Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Al igual que en otros ámbitos de la vida, en la poesía cabe también la sorpresa. En este caso tiene un nombre, Antonio Aller, natural de Riofrío de Órbigo y profesor jubilado de filosofía y leguas clásicas. Tras décadas de escritura, Antonio Aller se decidió a dar a la imprenta una amplia selección de su labor poética con el título De profundis clamo. El libro nos llega acompañado de tres firmas amigas: Andrés Martínez Oria habla en el prólogo de una poesía esencial, sentida, sabia, nacida del sentimiento lírico de la tierra y del conocimiento del mundo por los ojos asombrados del niño que el poeta fue; Manuel Alonso escribe un poema epilogal en el que pide al poeta «que tu voz y tus manos enciendan nuestros días»; finalmente, uno de nuestros pintores más reconocidos, Sendo, ilustra brillante y generosamente el poemario.

Lo primero que cabe decir es que es un poeta curtido de lecturas y escritura, de palabra sólida y vigorosa que suena a verdadera, preocupada no por alardes retóricos, sino por problemas que acucian al hombre o a los hombres, sea la vida misma, los recuerdos de infancia, el decurso temporal o el amor y la amistad; no el amor en abstracto, sino la necesidad de amor, de unir «dos cinturas en una, mujer y hombre / sobre volcanes» o ser como «un barco y el mar, tu cuerpo y el mío». Pero acaso interese más la celebración de la amistad, dado que el amor es asunto constante en la poesía; «la amistad sin aldabas», pues «los amigos son libres para entrar sin cerrojos, / sin puertas ni aldabas». Antonio Aller compone incluso una «Oda a la amistad» en la que afirma que «estos días de la amistad nunca mueren, se reabren». Los amigos son «espacios que el corazón elige», espacios que son también los de su tierra, el valle, la ribera de ríos y chopos, territorio no propiamente descrito poéticamente, sino hecho carne propia; lugar del que brotan recuerdos y metáforas. Más que cantar a su tierra, el poeta la vive y como tal la reaviva líricamente. Se podría hablar, como hizo alguna prensa local, de poesía enraizada, más que arraigada en el sentido que Dámaso Alonso adujo para la poesía de Leopoldo Panero. No me parece que la poesía de Aller, más directa y enérgica, respire la melancolía templada de la de Panero, aunque en «Oración de piedra» cante también a Astorga, ciudad en cuyo seminario estudió, y evoque su catedral, al igual que lo hace en el poema «Otra vez la piedra», imaginándola como «estructura de luz, éxtasis del aire».

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