Diario de León

«Si Dostoievski escribiera hoy sería un perseguido de Putin»

l Cancelar la literatura rusa es una barbaridad», dice Santiago Velázquez, que reseña a 20 grandes autores

Repesentación de ‘La Gaviota’, de Chéjov

Repesentación de ‘La Gaviota’, de Chéjov

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Detrás de las obras están las vidas de estos genios, siempre torturadas. El novelista Santiago Velázquez (Madrid, 1977) traza las semblanzas biógraficas de 20 grandes autores rusos en el deslumbrante libro ‘Escribir en la nieve’ (Caligrama), prologado por Juan Bonilla. «Para conocer verdaderamente el alma rusa hay que leer a sus escritores, que vivieron con intensidad el mundo que les tocó», cree Velázquez. Un alma que, a la vez, está partida entre los autores más europeístas y los eslavos ‘puros’. A todos ellos, sin embargo, les unen varios patrones. «Nacieran en familias pudientes o sin recursos, todos fueron en algún momento de su vida pobres como ratas. Y todos sufrieron persecución, de los zares, de Lenin o de Stalin: censura previa, retirada de los fondos económicos, cárcel, tortura o asesinato», recuerda el autor.

Así, ‘Escribir en la nieve’ se convierte de pronto en una recopilación de las argucias más inverosímiles que los escritores rusos tuvieron que llevar a cabo para salvar sus obras. ‘El doctor Zhivago’ de Pasternak salió de Rusia en una maleta para poder llegar a Italia, donde fue publicado; ‘Vida y destino’, de Grossman, viajó de contrabando en 1975 a París, en forma de microfilms; y el perseguido por antonomasia, Alexandr Solzhenitsyn, memorizó hasta 12.000 versos que había escrito en minúsculos trozos de papel con la esperanza de abandonar, algún día, el campo de concentración de Ekibastuz, una lejanísima ciudad que ahora pertenece a Kazajistán y donde encontró la inspiración para su ‘Archipiélago Gulag’.

Entre otras miles de consecuencias, con la invasión de Ucrania algunas universidades, incapaces de distinguir a los perseguidores de los perseguidos, a Putin de Vasili Grossman, han decidio cancelar sus cursos de literatura rusa. Esta extraña ola de castigo «es una barbaridad», explica el autor de ‘Escribir en la nieve’. «Si Dostoievski escribiera hoy, estaría perseguido por Putin», señala Velázquez. «En el siglo XIX principalmente, pero también, los escritores tenían un peso en el pensamiento colectivo de la sociedad, eran capaces de influir al pueblo, y el poder era consciente de ello, y más en Rusia. Por eso sufrían persecución. Los dictadores temían la palabra, como hoy quizá teman a las redes sociales», explica Velázquez. Pero entonces, ¿qué fuego interior poseían para seguir escribiendo aún con el riesgo cierto de perder la vida por hacerlo? «Todos tenían una necesidad enorme de expresar el horror y las injusticias. Eran muy valientes», valora el autor de libros como ‘La condena de Salomon Koninck’ (Premio Joven y Brillante), ‘La extraña ilusión’ (Premio Tiflos), ‘Viaje de invierno’ o ‘Todos los hombres que nunca seré’, que siendo apenas un adolescente leyó a Dostoievski y se quedó fascinado por su prosa. Precisamente el 23 de diciembre de 1849 el mundo pudo perder a Dostoievski si una extraña orden del zar no hubiera llegado a tiempo al pelotón de fusilamiento que estaba a punto de acabar con su vida. Se le acusaba de «no haber denunciado la difusión de la delictuosa carta del literato Belinski contra la religión y el Estado». En realidad, una decisión arbitraria de la justicia que, paradójicamente, disparó el ansia de vivir y de escribir del salvado. «Aquella experiencia tan traumática fue una epifanía, y aunque se pasó los siguientes diez años en la cárcel, regresó a San Petersburgo para labrarse una carrera literaria, apremiado también por la necesidad de dar un sustento a su familia», cuenta Velázquez.

Historias como la Dostoievski conforman un libro fascinante que permite asomarse a un mundo tan cercano, y a la vez tan lejano, como Rusia. Algo así como lo que debió de sentir ‘la García’, una gitana española afincada en París, una «pequeña salvaje» que enamoró al poeta Iván Turguénev. Casada a los 19 años, por conveniencia, con Louis Viardot, el poderoso director de los teatros italianos de París, Paulina Viardot, de soltera García, encontró en Turguénev a un seguidor dispuesto a besar sus «uñas de los pies» durante horas. Para estar más cerca de ella, el poeta no dudó en invitar al matrimonio a cazar osos a San Petersburgo, aunque existen dudas sobre si aquella relación llegó a consumarse.

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