Diario de León
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León

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josé enrique martínez

Hilo de nada se titula el tercer poemario del leonés Sergio Fernández Salvador. Los dos anteriores fueron Quietud (2011) y Lo breve eterno (2013). De ellos decía en estas páginas que se trataba de una poesía comunicativa que trasvasaba la emoción al ánimo del lector. En el poemario de 2013 escribía el poeta que su oficio perseguía hacer «breve lo eterno y eterno lo breve». Es un deseo presente en la cita de J. R. Jiménez que encabeza Hilo de nada y de la que se desprende el título del poemario. No por casualidad el primer poema alude «A una rosa eterna», que tal es su título, si bien esa rosa que no se marchita ni pierde el color, carece de aroma y de espinas, olvidando que «no existe belleza sin dolor».

La poesía de Sergio Fernández nos gana desde la emoción, la claridad y la sencillez. Escribía Claribel Alegría que «la sencillez, la transparencia, el trascender con pocos elementos las experiencias vividas, es lo más difícil de conseguir», entendiendo que la sencillez no es lo mismo que lo simple o lo fácil. Desde tales supuestos, el poeta leonés encuentra en la vida suficientes motivos para su escritura. Acaso predominen tres de ellos: la naturaleza, la poesía y el amor. Aquella está presente en casi todos los poemas. La naturaleza proporciona belleza y complacencia. Léase, por ejemplo Un prado, poema cuajado de jaramagos, malvas, cardos, amapolas, cerrajas, caléndulas y avena loca; o admiremos el color y el canto de las aves en «Colirrojo». La naturaleza aparece incluso en espacios urbanos como el otoñal «Parque de San Francisco», en el que los castaños dorados caminan hacia el invierno, descubriendo el poeta que la verdad del árbol no es otra que «más arriba cuanto más adentro», algo aplicable al ser humano, si atendemos a otros poemas en los que el vivir se califica como «mirar hacia dentro y hacia arriba». Otro asunto es la poesía misma, «la música callada del poema». No basta con nombrar, dice el poeta, es preciso que al hacerlo la palabras fecunden «los valles y riberas que son los corazones de los hombres». Quien ama la poesía ama las palabras. Destaca en tal sentido el poema «Otro mundo», una letanía que remite a un tiempo ido, el de la infancia, y a la memoria: «Serano, chupitel, espantaburros..». Hay otras infancias, las del amor, las de las hijas, en poemas como «Primer cumpleaños»; el amor y la emoción agradecida rebosa también en la evocación del padre o en la de la madre, «donde termina el hilo, donde empieza».

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