Diario de León

LOS HÉROES LEONESES OLVIDADOS

la propia tradición complica el rastro de Los acuerdos concejiles, ya que no se escriben y eso ha impedido fijar las poblaciones, presumiblemente muchas, que se sumaron a un movimiento que les daba la razón en su lucha contra los señores

León conserva restos de los palacios de las familias dominantes de la ciudad en

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Lo ocurrido en abril de 1521 fue la consumación de la derrota de un intento fundamental para modernizar España. De plantar cara a un rey extranjero y de conseguir un cambio en las formas de gobierno, dando más vida a las Cortes y alterando las formas heredadas de la Edad Media. Algunos autores aventuran que la historia habría sido muy distinta si hubiese tenido éxito la revuelta de las comunidades. Que se frenó como en tantas ocasiones una oportunidad para modernizar unos reinos que acabarían por conformar la actual España. Incluso hay quien escribe que la Revolución Francesa sería hoy la Revolución Española al haber liderado los cambios en vez de atrincherarse en las viejas fórmulas.

A León le tocó un papel pionero en las décadas previas a 1521, entre otras cosas, por la disputa de la herencia de la corona de Isabel I. Ya en 1484 acabó desterrado en Portugal el líder de la familia de los Guzmanes, Ramiro Núñez, por su enfrentamiento con el Almirante de Castilla, al exhibir su defensa de la modernidad frente al inmovilismo representado por los Quiñones, los Conde de Luna, que mantenían una actitud mucho más déspota hacia el campesinado. Tras salvar al rey portugués de una traición llegó el perdón y el regreso a casa a principios del siglo XVI, y fue precisamente Ramiro Núñez de Guzmán, junto al prior del convento de Santo Domingo —hoy desaparecido y que estaba junto a la actual plaza de la capital—, el Cabildo Catedralicio, el corregidor —hoy alcalde— y un ‘idiólogo’ llamado Fray Pablo de Villegas (y también Fray Pablo de León) los que lideraron ese posicionamiento con los abusos y excesos de los señores y de lo que suponía la ‘invasión’ de un rey extranjero.

La muerte de la reina católica abrió una etapa de crisis, con el encierro de su hija Juana y las sucesivas regencias. Aquella monarca —cuya corona llevaba el título de «reina de Castilla, de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia, de Jaén, del Algarve, de Algeciras, de Gibraltar y señora de Vizcaya y de Molina»— no había previsto que su yerno Felipe el Hermoso se adueñase del poder. Aquel fue el germen de la oposición de familias como los Guzmanes, que veían cómo el nuevo mandatario repartía el poder entre sus próximos y abría las puertas a la entrada de los flamencos.

Según cuentan las crónicas, de «tantas injusticias, unidas a los malos tratamientos que don Felipe daba a su esposa, a la despótica privanza de don Juan Manuel (conde de Benavente), al desorden en la administración y al desfalco consiguiente de las rentas públicas, dieron por resultado que los pueblos de Castilla y del antiguo reino de León, entre los cuales aumentaba de día en día el descontento, se aprestaran a la defensa, recordando el pacífico reinado de doña Isabel y echando de menos al rey don Fernando. De organizar la resistencia en la ciudad de León y de acaudillar, desde un principio, la confederación de nobles que se opuso al partido de los flamencos, se encargó la ilustre familia de los Guzmanes».

La reina católica había encargado la formación del infante don Fernando al clavero de Calatrava don Pedro Núñez de Guzmán, y a sus dos hermanos don Ramiro y don Diego, este último obispo de Catania. Sus voces fueron claras para criticar los excesos de Felipe y la cautividad en la que tenía a su esposa Juana. «Trabajaron con tal empeño para conseguir la insubordinación de los numerosos pueblos y villas de que eran señores, que Felipe el Hermoso, reconociendo en ellos a sus más implacables enemigos, trató, aunque inútilmente, de atraerles por medio de halagos». Al obispo de Catania le facilitó el cargo de inquisidor general y le promovió como obispo de León, pero el papa nombró al cardenal Juan de Vera sin atender la propuesta del rey.

«Fue tan grande el disgusto del monarca español cuando tuvo noticia del nombramiento y de la obediencia que el cabildo catedralicio prestó al agraciado, que le faltó tiempo para ordenar al corregidor de León, don Pedro Manrique, que secuestrase todos los bienes y rentas del obispado», narran las crónicas que precisan que la disputa se zanjó por la muerte de Felipe, víctima de una de las fiebres epidémicas que padeció la zona en aquellos años próximos a 1506.

Llegaron las regencias y la lucha por la corona. Los Guzmanes se significaron aún más a favor de Fernando V pero se enfrentaban a nobles poderosos de Castilla que se oponían tenazmente para defender sus intereses y avalaban las opciones de traer al príncipe Carlos desde el extranjero o al rey de Portugal o al de Navarra.

En ese ambiente convulso se produjo el desembarco de un joven Carlos I, un monarca que no sabía hablar español, y que llegó con su corte de flamencos para tomar el poder tras la muerte de Fernando el Católico. En noviembre de 1517 llegaba a Valladolid y en la primera reunión de las Cortes los procuradores leoneses don Francisco de Pacheco y don Martín Vázquez de Acuña alzaban su voz por la presencia en la sesión de extranjeros. Conseguían, apoyados por representantes de Burgos, que los procuradores «se negaran a prestar acatamiento al nuevo monarca, si éste no juraba antes guardar los usos, libertades y buenas costumbres del reino y prometía solemnemente no dar a extranjeros oficios, dignidades y carta de naturaleza». Todo esto era el preludio de un enfrentamiento que se agravó por la muerte del emperador Maximiliano. En los reinos de la actual España no se aceptaba un monarca compartido ‘a tiempo parcial’ y las cosas se complicaron cuando Carlos empezó a recaudar dinero para viajar a Alemania para coronarse emperador.

