Diario de León

«La humanidad podría desaparecer del mundo y nadie la echaría en falta»

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León

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cristina fanjul

Primavera Extremeña es el último libro de Julio Llamazares, un diario poético en el que el escritor narra su cuarentena en la Sierra de lagares, un recóndito paraíso cerca de Trujillo en el que él y su familia se desconfinaron durante los meses más duros de la pandemia. Dice el autor que, mientras a la mayoría la enfermedad les había robado la libertad y la primavera, a lelos les sobraba, «tan larga y fabulosa». Y es que, incluso para los confinados, ese tiempo detenido sirvió para refugiarse en momentos vividos y perdidos, para reencontrarse con emociones olvidadas, para recuperar(nos) en medio de la incertidumbre, ese lugar en el que despertamos del sueño protector de la rutina.

—Da la impresión de que a todos nos robaron la primavera menos a tu familia y a ti. Sin embargo, creo que, aunque no tuviéramos un lagar en Extremadura con los cerezos en flor, esos tres meses de confinamiento sirvieron para que muchos nos sintiéramos acogidos a sagrado. De alguna manera, esos tres meses sirvieron para ver una realidad que la normalidad nos impide contemplar. Es ese tiempo perdido de la infancia del que hablas al final.

—Pues sí, la pandemia sirvió para que, dentro del drama que vivíamos, muchos recuperáramos ese tiempo perdido de la infancia, cuando la seguridad de la casa era nuestro principal tesoro y el apoyo de la familia nos hacía sentir protegidos. A muchos les sirvió también para hablar más que nunca con sus familiares, para pasar más tiempo con sus hijos o con sus padres en esos tres meses de cuarentena que en años enteros anteriores. Eso también hay que ponerlo en la cuenta de la pandemia, en este caso en la columna del haber, no del debe.

—Una de las cosas que revelas en el libro es que el mundo es ajeno a nosotros. Ni sabe que existimos ni nos necesita para nada. Es algo parecido a Dios, que hace que el sol salga para todos, sin importar quién se beneficia de él. ¿Te mostró Extremadura nuestra irrelevancia?

—Bueno, yo ya era consciente de ella, consciente de nuestra irrelevancia en un universo del que creemos saber mucho y no sabemos nada. El mundo, la naturaleza, no nos necesitan y nosotros, en cambio, sí los necesitamos a ellos. Por eso sorprende tanto ese etnocentrismo que nos define desde hace tanto tiempo. En medio del campo de Extremadura, sin ver a nadie durante todo el día, yo pensaba en lo irrelevantes que éramos y más mirando pasar los días de la primavera sin que nadie la disfrutara salvo nosotros. La humanidad puede desaparecer del mundo y nadie la echaría en falta, esa es la lección de humildad que deberíamos aprender, entre otras, de esta crisis sanitaria.

—Creo que en realidad este libro es una vuelta de tuerca de ‘La lluvia amarilla’. En ésta, Andrés es el último habitante en el otoño de un pueblo moribundo, y en el último tú pareces el antecesor de una primavera en la que renaces. La noche queda para quién es. ¿Y la vida?

—Puede ser, pero veo un poco forzado el símil. Y eso que tienes razón en lo del renacimiento. Tanto en La lluvia amarilla como en Primavera extremeña, dos libros tan diferentes, comenzando por su propio género, la naturaleza es, en efecto, la que se impone al hombre, si bien en La lluvia amarilla es desde la muerte y en Primavera extremeña desde la vida. Más allá de eso, pocas concomitancias hay. Una es un réquiem y la otra un canto a la naturaleza.

—Todos los libros que escribes son libros de viajes. En unos, el protagonista viaja a su infancia, en otro viaja hacia la muerte, hacia la oscuridad de la guerra y de lo que somos capaces de hacer o, como aquí, hacia la eternidad. ¿Eres el Homero de León? ¿En cuál de todos los Ulises te siente más representado?

—Hombre, lo del Homero de León suena un poco a broma, parece más un apodo de luchador de lucha leonesa que la definición de alguien que escribe. En todo caso, puestos a traer a colación a Homero y a Ulises, yo me decantaría más por este último, pues León está lleno de exiliados que navegan durante muchos años para poder volver a Ítaca, que es la provincia perdida. Lo definió muy bien Ángel Fierro en una frase que dijo en una entrevista creo que para este periódico y que yo le tomé prestada para ponerla como cita en mi novela Distintas formas de mirar el agua, en la que una familia volvía para arrojar las cenizas del abuelo en el embalse que sepultó la aldea en la que nació: “Gasté mi vida en el trabajo de volver”.

—He leído que quieres que tu último libro sea un poemario. ¿No lo son todos?

—Puede ser. Pero me refiero a un poemario de verdad, no a un texto con más o menos impregnación poética. Para mí lo que diferencia la literatura de la simple escritura es la presencia o no de poesía en el texto, pero cuando hablo de poesía me refiero a poesía en estado puro, sin andamiajes, sin narratividad.

— ¿Qué crees que ocurrirá después de este tiempo detenido que terminará a la vuelta de Navidad?

—Pues no lo sé. Pero me temo que nada bueno, vista la experiencia del verano. Ojalá nos equivoquemos todos (porque creo que todos pensamos igual).

—¿Por qué no hay nadie en las acuarelas de Konrad? ¿Se lo has preguntado?

—No, no se lo he preguntado, se lo preguntaré. Y es verdad que llama la atención. Pensaba que era porque durante el confinamiento, que es a la época a la que corresponden las acuarelas que aparecen en el libro junto a mis textos, no había nadie por los caminos y por las dehesas extremeños, pero, al decirlo tú, me doy cuenta de que en otras anteriores, cuando la normalidad era completa, tampoco aparecen personas. Quizá sea simplemente que las personas no le interesan tanto para pintarlas como la naturaleza, no sé. O que le dan peor, que también puede ser.

—¿A qué distancia queda Madrid de Los Almendros? ¿Cuál del Julio de enero al de junio?

—De Madrid a Los Almendros creo que hay 265 kilómetros; del Julio de enero al de junio, cuando regresé a Madrid, no te sabría decir, pero más. De todos modos, creo que este año 2020 nos ha cundido a todas las personas mucho. Y que quedará marcado en el calendario de todos a fuego.

—Los personajes humanos que aparecen en este diario parecen más prescindibles que los árboles, las estrellas, la luna o la lluvia. ¿Era intencionado transmitir esta sensación?

—No es que los considere más prescindibles, es que formaban parte del paisaje, como yo, y más en aquellas circunstancias en las que la naturaleza se imponía a todo tanto en el campo como en las ciudades.

—¿Sentiste en algún momento sentimiento de culpa por poder huir de la peste?

— De culpa no, porque yo a nadie podía molestar retirándome a un lugar perdido en el campo de Extremadura lejos de cualquier núcleo habitado; de privilegio sí.

—Te tengo que preguntar por León, cuyo tiempo también está detenido aunque por otras razones. Te la dejo abierta.

—Podría extenderme, porque la pregunta da para ello, pero no lo haré. Simplemente te responderé con una apreciación muy triste: León es una pena.

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