Diario de León

Quince años en la cima

El Everest que encumbró a Calleja

Hace quince años, Jesús Calleja hizo cima en el Everest, un reto que cambió su vida para siempre. Al bajar de la cumbre más alta de la Tierra, decidió convertirse en un aventurero, un expedicionario de la vida. Así recuerda aquel 30 de mayo de 2005, en el que estuvo 40 minutos sentado en el Everest. Y estas son algunas de las crónicas que envió en exclusiva para los lectores del Diario de León, que siguieron en directo su ascenso

León

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No había amanecido todavía en León cuando se sentó para contemplar el paisaje más grandioso del mundo. Eran las 9.20 hora de Nepal, apenas pasados cinco minutos de las cinco de la madrugada en España, y él estaba en ese lugar único desde donde se ve la curvatura de la Tierra.

El 30 de mayo de 2005, Jesús Calleja hizo cumbre en la cima más alta del planeta. Subieron apenas un puñado de alpinistas. El Everest se había empeñado durante días en ponerlo todo muy difícil y no hubo invocación a sus dioses, ni ofrendas ni mantras que torcieran la voluntad de la montaña. Había arrasado por completo por primera vez en la historia el campo I, sepultado con su lava de nieve las tiendas, cerrado la ansiada ventana de buen tiempo, que en el Himalaya es que amaine el viento y al menos deje de nevar, y doblegado la voluntad de decenas de escaladores. A Calleja, que había hecho 40 años en ese viaje y estaba a punto de cumplir el sueño de su vida, el primero de los sueños de su vida, le quedaban dos días para que le caducara el permiso para estar en el Himalaya. Era ahora o nunca. Y eligió ahora.

La cordada de Jesús Calleja a punto de llegar a la cumbre del Everest.

El 26 de mayo de 2005, en el interior de la tienda de campaña en el campo base, a donde había llegado tras las avalanchas que destrozaron el campo I y el campo II, tomó la decisión final: subiría. Y así fue cómo inició el ascenso, con poca aclimatación, un sherpa y una única botella de oxígeno.

No tenía para más. Frente a las expediciones súper preparadas y poderosas, con decenas de porteadores y grandes recursos, Jesús Calleja iba con lo imprescindible.

«Valía mil euros cada botella de oxígeno», recuerda quince años después en un descanso del rodaje de su programa ‘Volando voy’, que está grabando en Maraña y Riaño.

«Si quería llegar arriba, y sobre todo bajar, tenía que administrar bien el oxígeno. Así que lo usé sólo a partir de los 8.500 metros. Un riesgo, pero era lo que tenía», hace memoria. Y da gracias que encontró patrocinadores.

«La verdad es que no sé cómo estoy vivo. Al sherpa lo contraté por el camino, hacía un tiempo endemoniado, me perdí varias veces de la cordada, ni idea de cómo logré dar con ellos de nuevo... lo conseguimos muy pocos», cuenta.

Tan pocos llegaron, que estuvo 40 minutos en la cima del Everest. Cuarenta eternos minutos en el lugar más imponente del planeta. «Eso sí que es un récord», dice divertido.

Lo que sucedió allá arriba lo recuerda con nitidez 15 años después. Vio la curvatura de la Tierra. Lo que Pitágoras, Copérnico, Magallanes, Elcano y Galileo defendieron, algunos jugándose la vida. «Había una tormenta terrible por abajo», narra. Él estaba encima de las nubes. «Arriba, hacía sol, un día despejado, paró el viento...», cuenta de corrido. «Pasó un avión de la compañía Air India que hace la ruta a Katmandú, estaba tan cerca que su estela nos cayó encima, como si fuera niebla», añade. «Recordé a mi padre».

Calleja, en uno de los tramos del ascenso al Everest.

Su padre. De pequeño, le leía en la cama las expediciones de Hillary, de Edmund Hillary y el sherpa nepalí Tenzing Norgay, en su escalada al Everest, el ataque final a la cumbre aquel 8 de junio de 1924 de George Mallory y Andrew Irvine del que jamás regresaron, las increíbles expediciones de Shackleton y de Amundsen a la Antártida y al Polo Norte, la vida de aventura de Peary o Scott. Mientras su padre y su hermano pescaban, él soñaba con subir muy alto.

Es lo que imaginó mientras bajaba de la cima más alta de la Tierra. «A lo mejor fue la falta de oxígeno, el caso es que en el descenso pensé que si había conseguido eso, hacer cumbre en el Everest, entonces también podría hacer todo lo que me había propuesto», hace memoria. Sería la hipoxia, o no, el caso es que ahí nació su ‘Desafío Extremo’.

«Quería alcanzar las Siete Cumbres, subir el Lhotse, hacer una travesía por el Polo Norte, correr el rally más difícil, bajar a la sima más profunda, ir al volcán más peligroso del mundo... todo junto. Practicar todas las disciplinas más complejas del mundo una sola persona. Eso no lo había hecho nadie». Encontró quien creyó en él. Un director general de la Junta, Jesús Rodríguez Romo, que en 2005 estaba la frente de Turismo.

«Me recibió en su despacho y me dejó hablar. A mí, que era nadie. Cuando terminé de contarle mi locura me dijo: ‘Tú llegarás a donde te propongas’. Creyó en mí y aquí estoy», dice.

Ahora está en Maraña. «Llámale, que se baja del helicóptero y habla contigo», urge Ganesh Man Lama, el hijo de Calleja que le lleva toda la intendencia, miles de horas al teléfono para agilizar la vida de vértigo del hombre que lo trajo siendo un niño desde Latipur, la ciudad más antigua del Valle de Katmandú, el primer lugar al que dicen que llegó el budismo. León es desde entonces su casa.

«Esto es una locura, estamos haciendo dos programas a la vez, para recuperar el parón del coronavirus. Pero venga, va, que tengo un rato», dice Calleja. Siempre lo tiene. Como cuando en la cumbre del Everest se tomó el tiempo necesario para fotografiarse con las banderas de todos sus patrocinadores -el Ayuntamiento de León, la Diputación, la Junta y la empresa de reciclaje RMD- y con el logo del Diario de León y, además, se las mandó.

En el Diario publicó las crónicas de ese viaje, del ascenso a una nueva vida. Lo hizo con ese estilo fresco y directo que ha conservado en sus programas de televisión en Cuatro. Tenía ya entonces la habilidad de llevarte de viaje con él, de mantenerte en tensión hasta el final. Dicen que en África, a quienes cuentan historias les pagan. Normal que lo hagan con Calleja. Si no fuera porque acababas de hablar con él y sabías que estaba bien, darías por seguro que no había acabado el día vivo. «No te creas, yo también lo pensé alguna vez», cuenta entre risas. «A veces creo que yo llegué arriba porque soy cazurro, porque me empeñé y lo hice».

Y echa la vista atrás. Quince años. A aquel 30 de mayo de 2005, cuando se sentó en la cima del Everest.

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