Diario de León
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León

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Es hermosamente gótico el corazón de Amberes, la ciudad belga que perteneció a los Países Bajos españoles. Hoy importante centro de talla de diamantes, actividad iniciada por los judíos —tuvo asiento aquí una de las comunidades judías más importantes de Europa—, a mediados del siglo XVI los impuestos recaudados por la Corona española en su puerto igualaban a los ingresos por las minas de plata de Potosí.

Una de las referencias inevitables de la ciudad es la catedral, una de las iglesias góticas más notables de Europa, ejemplo del gótico brabantón –así conocido por su fortaleza originaria en la provincia de Brabante, de especial tradición católica—, con específicas características propias, que, para entendernos, están próximas al por nosotros conocido como gótico flamígero. En la catedral, bajo advocación mariana, hay cuatro obras de Rubens —La erección de la Cruz, La Asunción de la Virgen, La Resurrección de Cristo y El descendimiento de la Cruz—, otro motivo más de gozo para el visitante. Y es que no en vano Peter Paulus Rubens es otro de los símbolos de la ciudad en la que realizó buena parte de su trabajo. Ciudad que, además, es punto neurálgico del Camino de Santiago desde los Países Bajos.

Como prácticamente en todas las poblaciones, la historia no se focaliza en un punto cronológico determinado. La valoración diacrónica y su devenir es la que enriquece la visión de conjunto, aunque en cada punto de esa cadena haya gestos, hechos y miradas que tengan su propia identidad.

No pocas ciudades tienen referencias míticas en sus orígenes. Amberes es una de ellas.

Cuentan que el nombre de la ciudad (Antwerpen en neerlandés) tiene su razón de ser en un hecho mítico. El gigante Druoon Antigoon, que habitaba en las aguas del río Escalda, se consideraba su dueño y señor. Hasta el punto de que empezó a cobrar peaje a cuantos barcos pretendían, o necesitaban, surcar aquellas aguas fluviales.

La costumbre se convirtió prácticamente en ley. Y si algún barco tenía la osadía de no cumplirla, su capitán era sometido a un duro castigo: el gigante Druoon Antigoon le cortaba la mano y la arrojaba al río.

El terror se había instalado en el río Escalda. Hasta que un día el centurión romano Silvio Brabo, de probado valor y reconocida fortaleza, harto ya de tan injusta situación, se enfrentó al gigante que se sentía dueño y señor del río. En la lucha, el centurión logró cortar la mano del gigante. «Y la lanzó lejos», según expresión que se ha ido transmitiendo desde entonces de padres a hijos.

De este suceso nace el nombre de la ciudad. Antwerpen (ant—› mano; werpen—› lanzar) hace referencia implícita al hecho de arrojar la mano que había sometido a la tiranía a los pobladores de aquellas tierras bañadas por el río Escalda.

En la hermosa Plaza Mayor de Amberes (Grote Markt) se recuerda este hecho, convertido en un verdadero símbolo. Una estatua en bronce, del siglo XIX, cuenta a quienes la visitan la historia del mítico fundador de la ciudad, su nombre y su leyenda. Un hermoso reconocimiento a tantas y tan hermosas ficciones como esconden las ciudades en los aires que envuelven los siglos de su historia.

En uno de los cuarteles del escudo de armas de la ciudad se muestra un castillo, y sobre él dos manos. Una ya sabemos de quién es. ¿Y la otra?

Pues dicen, cuentan y parece que de un español del siglo XVI, de Jaén para más señas. Simón de Padilla. En una de tantas acciones defensivas en que los destacamentos españoles hubieron de participar en aquella ciudad, las tropas enemigas, formadas esencialmente por franceses, flamencos y borgoñones, sometieron a los soldados españoles a una dura derrota. Entre los componentes del ejército vencido, más de trescientos perdieron la vida. Uno de ellos se llamaba Simón de Padilla, un capitán conocido en Amberes por su fortaleza, arrojo y valentía.

Los vencedores profanaron el cadáver del capitán cortándole la mano derecha. Y clavada en su propia espada, la pasearon por las calles de la ciudad ante el júbilo y la algarabía del pueblo, que celebraba, entusiasmado, la victoria ante los españoles.

Lo mítico, en fin, aquí y en otras muy diversas geografía es otra historia. A veces son territorios difíciles de deslindar.

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