Fueron convocadas Cortes en Santiago y en La Coruña y hacia allí viajó el monarca: «El día en que Carlos I pasó por León, en dirección a Galicia, todo el ayuntamiento salió a recibirle y a suplicarle que no se ausentara de España y que celebrara las Cortes en Castilla. Las mismas peticiones le hicieron los moradores de las villas de Astorga, Ponferrada y Villafranca del Bierzo. La frialdad con que D. Carlos recibió a los que le saludaban y el poco caso que hizo de sus súplicas obligaron a los leoneses a pensar seriamente en los dos procuradores que habían de llevar su representación a las Cortes de Santiago». Fueron enviados don Martín Vázquez de Acuña y don Francisco Fernández de Quiñones, y mostraron posturas radicalmente distintas, el primero en favor de las críticas al monarca y el segundo engrosando las filas más realistas.

Al llegar a León la noticia de lo ocurrido se «atizó el fuego de la discordia que desde el año 1517, venía alterando la paz de sus habitantes y contribuyó a ahondar más la separación entre los dos bandos en que se hallaban divididos, bandos que ya, en más de una ocasión y por motivos de escasa importancia, habían venido a las manos». Una de ellas, literalmente, dentro de la Catedral: «Juan de Villafañe, que, el día 4 de febrero de 1519, en la iglesia catedral, y sin respetar la santidad del lugar, agredió repentinamente al canónigo comunero Antonio Jurado en el momento en que, revestido y con el cáliz entre sus manos, se dirigía a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa».

A partir de 1520 se extienden las revueltas por casi todos los reinos de la Corona de Castilla. En León la pugna entre Ramiro Núñez de Guzmán y el conde de Luna se agrava de día en día. La ciudad se incorpora al movimiento con el apoyo del regimiento y del cabildo catedralicio —sólo dos canónigos se oponen—.

En el Bierzo la imparcialidad fue la nota dominante, algo que no se puede decir de toda la provincia. Conocido es el caso de San Martín de Torres, una localidad degradada de la categoría de villa a lugar por parte de su señor, el obispo de Astorga, cuando llegó la derrota de la causa comunera. Pero la propia tradición leonesa complica el rastro sobre lo ocurrido. Los acuerdos concejiles, según la costumbre, no se escriben, puesto que la palabra tiene categoría de ley y eso ha impedido a los historiadores fijar las poblaciones, presumiblemente muchas, que se sumaron en el verano de 1520 a un movimiento que de algún modo les daba la razón en su veterana lucha contra los señores, contra los que pleiteaban con frecuencia por sus abusos.

A Fray Pablo de Villlegas, prior del Convento de Santo Domingo, se le atribuye la obra Guía del cielo , en la que muestra su oposición a la nobleza señorial y reclama que el rey se someta a la voluntad del reino, ya que defiende que éste está por encima del monarca. Se enfrenta a los conde de Luna por sus ataques, pulsos por los derechos del convento que dirige y desde el verano de ese 1520 su pública defensa de la acción y de la causa comunera y bien contundente. Plantea la importancia de que la ciudad participe en la Junta de Ávila, y existen pruebas de su traslado a finales de año a Valladolid para animar allí la revuelta. Personalmente participó en la toma de Tordesillas por los comuneros y fue quien entregó al marqués de Denia la reclamación para que liberase a la reina Juana.

Se ha convertido en ideólogo de la revolución y por ello es elegido junto al leonés Antonio de Quiñones para entrevistarse con el Almirante de Quiñones, que intentaba mediar entre las partes. La mediación fracasó y Fray Pablo fue elegido para viajar a los Países Bajos junto a otros dos representantes para plantear personalmente al rey Carlos V sus demandas. Pero ahí se empiezan a torcer las cosas y opta por esconderse al conocer el encarcelamiento del primer emisario.

Llega el endurecimiento de la postura de las comunidades pero también las grietas en su acción. Entre la nobleza que apoyaba la revuelta cundió el temor al ver cómo se sumaba también el campesinado. Se expandió el resquemor a las consecuencias y las fugas para apoyar a los realistas. El proceso que inició con el pronunciamiento de Toledo sufrió su gran derrota en Villalar, localidad en la que sus principales dirigentes fueron ajusticiados, aunque las consecuencias contra los líderes del movimiento se extendieron por todos los territorios. En León la peor parte se la llevaron los Guzmanes. Entre las condenas a muerte figuraron Ramiro Núñez y sus cuatro hijos, Fray Pablo de Villegas y su hermano Fray Alonso, Antonio de Quiñones, el canónigo Juan de Benavente, y otros vecinos de la ciudad como Bernardo Gil, Reinalte de Castro, Suero de Oblanca, Pedro Suárez de Argüello, Rodrigo de Oviedo, Diego Álvarez Castro —estos dos últimos sastres—, el bordador Cristóbal de Benavente, el barbero Sorrentis, el zapatero Rodrigo de Cimanes o el maestro Antón de Mallo. Las súplicas de clemencia y las acciones de mediación consiguieron salvar la vida a muchos con perdones otorgados por Carlos V.

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