Diario de León

Emilia Pardo Bazán, cien años después

Isabel Burdiel traza el perfil de la gran escritora gallega, de quien dice fue una mujer de radicalidades

r. ortega

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Amalia Manjavacas
León

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Mjer atrevida, mordaz en sus juicios, apasionada y al mismo tiempo radicalmente antisentimental. Feminista radical, católica militante, cosmopolita convencida y, a la vez, tradicionalista, pero amante del progreso y de la ciencia. Crítica con el liberalismo, humanista y en algunos aspectos muy elitista», así la define la catedrática de Historia Contemporánea, Isabel Burdiel, historiadora y biógrafa de la escritora coruñesa en su libro Emilia Pardo Bazán (Taurus, 2019).

«De personalidad muy volátil, imprecisa, contradictoria, con enormes indecisiones o ambivalencias estéticas, emocionales y políticas, —prosigue Burdiel en su libro— que se sintió a la vez, europea e intensamente nacionalista española; reaccionaria y progresista; excéntrica, subversiva y amante del orden».

Pardo Bazán vive en un momento crucial, un momento histórico mediados del XIX, de cambio político, social y económico en toda Europa. «En una España llena de dualidades, pero de grandes desafíos -apunta la historiadora- como el acceso de las masas a la política, un reto que planteaba el acceso de la mujer en la nación moderna».

Todas estas tensiones las siente una mujer «enormemente popular, intelectualmente respetada, polémica por lo innovadora, entusiasta y con gran sentido del humor, muy inteligente y brillante en sus juicios, que «vindicaba la novedad del pasado, ya que en él hallamos la diferencia con el otro, es decir, lo nuestro, lo propio», según la historiadora. Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa nació en A Coruña el 16 de septiembre de 1851. Hija única del conde-pontificio de Pardo-Bazán, José María Pardo Bazán, título nobiliario que Alfonso XIII le concedió a ella en 1908, y Amalia de la Rúa-Figueroa, fue educada en casa con los mejores preceptores como así quiso su padre, político de talante progresista que fue alcalde de La Coruña.

Voraz lectora desde niña, comenzó a escribir con apenas 10 años y, con 13, ya acabó su primera novela, «Aficiones peligrosas». SSu formación se basó en literatura, historia, filosofía, e idiomas, negándose a estudiar música, canto o economía doméstica, como estaba obligada por su género en aquella época.

A los 16 años se casa, en la capilla de Meriás, con José Quiroga y Pérez Deza, todavía estudiante de Derecho y también de familia noble y, en 1869, la familia se instala en Madrid cuando su padre es elegido diputado a Cortes.

Emilia escandalizó a toda su época, una mujer muy inteligente y sin  complejos a quien le gustaba polemizar.

Mujer atrevida, mordaz en sus
juicios, apasionada y al mismo tiempo radicalmente antisentimental.

Con el inicio de las guerras carlistas, la familia (partidarios de la reina Isabel) marchó a Francia. Allí conoce al escritor francés Émilie Zola, empezó a colaborar con diario El Imparcial, haciendo unas crónicas que reunió en «Por la Europa católica», donde abogaba por la necesidad de europeizar a España.

Publica sus primeros relatos y pronto comienzan sus reflexiones sobre la novela y sus esquemas, experimentando cosas más actuales, personajes extraídos de las fábricas, trabajadores que usaban el habla coloquial, «natural», artículos que reúne en «La cuestión palpitante».

Aquellos escritos generaron tal escándalo en el mundo literario que incluso su marido le pidió que se retractara o que eligiera entre la literatura o el matrimonio. No hubo duda. La autora no había escrito aún «Los pazos de Ulloa», su gran obra, donde exponía la decadencia del mundo rural gallego y de la aristocracia.

Alternó salidas nocturnas con tertulias y viajes al extranjero con sus amigos escritores. Una mujer vital y generosa que hasta organizó un viaje a París con sus amigos y les presentó al gran Émilie Zola, a los mismos que después la criticaron.

