Diario de León
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León

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josé enrique martínez

En el siglo XIX la literatura rusa alcanzo una cumbre casi inalcanzable con genios como Gogol, Tolstói, Turguénev, Chejov y Lérmontov. Pero el clásico por excelencia, padre de la literatura rusa, es Pushkin. Si Cervantes representa la grandeza de nuestras letras, el símbolo de la magnificencia literaria rusa lo es Pushkin, autor de obras como «Eugenio Oneguin», novela en verso con inusitada descendencia. Esta y varias de sus obras están vertidas al español. «Ruslán y Liudmila» está traducida por M. A. Chica Benayas y aparece en edición bilingüe. Con prólogo, epílogo y seis cantos, es una verdadera leyenda heroica en la que se cuentan hechos que, al decir del escritor, «pertenecen a tiempos pasados, a leyendas de la más remota antigüedad», a la tradición de la leyenda en verso, al poema narrativo que Pushkin cultivó con ahínco, ofreciendo sus grandes logros. La hija del príncipe Vladimir de Kiev, Liudmila, es raptada la noche de su boda por un malvado mago; el noble caballero Ruslán habrá de esforzarse para rescatarla, luchando contra varios rivales y contra el mago que la trasladó a su castillo encantado. Estamos en el momento del romanticismo, de la renovación de las leyendas patrias y del gusto por lo fantástico que en este relato se da en formas de brujerías, encantamientos, magias, objetos prodigiosos, etc., etc. El estilo brioso del escritor ruso concuerda con los heroísmos del protagonista, que vence todos los obstáculos que se interponen en su camino de amor apasionado. La obra, trasladada al español en verso blanco, nos gana tanto por la leyenda como por la expresión vigorosa propia de lo heroico.

Caso distinto es el de Mijaíl Kuzmín, escritor y músico ruso que vivió entre 1872 y 1936, en la época de la llamada edad de plata de la literatura rusa. En traducción de Dimas Prychyslyy aparecen las «Canciones de Alejandría», fruto de sus viajes por Grecia y Egipto y sin que tengan nada que ver con la literatura del alejandrino por excelencia, Cavafis. Escribe Kuzmín: «Cuando me dicen Alejandría / veo las blancas paredes de una casa, / un pequeño jardín con un bancal de alhelíes, / el sol pálido de las tardes otoñales / y oigo melodías de flautas lejanas». Sin espacio para más, lo que conviene entender es la importancia de leer lo escrito en otros idiomas para salir del bucle ensimismado de nuestra poesía y respirar los aires de fuera.

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