Diario de León

Matar un ruiseñor

Caminando con Atticus

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León

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‘Cine para caminar’ es la nueva obra de Eduardo Aguirre. Treinta películas que han mostrado en la gran pantalla la complejidad de los seres humanos y de la que el autor extrae enseñanzas para la vida. Este es el capítulo sobre la tolerancia racial, no juzgar por las apariencias y la compasión.

El viudo Atticus Finch trata de inculcar a sus hijos, de nueve y seis años, que no deben juzgar por las apariencias o por la raza. Aquel verano, está defendiendo en los tribunales a un vecino de color acusado injustamente de violación. Hay ojos que miran con odio capaz de matar un ruiseñor.

Hay películas que te zarandean por las solapas y te gritan, para lograr que veas aquello que desean mostrarte. No es mal método, suele funcionar. Otras, en cambio, te conciencian cogiéndote del brazo y saliendo contigo al camino. ‘Matar un ruiseñor’ pertenece a esta segunda posibilidad, pues la otra hubiese conllevado distorsionar la novela de Harper Lee. El abogado Atticus Finch no podrá ya ser disociado de Gregory Peck, como Frodo no puede serlo de Elijah Wood. Los personajes también pueden conspirar para ser interpretados por quienes consideran más apropiados. Peck es y será Atticus.

La familia Finch vive en un pequeño pueblo donde todos se conocen, o eso creen. Una pequeña sociedad agrícola, pequeños problemas… hasta que estos dejan de serlo. ¿Qué podría hacer Atticus en uno de esos lujosos bufetes de las grandes ciudades, dedicados al cliente que mejor paga? Es un buen abogado y un buen padre, el héroe que ignora serlo. Un viudo que reserva para sí mismo su propio dolor. Y si hay quienes tienen más que él, también abundan aquellos que tienen menos. Calpurnia, la cocinera de color, reprende aparte a Scoutt por su falta de comprensión hacia otro niño, cuya familia está padeciendo pobreza por la Depresión. Le han invitado a comer y él lo hace con ansia. Podemos cambiar ‘falta de comprensión’ por falta de caridad, pues sobre esta se estructura la historia. Ninguno estamos a salvo de ser crueles. Ni niños, ni adultos. Pero la de aquellos es más fácil de rectificar.

Hay grandes películas que han ahondado en el lado oscuro de la infancia, pero aquí, las luces son superiores a las sombras y estas son derrotadas por la pureza: la de los niños y la de quienes son como ellos Como le dice la vecina a Scoutt, la hija de Atticus: «Algunos hombres necesitan llevar sobre ellos los problemas de los demás, y vuestro padre es uno de ellos». Cuando el padre advierte a la niña de que en el colegio se meterán con ellos porque está defendiendo a un negro, ella le pregunta desconcertada «entonces, ¿por qué lo defiendes?». Y el responde: «Porque si no lo hago no podré caminar con la cabeza bien alta, y ni siquiera podría deciros a vosotros qué debéis hacer». Existe también la pureza de corazón en adultos, aunque el cine actual lo haya casi olvidado.

Nada sobra ni falta en el filme, pero todos tenemos nuestras escenas preferidas. Entre las más, aquella en la que un racista escupe a Atticus y este renuncia a responder a la agresión, ¿porque su hijo Jem le observa desde coche? O la aparición del señor Boo, el malo que no lo era. Los monstruos existían y estaban cerca, pero en otro lugar. Nuestros miedos tienen su origen en el equívoco. Quizá, por ello, comprender es perdonar. Que millones de espectadores tengan en Estados Unidos a ‘Matar un ruiseñor’ entre sus películas preferidas indica su vigencia, pero aún más su verdad.

Atticus no es de quienes maldicen sus propios pesares, aunque a veces, cuando sus hijos se han dormido, sale al porche y permanece un rato absorto. La vida también emite sentencias, de acuerdo a leyes no escritas, pero ancestrales. Si es horrible matar un ruiseñor, también no percibir lo horrible de tal acto (ver la reseña de Lucky). En efecto, como él mismo repite a sus hijos: «Nunca se comprende realmente a un hombre hasta que te has calzado sus zapatos y caminado con ellos».

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