La nieta y el gato Aquilino

alfonso garcía

El asunto de los nietos, en su sentido más genérico y amoroso, no tiene esquinas. El amor y el orgullo no disimulado suele derramar amor por todos los poros. Y de modos muy diversos, el literario entre otros. Uno recuerda ahora mismo, sin estirar mucho la constatación, los Días de Mónica, del abuelo Luis Mateo Díez o Háblame de ti. Carta a Matilda, de Andrea Camilleri, en este caso a su biznieta, «a pocos días de cumplir noventa y dos años, cuando tú tienes casi cuatro y todavía no sabes lo que es el alfabeto». Dos tiene Valeria, la nieta de la autora, para la que escribe este cuento. «En un país muy lejano —así empieza— vivía una niña muy pequeñita y muy guapa, con una hermosa piel de porcelana, cabellos ensortijados rubios, ojos muy negros, manos ágiles y muchos pájaros en la cabeza. Se llamaba Valeria Isabel».

Valería tenía como amigos entrañables, además de las vinculaciones afectivas de la familia, a algunos personajes de los cuentos clásicos y al gato Aquilino, «que ha vivido con los pequeños de la familia y ha jugado y aguantado que se suban los casi bebés encima y lo agarren de las orejas a modo de riendas». Tanto que un día, perdida Valeria en el Paseo de las Babosas, fue el gato quien la llevó a casa.

El texto es, como corresponde, muy sencillo y emotivo, con ilustraciones llenas de color e ingenuidad y ajustadas al sentido de la narración. La autora, que cuenta el día a día de la niña —feliz con muy pocas cosas—, sembrado de anécdotas y curiosidades, intercala textos poéticos y canciones de los juegos tradicionales («Debajo un botón ton, ton, / del señor Martín tin, tin…»), ya que «es increíble lo pronto que Valeria aprendió a cantar». Y a hacer preguntas. Y a utilizar palabras enigmáticas. La abuelidad es un don. Lo que uno no acaba de entender leyendo textos que ahondan en esta condición es si los abuelos modelan a los nietos o estos a los abuelos. La literatura es una pista.