Diario de León

DE LAMA: EL SACERDOTE FRANQUISTA QUE COSECHÓ VERSOS Y POETAS

DIRECTOR DESDE 1936 HASTA 1969

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Fiel soldado del nacionalcatolicismo, sus trincheras durante la Guerra Civil apilaban miles de libros, manuscritos y revistas, las que atesoraban en ese momento los nobles estantes de la Biblioteca Azcárate. El sacerdote comenzó a guiar este faro de sabiduría, un paraíso de fondos bibliográficos, en noviembre de 1936 tras ser usurpado a la Institución Libre de Enseñanza, con la capital de la provincia en manos de las fuerzas de Franco prácticamente desde el alzamiento nacional que inició la contienda. Otro de sus frentes, lo libró desde las páginas de Diario de León, decano de la prensa de la provincia, donde fue nombrado director en septiembre de 1937, en sustitución del también cura Filemón de la Cuesta. Antonio González de Lama, nacido en Valderas 32 años antes, decidió entonces protagonizar un papel más activo en la batalla que libraban las dos Españas. Cambió la sotana por un uniforme militar de campaña para acudir a la primera línea de fuego como reportero de guerra. Relató para el periódico sus memorables crónicas en el frente. Con el avance de las tropas nacionales hacia Asturias, recorre con su ejército varios puntos de la montaña leonesa. Las crónicas bélicas del director del Diario describían al detalle lo sucedido cada jornada, incluso envía a la redacción secuencias de última hora. Relata el tiempo, las condiciones orográficas, características de los bandos, armas, contingente bélico y la tipología de las operaciones diseñadas. «Los rojos permanecen agarrados a las rocas inaccesibles y oponen tenaz resistencia, que va siendo vencida con método y con calma para disminuir en lo posible el número de bajas (…) A este paso quedará toda la provincia en nuestro poder», narra una de sus crónicas. En la sede del periódico su labor también fue incesante, se encargó de los partes de guerra transcritos desde la radio y de escribir los patrióticos y laudatorios editoriales para ensalzar al movimiento nacional.

En julio del 39 finalizó la primera de las tres etapas que estuvo al frente del timón de Diario de León, la etapa en la que más se sumergió en la actualidad, a la que luego relegó por la reflexión ante su escaso entusiasmo por la vibrante inmediatez de las noticias. Su vocación periodística y literaria comenzó en los años de seminarista en su pueblo, momento en que también su biografía anota las primeras colaboraciones con el decano de la prensa leonesa y revistas de corte clerical.

Desde su llegada a la Biblioteca Azcárate, González de Lama —con su omnipresente cigarro y una larga humareda sobre la sotana y sombrero de teja— comenzó a atraer con su magnetismo de buen conversador, honda formación literaria, creador inquieto y faro de nuevos talentos a poetas y jóvenes e incipientes intelectuales. Allí coincidió con Victoriano Crémer y Eugenio de Nora, también con Josefina Aldecoa, Pilar Vázquez Cuesta, José Vega Merino, José Castro Ovejero, Eloy Terrón y, con el paso de los años, llegaron Antonio Gamoneda y Antonio Pereira. Bajo estos muros prendió la llama de la revista Espadaña, en mayo de 1944, un año después de que viera la luz el conocido artículo en la revista madrileña Cisneros «¡Si Garcilaso volviera!» —firmado por González de Lama—, bautizado como el manifiesto Espadaña: un catecismo para los creadores literarios en busca de nuevos caminos. En esta publicación, impulsada desde la Biblioteca, canalizó el sacerdote sus dotes de crítico literario en la sección Poesía y verdad. Las reuniones en aquel templo del saber no tenían fin ante tanto entusiasmo por virar el rumbo de la poesía, como narró en Espadaña: quiso en la posguerra «iniciar un movimiento más vivo todavía, la poesía arraigada en el hombre, en el hombre de nuestro tiempo». Una aventura en la vanguardia de la literatura que generaba en cada encuentro con sus jóvenes discípulos una tormenta de ideas, debates, críticas de libros, lectura de poemas…

Hasta su último suspiro, don Antonio veló por su amada Biblioteca Azcárate, que convirtió en el refugio de su anhelada y buscada soledad del final de su existencia. Murió en León el 2 de febrero de 1969. Treinta y dos años y tres meses al frente de un templo de la sabiduría donde inspiró el talento y guió la creación literaria de jóvenes promesas. Pero ante todo fue un hombre de Dios y un soldado de la evangelización y de los valores doctrinales de aquella nueva España.

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