Diario de León
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León

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josé enrique martínez

En 2009 publicó el profesor leonés González Boixo una edición de la Poesía lírica de Sor Juana Inés de la Cruz sobre cuya vida como monja jerónima en el México natal entre 1651 y 1695 se ha escrito y especulado generosamente, así como sobre su obra, tanto la escrita en prosa (Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, por ejemplo) como la redactada en verso. Aquí hago referencia únicamente a la poeta, en concreto a la edición parcial de su Poesía por parte de quien acaso mejor la conoce en la actualidad, Emil Volek, profesor de universidad en Arizona que ya cuestionó el «sorjuanismo» rutinario en su libro La mujer que quiso ser amada por Dios: Sor Juana Inés en la cruz de la crítica (2016) y en la edición en 2019 del poema El sueño, signo del más alto barroquismo. Ya en aquel libro indicaba el crítico que toda la información de que disponían los lectores sobre la monja jerónima, aunque adobada con las mejores intenciones, era sustancialmente errónea. La vida de Sor Juana sigue cargada de enigmas y su obra suele leerse olvidándose de los contextos externos y de la conformación interior, de la evolución de la misma, como si se tratara de «una burbuja atemporal». Así que «se impone la necesidad de volver, otra vez, al punto de partida y hacer una lectura cuidadosa y desapasionada de su obra en crecimiento», estableciendo previamente los textos fidedignos, que es la labor que se propone el crítico en su edición de la Poesía de la que ha sido llamada, como antes Safo para Platón, «décima musa», por otro lado representante de un feminismo avant la lettre en su defensa del derecho de la mujer a acceder a una intelectualidad entonces reservada a los hombres. De hecho, su poema más conocido, al menos en España, es aquel que acusa a los hombres de hipócritas: «Hombres necios que acusáis / a la mujer sin razón / sin ver que sois la ocasión / de lo mismo que culpáis». Sor Juana conocía perfectamente las convenciones literarias del momento, entonces (finales del XVII) ya en decadencia y sentía la necesidad de apartarse de sus modelos. Véase al respecto el poema «Ovillejos» en el que se burla con gracia de los tópicos con que se pintaba la belleza de la mujer. La poeta discurre, replica o se rebela si es preciso: «Y así, pese a quien pesare, / escribo, que es cosa recia, / no importando que haya quien / le pese lo que no pesa». Añadamos que resultarán útiles para el lector las abundantes notas del editor sobre cada poema.

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