Diario de León
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Primero cerraron las cuadras, luego las escuelas y ahora los consultorios. Por más golpes de pecho que nos demos contra la despoblación, la realidad se impone. La edad y la falta de servicios expulsan cada día a muchos habitantes rurales en diferentes direcciones.

Ahora van a por a las cabeceras de comarca. El IES de Valencia de Don Juan no ha empezado el curso escolar en protesta por los recortes de profesorado y asignaturas optativas. La asociación de madres y padres se ha rebelado, con razón, contra la sinrrazón de quienes predican apoyo a los pueblos mientras clavan la espada sobre sus espaldas.

Valencia de Don Juan, la pujante Coyanza, que en verano es capital de Asturias en León, se da de bruces con la indolencia de una administración educativa que, como todo en esta Comunidad, se planifica desde los despachos sin atender a las especiales circunstancias de la población rural.

No deja de ser irónico que todo esto suceda cuando el expresidente de la Diputación, exalcalde de Valencia de Don Juan y presidente del PP de León, Juan Martínez Majo, acaba de ser nombrado delegado territorial. No se le ha oído decir esta boca es mía y esta es mi escuela. El compromiso con los pueblos termina allí donde empieza la carrera por la supervivencia política.

El castigo a los pueblos es la condena a la que han sido sentenciados los servicios públicos. En los últimos años, la estafa llamada crisis, se han recortado más de 7.000 millones de euros en Educación. En Castilla y León la inversión bajó el 7,82% y se recortaron 169,8 millones de euros desde el 2009.

Un país que no invierte en Educación está condenado a morir de ignorancia. Y España destinó un 4,24% de su PIB a esta materia en 2018, la cifra más baja de los últimos años y casi la mitad de lo que se dedica en el país más generoso, Dinamarca, que invierte el 8% de su PIB en educar a su ciudadanía.

No se trata de educación a secas. Hay que hablar también de qué tipo de educación queremos. Que no se piense sólo como una ecuación en la que educación es igual a aumento de productividad, que también. Pero a menudo da la impresión de que se alecciona, más que se educa, para que la colmena funcione como es debido, mientras solo unos pocos escogidos se comen la miel.

La tecnología se ha convertido en un fin en sí misma. Un negocio próspero Es hora de que la sociedad repiense la educación, el papel de maestras y maestros y también de las familias en la formación de las nuevas generaciones. La ciudadanía del presente y la que guiará el futuro.

La escuela rural tiene en León una tradición sin parangón en el resto del país. Muchas escuelitas que hoy permanecen cerradas o convertidas en teleclub, casa de concejo o centro de turismo rural fueron levantadas por indianos que hicieron fortuna al otro lado del Océano. De las escuelas leonesas salieron generaciones de maestros y maestras que han educado a generaciones de catalanes, vascos, andaluces, madrileños...

Quedan muy pocas escuelas rurales. Ahora van a por los institutos. Servicios públicos que de ir a menos supondrán un ahorro para los buitres que gestionan los recursos desde Valladolid como si fuera el monopoly. Porque, no nos engañemos, la administración, y no pocos maestros y maestras, están encantada con la despoblación. Un pueblo menos a prestar servicios, un pueblo menos al que tener que desplazarse con el coche para dar clase a cuatro gatos. Esa es la realidad.

Algunas escuelas, algunos pueblos, se resisten a morir. La escuela de Cabreros del Río, por quedarnos en la margen izquierda del Esla, no sólo sigue ahí sino que aumenta su matrícula. Parejas que emigraron a León han retornado con la crisis. Levantan casa y reciben 1.000 euros del ayuntamiento por la escolarización completa. Nada de ayudas a la natalidad, dice el alcalde, Matías Llorente, que sabe bien que los pájaros vuelan del nido en cuanto cogen el cheque bebé.

Coyanza ha roto el silencio de los pueblos tras los Cristos. No se rinde.

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