Pardo Bazán se proyectaba gozosa públicamente, sin tapujos. Nadie lo había hecho antes y, en sus novelas, desechaba el modelo tradicional del amor galante donde siempre sufre la mujer. « «Odiaba ese estereotipo de ángel doméstico, esa imagen cándida y bondadosa, que la hace saltar por los aires», resume Burdiel, y animaba a las mujeres –continúa- , «a no tener miedo a transgredir lo convencional, porque decía que eso no se paga ni con la tragedia ni con la muerte, la sumisión, sí».

Si bien Leopoldo Alas Clarín, Menéndez Pelayo o Juan Valera la respetaban como escritora, por detrás la criticaban o se reían de ella. Este último, diplomático, además de mujeriego, manifestaba su tozuda misoginia. Sin embargo, Galdós siempre resaltó su talento extraordinario, la apoyó en todo, incluso en sus tres intentos de ingresar en la Academia de la Lengua Española.

Pionera de lo que hoy llamamos periodismo cultural, le gustaba escribir para divulgar, para que todos la entendieran, según le respondía a su maestro, Giner de los Ríos, cuando éste le recomendaba que no abandonara los trabajos serios, cultos, para lanzarse a las novelas. A lo que ella le contestaba que escribir era lo que sabía hacer y su profesión, por lo que quería llegar a todos.

La larga amistad de Pardo Bazán y Galdós estuvo sustentada sobre una ayuda mutua, intelectual y sobre una complicidad literaria. Ambos se intercambiaron manuscritos durante décadas, se recomendaron lecturas y se animaron. Fueron amantes entre 1888 y 1891 pero, sobre todo, fueron grandes amigos.

Fue «una relación de tú a tú, sin ataduras, de búsqueda de la libertad y en la que demostraron que era posible la amistad sincera entre un hombre y una mujer -matiza la catedrática- una amistad, en la que ambos se enriquecieron, tanto desde el punto de vista literario, como del personal». Ambos rompieron con los prejuicios sociales de la época. Pardo Bazán se acababa de separar de su marido, mientras Galdós se mantuvo soltero toda su vida, tuvo una hija, y vivió en Madrid con sus hermanas.

Confirman esta relación amorosa las 92 cartas conservadas que Emilia envió a Benito (publicadas en 2003), misivas que revelan, además, la intensa relación de amistad y complicidad intelectual que existía. Por su parte las cartas del escritor canario a la autora gallega que se creían perdidas o destruidas, según se ha sabido recientemente, han estado en posesión de un académico de la Lengua, ahora fallecido. A partir de 1890 dejó atrás el Naturalismo y exploró otros mundos y su obra comenzó a manifestar su radical feminismo, su lucha por conseguir la emancipación social e intelectual de la mujer.

Fue testigo excepcional de una sociedad que recelaba de cualquier intento que hiciera una mujer por escapar de su papel preestablecido. Ella misma consiguió triunfar en una actividad que se consideraba de hombres. Autora de «La España moderna», importante texto del feminismo español pero desconocido, y de «La mujer española», fue la primera mujer en presidir la Sección de literatura del Ateneo de Madrid, y la primera en ocupar una cátedra en la Universidad de Madrid, a pesar de tener prohibido el acceso a las mujeres. ««Lo más moderno de su feminismo -resalta Burdiel- fue insistir en que el verdadero progreso sería el reconocimiento individual de cada mujer. Defendió los derechos de la mujer, en especial su derecho a decidir su destino y, aunque su denuncia no fue nunca victimista, si flaqueó alguna vez: «Si en mi tarjeta pusiera Emilio en lugar de Emilia, qué distinta habría sido mi vida», comentó en cierta ocsión».

Falleció en Madrid el 12 de mayo de 1921 y toda la prensa española encumbró su talento, el mismo que le escatimaron en vida.

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