Diario de León
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León

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No leas. No leas nada. No leas esto. Sobre todo no leas esto. Tonto quien lo lea. No leas las señales de tráfico. No leas los prospectos de los medicamentos. Tampoco las instrucciones de Ikea. ¿Ese «No pasar» de la zona radiactiva? No lo leas. No leas las leyendas de los envases (un día cometí el error de asomarme a los de las galletas Digestive; «no son digestivas», ponía).

Ya lo decían los bomberos de aquella novela donde se quemaban libros (cometí la imprudencia de leerla): no leas a filósofos (dicen ahora una cosa y luego la contraria, son como la moda de pantalones o blusas), no leas a novelistas (no solo son mentirosos, sino que encima lo reconocen: todo lo inventan), no leas poesía (¿conoces a algún poeta feliz?; son todos desgraciados con vocación de escritor de papelitos de galleta china). Lo sabían en Atapuerca y también en el siglo XIX, cuando leer novelas era algo casi prohibido: las chicas bien se volvían enfermizas, soñadoras e histéricas si tenían esos libros en las manos. Se ha comprobado en todos los regímenes donde la maldad, la pobreza y la duda no existían. David Bowie no lo sabía, pero Idi Amin sí. Mira a tu alrededor, el mundo es perfecto, no necesita análisis ni retoque. Mírate a ti mismo, qué vida más plena y trepidante, para qué buscar vidas de repuesto en los libros. No leas nunca, bajo ninguna circunstancia. Recuerdo aquel capítulo de  La dimensión desconocida. Un pobre trabajador de banco, un gafotas, tiene la parafilia de leer, pero no puede hacerlo nunca. Su jefe se lo impide y su mujer también. Anda desesperado, el muy infeliz. Cierto día está encerrado en la cámara acorazada del banco cuando hay un accidente nuclear. Él es el único ser humano del planeta que se salva. Ahora pasea entre los cascotes y llega a las ruinas humeantes de una biblioteca. Están llenas de libros. Tiempo suficiente, al fin,  es el título del capítulo. Por fin podrá leer.  Cuando se agacha para coger el primer libro, se le caen las gafas de la cara y se rompen las lentes. Todo borroso. Mejor. No merece la pena. Si has llegado hasta aquí, no tienes remedio. Eres de esos. Eres de los míos. Te prestaré el último que me he leído. Vamos al bar.

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