Diario de León

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León

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Parece que viajar hacia el sur, más que un apunte geográfico, es una actitud. Y, sin embargo, en estas tierras nuestras los destinos se concentran con frecuencia en el lado opuesto, sin tener en cuenta que de las pocas luces que se encienden para iluminar los caminos, aunque sea tenuamente, tienen su origen en el sur. Llegamos en este caso a Valencia de Don Juan, referencia inevitable que abre muchas puertas del territorio. Desde aquí, camino de Valderas. Pasado Fuentes de Carbajal, pronto una desviación, a la izquierda, conduce a Gordoncillo. Apenas unos kilómetros. Es hoy el destino elegido. Un trayecto amable cuando lo hago, una vez más, a mediados de mayo, «cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor». Las suaves ondulaciones del paisaje muestran diversas gamas de la tierra y sus frutos. Tengo en la retina de la memoria de otras ocasiones la intensa presencia de las amapolas entretejiendo las espigas que empiezan a manifestarse. Me dicen que su ausencia de este año se debe a la sequía. Otros, que a los pesticidas. Lo único que sé es que pronto aparece el viñedo, cuidado con mimo, alineado con precisión, como una obra de arte dibujada en el paisaje. Creo que aquí se esconde una de las claves del entendimiento.

El alma de un pueblo, no sé por qué especialmente los sureños, está en la plaza. La Plaza Mayor de Gordoncillo habla y explica, como espacio central que, en forma radial, apiña las viviendas a su alrededor. Asimétrica y cuidada, en ella conviven la modernidad y la tradición, mostradas ambas en los materiales de las edificaciones, escudos heráldicos y soportales. Y el principal monumento de la localidad, la Iglesia Parroquial dedicada a San Juan Degollado, con algunas referencias artísticas notables y acontecimientos históricos que no siempre mostraron su cara más amable. Y la Casa Consistorial, cuya antesala exterior muestra una escultura del colombiano Luis Hernando Rivera, La Semilla, que simboliza el renacimiento del viñedo como motor de desarrollo. Uno entiende aquí la idea de resurgimiento, de la voluntad de detener al menos la lentitud del declive. Aquí están el mensaje y el ejemplo. La bondad específica de la tierra se ha aliado con la voluntad férrea o el tesón de algunos nombres propios. La historia está escrita en la memoria de estas gentes.

El resurgimiento económico de la actividad suele producir el que llaman efecto dominó. El viajero lo advierte a la entrada de Gordoncillo, con el recibimiento de La Vendimiadora, la escultura de gran volumen en que Jesús Trapote parece simbolizar el arraigo a la tierra. Aunque con alusiones visibles en la mayor parte de las ocasiones a la vid, no es esta la única presencia escultórica en el pueblo. Ni mucho menos. Otra media docena, cada una con su propia historia, conforman no solo la belleza de la plasticidad, también una de las rutas recomendadas en el qué hacer durante este viaje cercano. Anote otras rutas posibles: fuentes, de la viña y el vino –no olvide la bodega antigua abierta para su interpretación—, murales pictóricos, ornitológicas, palomares…

Harina de trigo, cultura, vino. Los tres ejes. En el primer caso, además, unido al segundo, la Fábrica de Harinas se convierte en el buque insignia que está ampliando con rigor su radio de acción. Leo en un panel explicativo cercano: «En la década de 1930 inició su construcción la Fábrica de Harinas «Marina Luz», que comenzó a moler a finales de 1935 o principios de 1936. Sus impulsores fueron el matrimonio entre D. Germán García Luengos y Dª Marina Alonso Alonso. La producción harinera de este complejo fabril cesó en el año 1965. En 2005 el Ayuntamiento de Gordoncillo adquirió los edificios en ruinas y comenzó un proceso de rehabilitación cuya primera fase abrió al público en agosto de 2014. Gracias a ello, los espacios de la vieja Fábrica de Harinas albergan desde entonces un auditorio y una sala de exposiciones en La Panera, además de haberse musealizado el propio edificio industrial y buena parte del patio, albergando maquinaria de molinería de notable valor. Actualmente, el Museo de la Industria Harinera de Castilla y León (MIHACALE) es un referente de la producción triguera de Tierra de Campos y su proceso de transformación en harina, constituyendo un espacio didáctico y de ocio, que combina la preservación del patrimonio con las actividades culturales en todas sus vertientes».

Este espacio conforma un rincón muy elocuente –de gran valor en sí mismo— si añadimos la cercanía de una nueva escultura, en mármol, La Señora de la Vid, del colombiano Reinaldo Alfonso Barragán, y la Ermita del Bendito Cristo, erigida por la Cofradía de la Vera Cruz en el siglo XVI.

Motivos sobrados para el gozo del viajero que descubre razones para alegrías y esperanzas. La última, muy reciente, es la próxima apertura –de próxima hablan cuando visito Gordoncillo— de una magnífica colección museográfica de máquinas de escribir y aparatos relacionados con la comunicación, debida al tesón y empeño de la familia Rojo López. Un mundo de sorpresas para el deleite y la historia.

Gordoncillo está a tiro de piedra. No pierda la ocasión. Sobre todo si llega en la segunda quincena de agosto, cuando se engalana con la Feria Vitivinícola, las fiestas patronales y sus múltiples actividades, entre las que destaca el Festival Internacional de Payasos. El viajero bien merece una sonrisa. Sabe dónde encontrarla.

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