Diario de León

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rodrigo zuleta

La república de los soñadores (Arpa), es el título en español del ensayo de Weidermann, que se publica esta semana. Weidermann, jefe de cultura de la revista Der Spiegel y autor de varios ensayos, es un hombre que vive entre libros como lo muestra su lugar de trabajo en la dependencia de su medio en Berlín.

«Este es mi cuarto de libros y este es mi despacho», explica el autor al comienzo de una entrevista con Efe.

«Soy, ante todo, un lector de libros y un crítico pero también me interesa la pregunta de cómo la literatura se convierte en realidad», dice más tarde al ser interrogado sobre lo que lo llevó a escribir sobre la revolución de los poetas en Múnich.

El libro tiene momentos en que la revuelta de Múnich parece unirse con acontecimientos más cercanos. El primero es cuando Weidermann pone en boca de Rainer Maria Rilke —basándose en comentarios suyos a la situación de 1918— una frase pronunciada décadas más tarde por Mijail Gorbachov.

«Al que llega tarde lo castiga la vida», dijo Gorbachov en 1989, refiriéndose a la ausencia de reformas en la RDA y es una frase que ha sido vista como un anuncio de lo que vendría después con la caída del muro de Berlín y el fin del régimen comunista.

Rilke, testigo de la revolución en Múnich, no dice esa frase exactamente pero si algo parecido y Weidermann lo parafrasea para citar a Gorbachov.

«Son momentos parecidos, momentos en los que todo parecía posible y en los que autoridades que lo habían determinado todo durante décadas (como en la RDA) o siglos (como en Baviera con la dinastía de los Wittelsbach) terminan perdiendo su poder», explica el autor.

Rilke no es propiamente un protagonista de la revolución de los poetas sino, más bien, un testigo emocionado y, al comienzo, esperanzado en que la literatura y la realidad pudieran unirse.

«Para Rilke la revolución de Múnich representó un segundo de esperanza y años de desesperación el resto de su vida», resume así Weidermann el papel que tuvieron para Rilke los acontecimientos de 1918 y 1919.

La revolución fue pacífica al comienzo, liderada por Kurt Eisner, hasta su asesinado a manos de un ultraderechista, y luego por Ernst Toller. Después, tras una contrarrevolución inicialmente exitosa, los comunistas, que habían permanecido al margen, asumieron el liderazgo y vino una fase de la revolución en la que corrió sangre y generó una reacción terrible.

El sociólogo Max Weber, otro testigo de la revolución, lo había pronosticado. «Tal vez Toller habría debido escuchar con más cuidado a Weber que había sido su profesor en Heidelberg», dice Weidermann.

Toller es, sin embargo, uno de los héroes del libro. «Tenía un corazón político, no estoy seguro que tuviera también una cabeza política», dice Weidermann quien, sin embargo, admira la actitud abierta y generosa, y libre de rigores ideológicas, del segundo líder de la revolución de los poetas.

Entre los testigos también estaba Thomas Mann que tiene una posición ambivalente ante la revolución. Según Weidermann la actitud de Thomas Mann de esas semanas contrasta con la que tuvo posteriormente como firme opositor al nacionalsocialismo.

Era el Thomas Mann que acababa de publicar «Consideraciones de un apolítico», un libro antidemocrático y belicista. Por momentos, en sus diarios, se emociona con la revolución —seguía siendo una forma de rechazar el liberalismo—, pero en otros la rechaza en términos radicales y hasta con visos antisemitas y hasta desea el fusilamiento de sus líderes.

Sin embargo, Mann estaría entre quienes más tarde intercedería para evitar que Toller fuera ejecutado. «Eso muestra que le quedaba algo de humanidad», dice Weidermann.

Mann es definido por Weidermann como un «conservador instantáneo» que, cuando cambian las cosas asume, o trata de asumir, la defensa del status quo. En los años veinte se volvería un defensor permanente de la República de Weimar. Con al advenimiento del nacionalsocialismo la cosa cambiaría, Thomas Mann ya no pudo ser más el defensor del status quo.

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