Diario de León

Encontrar el camino y regresar a casa

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León

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josé enrique martínez

El segoviano David Hernández Sevillano es autor de libros como El peso que nos une (2010) y Lo que tu nombre tiene de aventura (2017), que fueron reseñados en este suplemento. El reloj de Mallory, su nuevo poemario, alude a uno de los objetos personales del montañero británico George Mallory, que desapareció en el Everest en 1924 y cuyo cuerpo no fue encontrado hasta setenta y cinco años después. Mallory era conocido, por sus aficiones literarias como El poeta de las montañas, título de la primera parte del poemario de Hernández Sevillano, que no va a poetizar la ruta siniestra del montañero británico, referente únicamente de preocupaciones humanas esenciales: el afán de ascender, la altura donde anida lo incógnito, el misterio, un ideal de vida, pues «somos luz y la luz a la luz tiende». Pero el poeta tiene los pies en la tierra, nos habla de ese deseo de ascender para «encontrar el camino y regresar a casa» y de partir hacia arriba, «pero también / ¡ir hacia adentro, hacia el fondo!». Una de las cimas hacia la que ascendemos es la belleza. Su búsqueda acredita algunas de las grandes hazañas del hombre, sea subir al Everest o alcanzar las cumbres supremas de la música (Bach) y la poesía (Hölderlin). Tal aspiración acaso permanezca mientras el misterio estelar siga dictando nuestros pasos. El libro de Hernández Sevillano ha de leerse, asimismo, como una meditación sobre la poesía, entendida como «vértigo», y no tanto para el autor como para quienes se acerquen a ella y sientan encenderse sueños que acaso no previó el propio poeta; y para atisbar un resquicio de luz, con la imagen de la estrella fugaz cruzando la noche. Acaso la poesía aspire también a eternizarse, al no tiempo que simboliza el reloj sin manecillas del montañero británico que da título al poemario, en el cual una segunda parte, Mapas antiguos, da cuenta de las incertidumbres, ansias y temores del vivir. Son las cosas habituales o próximas de las que parte el poeta para elevar sus palabras a poesía; por ejemplo del amor, que se puede concretar en los hijos y su distinta manera del ver el mundo; con el amor retorna el gran símbolo de la ascensión, pues el camino a seguir lo indica «la llama que se escurre hacia lo alto».

Digamos, finalmente, que la fluencia templada de los versos, el talante meditativo y la serena melancolía dan fe de una poesía en la que la aparente sencillez concuerda con el temblor humano que la mueve.

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