Diario de León
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Poeta, político, diplomático, barman, coleccionista obsesivo. De las múltiples facetas -y polémicas- que surcan la vida de Pablo Neruda, la menos conocida sea quizá la del arquitecto que construyó un insólito legado en forma de tres casas que ahora tratan de resurgir tras el duro golpe de la pandemia. La Chascona, en el barrio santiagués de Bellavista; La Sebastiana, colgada sobre los cerros que se abaten hacia el mar en la abigarrada Valparaíso, y el refugio de Isla negra, la expresión de su alma íntima y su camuflado deseo de inmortalidad, revelan más del hombre que fue y quiso ser que del poeta laureado que casi todos han leído y pocos conocido. «Neruda tenía casi una obsesión tal y como coleccionaba y recolectaba todo lo que se le pasaba por la cabeza, tenía un especial interés por el hábitat. Cada casa es distinta», explica a Efe Fernando Sáez, presidente ejecutivo de la Fundación del premio Nobel chileno. «No era un asunto de comodidad, era un asunto de visión de estructura. Era parte de su obra y de su vida, porque creo que pocos escritores o novelistas tienen un legado, un patrimonio tan curioso», subraya.

A tal extremo llegaba su intervención en el diseño, la concepción de los espacios y la íntima integración de los objetos con los volúmenes que uno de sus amigos, el arquitecto español Rodrigo Arias, confesó que eran «más una obra del poeta que mía». Quizá la más sorprendente, la casa que se embosca entre coloridos grafitis del bohemio barrio de Bellavista, es también la que mejor refleja el espíritu gamberro y extravagante del rapsoda, un anfitrión empedernido que disfrutaba con largas veladas sociales en las que jugaba al engaño con sus invitados.

Puertas falsas, objetos exóticos, estancias y terrazas dispersas por una colina desde las que embelesarse con la cordillera nevada conforman un viejo galeón en el que Neruda actuaba de capitán en tierra. Allí escondió el amor a Matilde Urrutia, la cantante y escritora chilena de la que se enamoró durante el exilio en México, de la vista de su segunda mujer, Delia Carril, con la que vivía en una preciosa vivienda del barrio de Ñuñoa. Urrutia no solo inspiró el nombre -chascona significa «despeinada»-, también su obra de madurez, con «Cien sonetos de amor» como libro emblemático, que le

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