bien yo tardo seis meses en escribir tres capítulos y tú eres capaz de hacer tres libros al mismo tiempo». King contesta que escribe seis páginas al día, por lo que tiene un manuscrito de trescientas sesenta páginas en dos meses de trabajo. Otro confinamiento más y el tipo redacta una nueva Enciclopedia Británica. Yo no quiero volver a donde he sido infeliz. Pero el coronavirus es peor que el sarro en los dientes: por mucho que cuides tu higiene, siempre reaparece. Será cuestión de hacer un corral en el salón para meter a los pavos, porque la novela no creo que la escriba.

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