Diario de León

Las miserias morales del franquismo

l Teresa Valero publica la obra ‘Contrapaso. Los hijos de los otros’

teresa valero

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León

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sergio andreu

El hijo de un comunista y un falangista desencantado forman un tándem de periodistas que investigan juntos, a contracorriente, una serie de extraños asesinatos y episodios que, intuyen, nunca verán la luz, un relato sobre la impunidad en la que se movía cierta sociedad española de las postrimerías de la posguerra, cuando la dictadura maquillaba su faz más violenta ante Occidente. Contrapaso» (Norma Editorial) -que se publica este viernes- es ficción, pero Valero (Madrid, 1969), que se ha documentado con esmero para mostrar cómo era España y sobre todo aquel Madrid de los años cincuenta -sin duda, el gran protagonista de la obra- arma una habilidosa trama que engarza los recursos del género negro con la denuncia de la miseria moral, política y social de la época. «Un argumento de ficción me permitía hablar de varios temas a la vez. Si hubiera estado basado en hechos reales, cien por cien, las historias jamás se hubieran entrelazado», revela a EFE la autora, que gracias a este trabajo descubrió que en aquellos años tan sombríos «hubo personas con voluntad de reconciliación, de encontrar un espacio para reconstruir». Así, dibuja a los estudiantes universitarios en huelga contra el SEU, el sindicato falangista, de afiliación obligatoria, dispuestos a superar el odio heredado de la contienda con un esperanzador mensaje: «Nosotros, hijos de vencedores y vencidos...», poco antes de recibir los porrazos poco reconciliadores de los «grises».

Valero mueve a sus personajes por cafés y redacciones ruidosas, por los pasillos de las clínicas de médicos de dudosa ética, sin esquivar los calabozos, las cárceles o la miseria de los barrios de chabolas de construcción nocturna, de una capital que crecía como podía y en una obra que, como apunta la escritora Elvira Lindo en el prólogo, retrata la juventud de una generación de españoles, que, a pesar de todo, intentaba salir adelante. «De esta forma, a través de personajes ficticios he podido hablar de la homosexualidad femenina, de los niños robados, de las cárceles de mujeres, del uso de la psiquiatría y de los centros mentales como forma de brutal represión del franquismo», subraya.

Un relato que se lee de forma ágil, «que es además una reflexión sobre cómo funciona una sociedad si no hay oposición a los abusos de poder, porque sin mecanismos de control, resulta complicado, imposible, mantener la moral», estima la autora, mientras pone el foco de la obra en el robo casi institucionalizado de los bebés de asustadas madres solteras o de mujeres del bando perdedor de la Guerra, casi 20.000 entre 1938 y 1952, según la Audiencia Nacional. En su trabajo de campo, contó con voces diversas, entre ellas la de la doctora Buitrago, una de las primeras forenses de España que de niña acompañaba al trabajo a su padre médico (convertida en un personaje más del libro) o la del documentalista de la Agencia EFE Xulio García, «capaz de encontrar una foto de cualquier lugar de Madrid».

La excepción del mítico café Fuyma, donde el padre de la autora trabajaba de botones y que ella dibujó para el libro guiada por los recuerdos de su progenitor, que también se cuela en la viñeta. «Contrapaso» es una especie de «buddy movie» (una historia de colegas mal o bien avenidos), la arquetípica relación entre el joven e inexperto, aquí el bisoño Léon Lenoir, de regreso a España después de huir su madre a Francia al enviudar en la Guerra Civil, y el taciturno Sanz, un reportero en retirada, conocedor de los andamios de la dictadura al que, a su pesar, le asignan un aprendiz. «Los personajes que contrastan suelen funcionar bien, lo que no dice uno, lo dice el otro», afirma Valero sobre este dúo al que, más allá de sus encontronazos, les unen las ganas de que la verdad no quede camuflada bajo cuatro líneas mal escritas.

Para evitarlo, se plantean desvelar «la verdad» en un diario clandestino, el contrapaso del título, homenaje a la prensa furtiva que los escasos resistentes lograron mover por el subsuelo del régimen, o en las cárceles, donde presos y presas, sin casi medios, escribían «miniperiódicos manuscritos», en los que se contaban sus chismes y predominaba el «humor de supervivencia». Un humor sutil que Valero incluye en su obra como «bálsamo» para que «el lector respire en una historia tan dura y porque el humor era entonces, y es ahora, una medida de rebeldía».

Valero trabaja muy bien el color en «Contrapaso», e introduce toques de sensualidad y cierto erotismo «soft» gracias a «la importante tensión sexual» entre Léon, con un claro aire al Alain Delon de «Rocco y sus hermanos», y su prima Paloma (un calco de la Shirley McLaine de «El apartamento»), ilustradora de revistas e hija de un militar que no acepta el tipo de vida que lleva ésta, muy alejada de las historias de esposas diligentes que dibuja.

La autora madrileña, más cómoda en su faceta de escritora que en la de dibujante, está satisfecha del resultado final.

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