Diario de León
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El último laboratorio de Alfred Nobel sigue allí, a tiro de piedra de una enorme fábrica de explosivos. Conocido hoy por los célebres premios, el industrial sueco e inventor de la dinamita dejó este otro legado que sigue retumbando por el mundo. En Karlskoga, una ciudad de 30.000 habitantes en los frondosos bosques del centro de Suecia, Nobel es como un padre omnipresente.

Pionero de los explosivos modernos y, al tiempo, filántropo del progreso y la paz, el industrial compró allí una mansión en 1894 y pasó parte de los dos últimos años de su vida.

A orillas de un pequeño lago, la ciudad se nutre de la industria de defensa y armamento, encajada en una superficie de tres kilómetros cuadrados altamente estratégicos en los que Suecia produce sus mejores cañones, obuses, balas y explosivos. Allí fabrican con orgullo desde 1898 la ‘Nobelkrut’ (NK), la pólvora de Nobel, con el estruendo de pruebas de obuses marcando el ritmo del día como las campanas de una iglesia.

«La primera pólvora se llamaba NK01. Hoy vamos por la NK1420», explica Håkan Svensson, director comercial, la tercera generación de una familia empleada allí.

Dos años antes de su muerte y de abrirse el testamento en que creaba los premios, Nobel compró la fábrica Bofors, que ya producía cañones en Karlskoga. Después, su asistente y ejecutor testamentario, Ragnar Sohlman, asumió el manejo del grupo que en el siglo XX se convirtió en el corazón de la industria militar sueca. La huella explosiva de este brillante inventor sigue también presente en Francia, Países Bajos, Alemania o Reino Unido, donde sobreviven parte de las empresas de armamento que creó.

La empresa Bofors fue dividida y vendida en los años 2000, pero miles de personas siguen trabajando en su central en Karlskoga. La fábrica de pólvora y explosivos pertenece al francés Eurenco, el líder europeo.

«Producimos con el mismo método que Alfred Nobel, sólo que de una forma más moderna y segura», explica Anders Hultman, jefe de producción.

«Antes, había gente que barría la pólvora para evitar incendios. Ahora, tenemos ventiladores automatizados y podemos verter del techo toneladas de agua en un instante», indica mientras muestra el lugar.

No hay grandes edificios como en una fábrica moderna. Por motivos de seguridad, el lugar se esconde en un conjunto de 600 búnqueres y pequeñas construcciones, algunas apenas más grandes que un cuarto.

La contradicción es también legado del maestro, creador del Premio Nobel de la Paz. El sueco concibió la pólvora sin humo, un avance que permitió desarrollar armas automáticas y revolucionó la guerra moderna.

Pese a su sensibilización pacifista, murió en San Remo (Italia) tratando de poner a punto cohetes disparados desde una lanzadera. «Creo que perseguimos la idea de Nobel de que necesitamos producción militar para estabilizar el mundo y que sea seguro», razona Svensson. «Por supuesto usándolo para la defensa, no para el ataque», precisa.

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