Diario de León

‘Horda’, un mundo sin palabras

l Ricardo Menéndez Salmón presenta una obra acerca de la importancia del lenguaje

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León

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pilar martín

RRicardo Menéndez Salmón no solo reta al lector en cada uno de sus libros, sino que en ellos se abre en canal para que algo de él cale como lluvia fina, y por eso ha convertido su última novela, «Horda», en una «gran reflexión» sobre el «peligroso empobrecimiento» de la palabra, ese tesoro que hay que proteger.

Aunque fue en 2018 cuando Menéndez Salmón escribió «Horda» (Seix Barral), los ritmos editoriales han hecho que sea casi tres años después cuando llegue a las librerías esta historia que se desarrolla en un mundo dominado por un ejército de crueles niños que obligan a los adultos a no usar la palabra y a no tener nada en su entorno que les recuerde la importancia del lenguaje.

«Todo el libro es una gran reflexión sobre el sentido de la palabra, sobre cómo es aquello que nos define y que sufre varias crisis. Por un lado la palabra quizá ya no sea la forma privilegiada de comunicación que poseemos porque desde los años 50 vivimos en una constelación de lo visual; y al mismo tiempo eso ha llevado a un descrédito de la palabra por un uso cada vez más vacío e inane», explica a Efe el autor asturiano desde Gijón. Un «empobrecimiento» que califica de «peligroso» porque las palabras «a fuerza de usarlas sin sentido pierden sus significado y cuando una cosa pierde su significado puede perder su función comunicativa».

Y es sobre eso sobre lo que va «Horda», algo que para Menéndez es casi una «cuestión biográfica», ya que a sus 50 años considera que pertenece «a la última generación que identifica, con pocas dudas, la palabra impresa como la forma privilegiada de trasmisión de conocimiento». «En la novela se dan cita una serie de temas que me han interesado desde siempre, como la responsabilidad del lenguaje, el impacto que en la vida contemporánea tienen las imágenes, como el gran paradigma de conocimiento y comunicación», matiza el escritor (Gijón, 1971) y también diputado por Unidas Podemos en el Parlamento asturiano. Por eso, lo «más difícil de trabajar» en esta novela ha sido «calibrar cada frase», cada vocablo, porque como si fuera un experto filólogo el asturiano ha volcado en este libro un cuidado, casi poético y elevado léxico.

«Es una novela en la que de alguna manera tú mismo como escritor tienes que calibrar cada frase, porque te infectas de ese mundo paradójico en el que el lenguaje es nuestro modo de relacionarnos con la realidad y yo me pongo a ficcionar sobre un mundo donde no se puede hablar y los libros están censurados. A veces en el propio proceso de escritura no ha sido sencillo, porque era un campo minado», reconoce. Respecto a los personajes, la decisión de Menéndez de convertirlos en seres de absoluto anonimato se debe a esa virtud suya que hace que todo encaje, y no chirríe, cual reloj suizo. Así, el silencio que trasmina las páginas del libro se vuelve casi ensordecedor. «La decisión de que no haya nombres propios se debe a que ¿cómo puedes nombrar cosas en un mundo sin palabras? Lo más complicado fue dar con ese tono despojado, alejado, pero al mismo tiempo que te tiene que trasladar muchas emociones que discurren en el personaje central, que se siente muy vulnerable, y al mismo tiempo está a la búsqueda de salir de ahí», explica. Consciente de que no le fue «fácil» escribir esta obra, Menéndez confiesa algo que sus lectores ya sabrán: nunca se sale indemne de sus historias.

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