Diario de León
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León

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nicolás miñambres

Las dos líneas de la contraportada son anticipo conciso de la obra: «Sobre la comida y la vida, la comida y los recuerdos, la comida y la literatura (…) Este libro se desarrolla alrededor de un modesto cocido que la protagonista se dispone a comer en su casa». Pero el libro es casi la trascendentalización del gusto, de la sublimación de la comida.

He aquí un justísimo que (en torno a trescientas jugosas páginas, cargadas de humanidad y cultura) sorprenden con sencillez inesperada al reflexionar sobre la historia de la cocina. Todo ello, sin olvidar que «También a veces, fue la cocina el último reducto de las lenguas en peligro de extinción». Lo sorprendente e inesperado es la relación culinaria con los hábitos del hombre. Mejor: la humildad humana y su visceral representación del comer diario. Estas cuestiones tan amplias, Paloma Díaz-Mas las armoniza de forma brillante y amena en relación con los mundos del saber. Lleva ventaja sin duda: la cultura escrita, que la autora maneja con profusión, desde el ámbito a popular hasta el intelectual, con el empleo de múltiples textos, procedentes del campo cristiano y del judaísmo y, sobre todo, de la experiencia personal e intelectual de autora.

Arranca con los primeros textos del Cristianismo y los Evangelios, los Milagros de nuestra Señora o el Cantar de mio Cid, todo ello ambientado en dos coordenadas, personales, con el grupo de Jesús, María y José y el mito del ambiente del fuego, presente en la naturaleza primero y después en la casa. Como lo estaba el pan, alimento esencial y, sobre todo, «era también la expresión de un vínculo y de una protección». Y el recuerdo del dicho evangélico: «Alguien ha muerto para que yo viva», confesión que ofrece un dato histórico: «En los siglos XV y XVI, mi país estuvo dividido en dos, según los ingredientes de la alimentación». Pero la autora no puede olvidarse cómo, despegando de lo material, se adentra en el misterio del mundo científico, como ocurre con Carl von Linneo, que «empezó por poner nombre a las plantas y acabó poniéndoles nombres a los animales, incluido el mismo ser humano». O Parmentier, el descubridor de la patata... Y el consumo de una fruta, la fruta del paraíso; y la planta de la higuera, planta fea, pero dignificada.

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